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La Galerna

·11. Februar 2025

El Real Madrid como posibilidad

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Los últimos acontecimientos están evidenciando la disonancia cognitiva severa en la que vive el español de a pie. También en el fútbol o, por mejor decir, sobre todo en el fútbol, que siempre es, y particularmente en la España contemporánea, el espejo de lo que ocurre a nivel general. En el país donde el Fútbol Club Barcelona está siendo investigado por amañar la competición y corromper al Comité Técnico Arbitral de la Real Federación Española de Fútbol, el culpable de atacar e intentar destruir la reputación del fútbol español es el Madrid, según Tebas, el nuevo presidente de la RFEF, el presidente del Bilbao, el del Betis, el del Sevilla… El mundo, al revés, contempla cómo los pájaros se tiran encima de las escopetas. Un panorama tan kafkiano sólo es posible explicárselo desde la premisa de que la verdad no le importa a nadie y de que España, de un enanismo moral sonrojante, ha sido poseída completamente por el paludismo de la Swamp en la que la han transformado.

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En el mundo de los corruptos, el virtuoso resulta intolerable, pues su mera existencia denuncia la desagradable realidad: que ellos están podridos y nosotros, no. La campaña del Madrid contra la porquería que lo emponzoña todo en el antaño beautiful game sería más contundente, no lo vamos a negar, si el club no estuviera empeñado en el proyecto de la Superliga de la mano del principal sospechoso de adulterar las competiciones nacionales durante décadas. Un proyecto, por lo demás, que, hasta donde sabemos, no tocará ni una coma del actual statu quo de Liga, Copa y Supercopa de España. El efecto, al final, es el mismo del de Feijoo y los peperos, llamando tirano, autócrata y dictador a Pedro Sánchez para, acto seguido, darle la mano y felicitarle por la investidura, en el Congreso, o posar con él en el photocall de los Goya.


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En el mundo de los corruptos, el virtuoso resulta intolerable, pues su mera existencia denuncia la desagradable realidad: que ellos están podridos y nosotros, no

Más que nunca, queda claro que el Real Madrid fue, y todavía es, una posibilidad de ser España que probablemente quedó anulada en 1898: la posibilidad de un país más limpio y más justo, noble, abierto y honrado, valiente, amante de la tradición tanto como de lo nuevo, orgulloso y libre. Esta posibilidad se materializó, en virtud de un maravilloso accidente histórico, en la Nueva Sociedad de Foot-Ball que fundaron los Padrós, Julián Palacios o Parages, a través de la cual toda esa España potencial fue posible en la dimensión, en cierto modo alternativa, del fútbol, que es un tiempo-fuera-del-tiempo, el del fútbol, un territorio onírico y sensual donde siempre somos niños y hoy es siempre todavía.

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La otra dimensión, la histórica, por así decirlo, la real, la España que fue y que sigue siendo a todos los efectos, la representa como nadie el Club Atlético de Madrid. Sólo hay que comparar los grandes momentos de una y otra institución, las fases de inicio y desarrollo de “algo”: el Madrid despega con los felices años 20, enfrentándose a la Corona por no plegarse al proyecto del Stadium Metropolitano, por el que el Atlético vendió su alma al diablo y se quedó sin alma y sin patrimonio propio. La guerra lo salvó de bajar y la postguerra lo convirtió en el equipo de moda, patrocinado por el ejército vencedor, al estilo de los equipos del ejército en Yugoslavia, Rumanía o la Unión Soviética. En los peores quince años de la España moderna, los que fueron del 39 a la mitad de la década de los 50, Aviación, Bilbao y Barcelona se repartieron las Ligas.

La guerra lo salvó de bajar al Atleti y la postguerra lo convirtió en el equipo de moda, patrocinado por el ejército vencedor, al estilo de los equipos del ejército en Yugoslavia, Rumanía o la Unión Soviética. En los peores quince años de la España moderna, Aviación, Bilbao y Barcelona se repartieron las Ligas. El Madrid, como los flamencos, pasaba fatiguitas

El Madrid, como los flamencos, pasaba fatiguitas hasta recuperarse: primero había que reconstruir el estadio, luego hacerlo nuevo y mientras, sobrevivir. Los años 30, en particular los del principio de la República, habían visto una prosperidad de la clase urbana trabajadora, de la que el Madrid se había beneficiado. En previsión de esa bonanza se lanzó a la aventura del Estadio de Chamartín, que reconstruyó con todo el esfuerzo de su masa social quince años después, tras la guerra civil, listo de nuevo para el boom económico del desarrollismo y del nacimiento de la comunidad económica europea, que preparó las cosas para la Copa de Campeones Europeos o Copa de Europa con la que Bernabéu mandó el Real a los cuernos de la Luna.

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Viniéndonos más cerca, el final del siglo XX dejó al Madrid en manos de Florentino Pérez, con un nuevo éxito internacional, a medida que las clases populares y trabajadoras españolas alcanzaban un confort socioeconómico jamás visto antes. Mientras tanto, los Gil y Cerezo le hacían el trile a los socios y dueños del Atlético de Madrid, cautivos desde entonces, aunque por lo que se ve, gozosamente, de unas familias de listos. Es decir, los socios del Madrid, casi siempre tan ninguneados en los medios y la opinión publicada pero todavía dueños del club, o de una parte por lo menos, decidieron, votando, darle un giro a la administración del club, que a pesar de las Copas de Europa de Lorenzo Sanz, iba directa al agujero. Fue un impulso en libertad, democrático, al tiempo que al otro lado de la ciudad a los del Atleti les birlaban la entidad y, en Barcelona, probablemente ya se rondaba al CTA.

El Madrid sigue siendo la posibilidad de que algunos españoles huyamos de la charca que nos rodea, al menos durante noventa minutos

La conclusión de todo esto es que, generalmente, al Madrid le va bien cuando a los españoles les va bien, y viceversa. La última tanda de éxitos contradice este axioma, para qué nos vamos a engañar. El Madrid sigue siendo la posibilidad de que algunos españoles huyamos de la charca que nos rodea, al menos durante noventa minutos. En lo deportivo, aunque juegue el Tato, el Madrid sigue siendo una ventana abierta hacia un mundo mejor: ropa blanca tendida, que no se mancha, la muerte del animal varón que cantaba Miguel Hernández, que toda la Creación agranda. Una vez que se ha ganado quince veces la Copa de Europa, de todas las maneras posibles, sólo cabe sentarse delante del televisor a disfrutar de un lance espiritual. El Madrid es ontológicamente superior a quienes le rodean. Gulliver en Liliput. Es en ese plano irreal de la realidad, el partido de fútbol, un no-lugar, donde únicamente puede combatir e imponerse a toda la mugre y darnos la satisfacción efímera de aplastar todas las cabezas de la hidra, de golpe. Aunque sea mentira.

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