Dietario millennial de un Mundial de Clubes (III) | OneFootball

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La Galerna

·4. Juli 2025

Dietario millennial de un Mundial de Clubes (III)

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Sábado, 28 de junio

Los enemigos del fútbol —sobre todo si poseen alta estima por sí mismos e ínfulas intelectuales— suelen caer en el lugar común de emparentarlo con la violencia. Se trata de una de esas medias verdades de las que abominaba ese Machado cuyos aforismos gustan de citar: sin duda el deporte depende del contexto social en el que se inserta, y resulta innegable que las lealtades profundas generadas y el sentido de identidad colectiva a veces desencadenan conductas denunciables que no pueden cobijarse bajo el eufemismo de apasionadas; ahora bien, atribuir una tendencia obscena de disfrute contemplativo de la violencia al grueso de los aficionados, como si el fútbol fuese intrínsecamente perverso, tal cual decía Franco —Mastantuono no, el otro— de los rojos, supone un exceso intolerable, y por desgracia no del todo infrecuente.

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Reflexiono sobre este cliché injusto mientras tengo puesto el Palmeiras-Botafogo, y los lectores de esta página que hayan visto el encuentro comprenderán por qué. Las faltas constantes no solo rompen el ritmo que todo partido necesita para enganchar al espectador neutral: por momentos, la dureza de algún indisimulado ajuste de cuentas me hace apartar la mirada del televisor. La violencia, incluso en una expresión atenuada, no solo no seduce al actual futbolero medio, sino que lo espanta. Por la noche, el noticiario me informa de que el Palmeiras ganó en los últimos instantes, para enseguida dar paso a los prolegómenos del combate de Ilia Topuria. El torrente de elogios con que se promociona la velada me saca una sonrisa de ironía.


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El fútbol, ese muñeco del pimpampum de una cofradía peor que la de los tontos: la de los semicultos.

Domingo, 29 de junio

Primer día de piscina del verano, obtenido gracias a la gentileza de unos amigos de una urbanización de las afueras. La estampa costumbrista es perfecta, de una vulgaridad absoluta y, precisamente por ello, reconfortante. El sol cae a plomo sobre el mosaico azul, que chispea como un espejo roto en las lentes polarizadas de varios adolescentes que se pavonean por los bordes. Los chapoteos de los niños ahogan las conversaciones de los mayores, a menudo más centrados en una novela negra o en el tupper de tortilla que en el cuidado de su incansable prole. El césped se halla salpicado de tumbonas y toallas en las que los vecinos disfrutan de esa cálida complicidad que solo aparece en sitios donde la rutina compartida convierte a todos en parte del mismo cuento. El tiempo se disuelve aquí entre crema solar, risas y el rumor del transistor de un señor de cabellos blancos, único hilo conector con ese inhóspito lugar que es el mundo de afuera.

En otro momento, la ruptura del blindaje del refugio me hubiese resultado irritante, pero esa radio, que parece querer compensarnos, va narrando, inmisericorde, todos y cada uno de los goles con que el PSG sepulta al fatigoso y almibarado Inter de Miami. La paliza es de tal envergadura que ni el más cafetero de los messistas va a encontrar ningún asidero retórico al que agarrarse: con toda probabilidad el Inter pasará mañana de ser “el equipo de Leo” al “equipo de Luis Suárez”, o de algún otro cabeza de turco. A partir del tercer tanto me recoloco, sin disimulo, para poder escuchar mejor. El dueño del aparato se percata, se mesa complacido la rotunda papada y se toca el ala del sombrero de paja con el estilo de un caballero antiguo. A continuación, cae el cuarto. Me digo entonces que toda la felicidad del mundo está concentrada en este instante exacto: en la camaradería silenciosa, en el olor a cloro, en este rincón donde todo sigue su curso sin prisa. Como un verano bien vivido, o como una siesta que no se programa, pero llega.

Lunes, 30 de junio

Corre como la pólvora por las redes una predicción de los periodistas de la COPE de los resultados de la eliminatoria de octavos de final del Mundial. Los expertos habituales efectúan un pronóstico rutinario, cuasi funcionarial, mientras que Tomás Guasch, colaborador de este diario, obsequia a los oyentes con lo que a priori se trata de otra de sus disparatadas boutades. Las risitas en el estudio certifican el carácter irónico y bromista de la apuesta, que nadie se toma en serio.

Sin embargo, la victoria del Fluminense frente al Inter de Milán permite a don Tomás anotarse un valioso tanto en su credibilidad; algo que de inmediato quedará empequeñecido por la campanada de la madrugada posterior, digna de un texto de Hemingway y directa a la historia del torneo: los árabes se cargan al supuestamente renovado Manchester City, segundo máximo favorito para campeonar. Etimológicamente, Al-Hilal significa “luna creciente”, acaso una improvisada alegoría del desarrollo fulgurante de los equipos saudíes. Un amigo me escribe lamentándose por las consecuencias para el deporte europeo de un hipotético predominio árabe, a lo que le respondo con el emoji del encogimiento de hombros. Como si el dinero del Golfo —importante la mayúscula— no hubiera tenido repercusión ya, con ejemplos tan palmarios como el propio Manchester City de Guardiola. Alguien al que seguramente la derrota le conceda una nueva lluvia de millones para comprar, qué sé yo, un cuarto mediocentro o un séptimo central.

Martes, 1 de julio

El Madrid vence a la Juventus, y el escaso aforo del bar, donde solo el acostumbrado antimadridista, ataviado con la camiseta de la Juve, rompe el silencio al escupir maldiciones contra la pantalla, me hace perderme en mis habituales soliloquios veraniegos. El campeonato del canterano Gonzalo me recuerda que, en otra ocasión estival, se me ocurrió relacionar al Madrid con Kafka, y vuelvo a merodear la idea.

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En uno de los principales relatos cortos del escritor checo, Ante la ley, un campesino se presenta ante la gigantesca puerta de la ley, buscando el acceso a una justicia que nunca se le concede. Un guardián le dice que no puede entrar por ahora, aunque quizá podrá más tarde. El campesino espera, paciente y resignado, toda su vida. Muere sin haber entrado y, en el último instante, el guardián le revela que esa puerta era sólo para él, y que ahora va a cerrarla. La parábola trata de la arbitrariedad del poder, de la crueldad de las estructuras jerárquicas, de la ausencia de sentido —y por ende, de justicia—, y de la espera sin final. Algún cínico chistoso dirá que también describe la cantera de muchos equipos, y singularmente la del Madrid. Es posible. Lo que me queda claro es que Gonzalo constituye la osada antítesis de ese campesino, dispuesto a cruzar todas las puertas que se tercien. Ojalá lo consiga.

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