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Anda el entorno del Sevilla Fútbol Club regodeándose en su desgracia demasiado tiempo como si disfrutara de sus padecimientos y se sintiera más cómodo con sus males que con la esperanza, aunque sea forzada, de que vendrán tiempos mejores. Terminó una semana que era clave para saber si el equipo —parafraseando a García Pimienta— se ganaba el derecho a pensar en cotas mayores y el balance se aproxima al nulo, es decir, que el Sevilla sigue siendo ni chicha ni limoná, como ya se preveía desde el inicio de temporada. Antes de los encuentros contra Mallorca y Rayo, el octavo puesto —supuestamente con opciones europeas— estaba a un solo punto y en la actualidad se ha alejado a tres, aunque sigue siendo una distancia alcanzable dado lo mucho que resta de campeonato.

En esta tesitura, el entorno del Sevilla Fútbol Club, en el cual se incluye no solo la afición, sino también la prensa y los accionistas predominantes, insisten en magnificar lo mucho que hay de desastroso en la situación actual en lugar de asumir la cruda realidad, aunque solo sea por un mero instinto de supervivencia. No hay individuo ni colectivo que sea capaz de estar toda la vida flagelándose y lamentándose de sus desgracias, excepto aquel que se siente más a gusto revolcándose en el fango de su tragedia que suspirando por la llegada de tiempos mejores. Probablemente, forme parte de la cainita idiosincrasia del sevillano esto de tensar la cuerda sin límite en lugar de asumir la triste realidad y a partir de ahí intentar construir en común el mejor futuro posible.

Yendo a lo concreto, habría que preguntarse de qué sirve seguir insistiendo en que el juego que despliega el equipo en todos los partidos es insulso y anodino. Por qué hay que insistir en que las carencias son mucho mayores que las virtudes, a quién beneficia recalcar que los resultados son insuficientes. A qué contribuye frustrarse ante las oportunidades perdidas de escalar puestos en la clasificación. En resumen, por qué flagelarse un fin de semana sí y otro también, cuando no se cumplen las injustificadas expectativas que se van generando de lunes a viernes.

En lugar de tanto flagelo y tanto lamento, quizá lo más conveniente sería no fabricar estúpidas y vanas ilusiones, como se hizo cuando vino un resultado favorable en forma de goleada ante el colista Valladolid. Por aquel entonces hubo quien incluso quiso hacer de Juanlu la reencarnación de Jesús Navas porque el muchacho había hecho un buen partido ante una defensa rival deprimida que era un auténtico coladero. Se lanzaron entonces tantas campanas al vuelo, se construyeron tantos castillos en el aire, y se vendió tanto humo, que al llegar la cruda realidad vino con ella la frustración y el flagelo. Ni tan extraordinario fue el partido ante el descendido de facto como nefasto ha sido, en lo más reciente, el encuentro de Vallecas, donde el Sevilla Fútbol Club no jugó a nada —¡¡pues claro, eso ya se sabe y está dicho desde hace meses!!— pero tampoco mereció perder por mucho que las ocasiones locales de gol fueran más claras que las visitantes.

Seguir resumiendo los partidos del Sevilla Fútbol Club en que no sabe lo que hacer con el balón, que no genera nada de juego, que es un martirio ver a unos futbolistas incapaces de hilvanar tres pases seguidos, que ni siquiera existe una disposición ordenada de jugadores en el terreno de juego, que los recursos ofensivos son limitados y las carencias defensivas son abundantes; seguir analizando, pues, los partidos como si todos fueran iguales parece más un deseo de regocijo en la pena que un ejercicio de observación de la realidad.

Este Sevilla Fútbol Club es muy malo, sí. Está claro. Ya está dicho. Así que pasemos a la siguiente pantalla, que este juego ya está aburriendo.