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La Galerna

·10 November 2025

Exigencia y mesura 

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El madridismo es muchas cosas pero, por encima de todas, ahora mismo, es un acelerador del caos que el antimadridismo quiere sembrar en el Real Madrid.

Podría cerrar aquí el texto porque, básicamente, ya he dicho todo lo que quería decir. Reléase la frase, váyase el lector a desayunar o merendar (dependiendo de la hora en que se la encuentre) y reflexione si el tema le atañe, o no.


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Ya no es el periodismo, aunque también. También pero el periodismo ya no importa, como todo el mundo sabe menos ellos. El periodismo ha muerto aunque no lo sepa, como los fiambres de El Sexto Sentido. Ahora el tema son las redes sociales, pero no las de los culés o los pobres atléticos. Esos tampoco importan en la materia que tratamos. La cuestión son las redes sociales madridistas.

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Parecía que ganando al club cliente de Negreira se calmarían las aguas y se le daría algo de crédito a un equipo y un entrenador que, por lo demás, había ganado trece de los catorce partidos jugados hasta el momento (trece de catorce, repito). Se ganó brillantemente a los de Flick y pareció que podíamos respirar, pero no, no podemos. Primero, porque parece ser que era un Barça muy menor y por tanto no cabe la alegría ante la victoria, y luego porque a renglón seguido caímos en Anfield y empatamos en Vallecas, jugando mal en ambos casos.

El madridismo es muchas cosas pero, por encima de todas, ahora mismo, es un acelerador del caos que el antimadridismo quiere sembrar en el Real Madrid

Como jugamos mal en Vallecas, no cabe tampoco quejarse por los dos penaltis mastodónticos hurtados a los hombres de Xabi. Es una de las cosas abracadabrantes en la presunta exigencia (en realidad, histerismo) que domina la masa social blanca, o al menos la que se manifiesta en X y esos sitios: solo cuando juega bien tiene derecho el Madrid a quejarse si le han expoliado, como si la víctima de un allanamiento de morada con robo solo pudiera denunciar si los cuadros sustraídos fueran bonitos. El madridismo ha dictado sentencia: los cuadros eran feísimos y, por tanto, Martínez Munuera o Munuera Montero (tanto roban, roban tanto) estaban en su perfecto derecho de arramblar con ellos.

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Tras el empate ante el Rayo, el tiovivo de la angustia se ha puesto a girar cada vez más rápido, como el de la secuencia final de Extraños en un Tren. A las 18:35, los jugadores habían dejado de creer en Xabi. A las 18:47, no solo habían dejado de creer en él, sino que le estaban haciendo la cama (o sea, jugando mal adrede para que le echen). A las 19:09, ya lo habían conseguido, o sea, Xabi está ya defenestrado, sin posibilidad alguna de redención ante el crimen incalificable de tener al equipo primero en la liga con 3 puntos de ventaja sobre el segundo y situado en el Top8 de la liga de Champions que permite, de concretarse, eludir la ronda previa de repesca antes de octavos.

El antimadridismo nos tiene exactamente donde nos quiere, y no se puede decir que se lo hayamos puesto difícil. Somos los niñatos consentidos que nos acusan de ser. Somos el vivo triunfo de su relato

La velocidad a la que los rumores se convierten en certezas en una tarde de derrota (o de empate) madridista en X arreglaría el mundo esa misma jornada si se tornara en corriente de hermandad y solidaridad entre los seres humanos. Ojalá aplicáramos a causas mejores semejante precipitación. Y los impulsores del supersónico avance de la hecatombe ya no son los viejos periodistas descatalogados a los que antaño las redes descalificaban por hacer eso. No. Ahora son las redes mismas, perfectas sustitutas de aquellos agentes artificiales de devastación a los que antes se opusieron.

Los nuevos instauradores de agonía juegan con los números para incrementar la sensación de angustia y desolación. Hablan de “dos años” de fracaso como si, de hecho, ya se hubieran cumplido dos temporadas en blanco. Como si el año 2024, que no es precisamente la prehistoria, no hubiera sido el mejor (insisto: el mejor) en la cosecha de títulos del club en 123 temporadas. Se descuenta el fracaso para que el fracaso se produzca. El madridismo está poseído por el vértigo, y en ese proceso se convierte en un factor de devastación tan efectivo como cualquier otro.

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La gente está deseando abonarse al padecimiento. Quieren al Madrid para que arregle sus vidas pero, cuando no lo hace, o cuando no lo hace en el preciso minuto en que necesitan que lo haga, lo quieren para algo más reparador aún que la felicidad: el nihilismo, el vacío. Si el Madrid no me hace feliz cuando yo digo, como el niño caprichoso que soy, entonces le exijo que sea una mierda lo suficientemente rotunda  para que pueda desahogarme con él, descargar a insultos la rabia y la adrenalina. Y, si no es esa mierda, me acojo a la hipérbole para que lo sea, brutalmente, ciclotímicamente. Al Madrid solo lo quiero para que me eleve a los cielos o para que me reduzca al detritus, y así poder maldecirlo. Si mi abuelo, o el abuelo de quien sea, lo hacía desde su tribuna de Castellana, no veo por qué no puedo yo hacerlo desde mi nick. (Joder, si mi jefe o mis hijos supieran que ese soy yo…) Nuestros abuelos o bisabuelos llamaban “defensa de alpargata” a tipos como Santamaría o Pachín, que se hinchaban a ganar Copas de Europa. Enhorabuena: somos sus dignísimos sucesores en la era de la IA.

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El futuro apocalíptico se acelera por minutos mientras, paralelamente, el pasado se reinterpreta para que podamos sufrir más todavía. Una vez hemos defenestrado presente y futuro, solo resta arrebatarnos la certidumbre cálida del pasado para poder enfurruñarnos de verdad, que en el fondo es lo que queremos: anticiparnos al enfurruñe del futuro, inscribirnos también en una rara desilusión retrospectiva. Sí, se ganaron 6 Champions en 10 años, pero es que tuvimos mucha suerte. Sí, fue algo irrepetible, pero se consiguió de aquella manera. Sí, fui feliz con las remontadas, pero estas son patrimonio exclusivo de la emoción, no del fútbol. Sí, Vinicius ha ganado dos Champions, pero protesta demasiado. Sí, Camavinga ganó también dos Champions para mí, pero ¿de qué juega ese chico? Sí, fui feliz pero ¿fui feliz legítimamente? Es más: ¿fui realmente feliz? ¿Tengo mi felicidad pretérita compulsada por Pep Guardiola?

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El antimadridismo nos tiene exactamente donde nos quiere, y no se puede decir que se lo hayamos puesto difícil. Somos los niñatos consentidos que nos acusan de ser. Somos el vivo triunfo de su relato, la demostración  palpable de su narrativa. Nos han acusado siempre de guiarnos solo por el éxito y de dar la espalda a nuestro equipo al primer revés (¡y hasta en el triunfo cuando no nos gustan las formas!), y no se puede negar que se lo ponemos a huevo en la profecía autocumplida.

Somos una legión de niños cada día más niños y cada día más caprichosos. Quiero pensar que nos ceñimos al fútbol como único terreno donde nos permitimos comportarnos como unos mimados cagaprisas. Quiero pensar que la pataleta pueril la circunscribimos al momento en que me siento ante el teclado para maldecir al viejo mundo que no me quiere conceder lo que sin duda merezco, o sea, que la pelotita entre. Me lo merezco, hijos de puta, dádmelo.

Xabi Alonso, que probablemente estuvo mal en el banquillo, estuvo en cambio muy bien en la rueda de prensa. O, pensándolo bien, quizá estuvo peor todavía, por iluso. Reivindicó que se trate al equipo “con exigencia, pero también con mesura”.

Este no sabe lo que nos pide.

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