La Galerna
·27 December 2025
La insólita patraña del cipote de Barcelona

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·27 December 2025

Nota del autor:
Este texto es un pequeño, humilde y modesto homenaje a Camilo José Cela, sin cuya genialidad y maravilloso sentido del humor no hubiera podido ser concebido.
Dábase la curiosa y casual circunstancia de que cierto expresidente del FC Barcelona se encontraba citado para declarar ante una jueza por una de esas nimiedades que a cualquiera le pueden tocar en esta vida. ¿Quién le iba a decir a Sandro Rosell que pagarle millones a un vicepresidente del CTA podía conllevar acaso problema legal alguno y hasta ser capaz de sentarlo ante una mesa de interrogatorio? ¿Cuál era este país de locos en el que le había tocado vivir?
Por fortuna, Sandro estaba preparado para aportar un poco de cordura en ese caótico remolino de sinsentido en que se había convertido aquello que el relato capitalino había nominado como Caso Negreira. Haciendo acopio de toda su dignidad y condescendencia, pues su equipo de asesores le había prevenido contra el casi total desconocimiento futbolístico de su señoría, el presidente catalán no se guardó nada y fue, metafóricamente, con el miembro viril fuera de su pantalón. Había revisionado la película Margin call aquella semana y se había grabado a fuego aquella frase que sólo el majestuoso Jeremy Irons podía soltar con aquella simpleza y aun así salir impoluto: “explíquemelo como si fuera un niño de 4 años o un golden retriever”. Pues a eso fue Sandro, ni corto ni perezoso.

En contra de su voluntad, habían acordado previamente responder únicamente a las preguntas de su abogado. Una pena, pues el estado de envalentonamiento y euforia de Sandro era el mismo que sentía durante las grandes noches europeas que vivió como presidente del club blaugrana. Sin embargo, una extraña atmósfera reinaba en el ambiente de aquella sala. Había esperado hostilidad por parte del abogado del Real Madrid y del fiscal del Estado (los dos dueños del devenir del país y del fútbol español, bajo su criterio), pero lo que le estaba dejando verdaderamente patidifuso era la actitud impertérrita de la jueza, que permanecía completamente impasible ante lo que él consideraba que era la mayor exhibición de chorra de su vida.
“¿Sabrá sumar acaso? Claro, como era de letras…”. Y acto seguido Sandro comenzó a explicarle a la jueza que el precio pagado a Negreira por sus informes era algo totalmente normal teniendo en cuenta el dinero que se evaporaba en impuestos y que, si se hacían, pongamos, 50 informes al año, pues entonces se pagaban…
Sandro se detuvo un instante mientras hacía la cuenta. ¿10.000 euros por informe? No, espera, ¿20.000? ¿Había que meter luego impuestos también por cada informe particular? Como en aquel puñetero país se pagaban impuestos por todo… Maldita fuera, se estaba liando. Todo el mundo le miraba en aquella sala: el abogado del Madrid y el fiscal, incrédulos; el suyo propio le habló sin voz y pareció entenderle un “¿pero qué cojones…?”; el de Estrada Fernández sonreía como si Sandro estuviera contando un chiste que sólo él entendía; y, por último, la jueza permanecía con su rostro estéril, con una ceja levantada como única muestra de expresión. El tiempo apremiaba, así que realizó un “pinto, pinto, gorgorito” mental y se decantó por una de las cifras. Su abogado parecía a punto de llevarse las manos a la cabeza, pero la ceja de la jueza se relajó (menos mal que era de letras), por lo que Sandro supuso que había salido airoso del paso.

Tocaba ahora responder sobre el propio Negreira y las pulsaciones de Rosell se redujeron al mínimo. No podía haber preparado mejor su defensa al respecto, pues llevaba meses recitándola frente al espejo. Miraba a la jueza con firmeza mientras le repetía de carrerilla el once que conformaba el FC Barcelona de las grandes noches. Valdés, Alves, Puyol, Iniesta, Xavi, Busquets, Messi, Messi, ¡¡¡MESSI!!! En la cabeza de Sandro ya hasta sonaba un “OÉ” detrás de cada nombre exclamado ¿Qué Negreira le hacía falta a esos jugadores, qué decía, no jugadores, DIOSES, para ganar un simple partido de fútbol?
Esta vez eran las dos las cejas que tenía alzadas la jueza y como Sandro considera que todo rey necesita una corona y todo pastel una guinda, el expresidente culé declamó un “EQUIPAZO” antes de proseguir con el siguiente punto de su defensa.
Nada, la misma cara que Sandro decidió que era más de incomprensión que de incredulidad. Decidió sacar la artillería pesada, depositó de nuevo metafóricamente su virilidad sobre aquella mesa y, sin ápice de pudor, le explicó a la jueza que su club no precisaba que Jose María Enriquez Negreira influyera en los arbitrajes porque ellos ganaban los partidos gracias a que Messi. Oh, Messi cogía el balón en su área, se regateaba a cinco jugadores rivales, si acaso no seis, siete o al equipo rival por completo, y en el momento en que aquella deidad del fútbol lo consideraba oportuno, marcaba el correspondiente gol. A Sandro no le costaba imaginar algo que si no había pasado era por puro decoro: la imagen de los aficionados culés exultantes en las gradas ante el olimpo futbolístico que estaban contemplando, con sus cipotes por fuera emanando los correspondientes efluvios que sólo aquella exhibición deportiva podía generar, describiendo unos arcos perfectos que les permitían llegar hasta la grada opuesta. Ríos de colonia compuesta de pura grandeza inundando las gradas del Camp Nou…

Sandro sacudió la cabeza para salir de su ensimismamiento. Por fortuna para la salud cardíaca de su abogado, aquello último sólo lo había pensado y no declarado.
Sin embargo, el último punto de su defensa sí que pareció haber impresionado a la jueza (obviamente, era Messi…), ojiplática y boquiabierta ante la mirada satisfecha de un Sandro que sabía que había sacado su cipote a pasear y este le había dado la victoria como tantas veces Leo al Barcelona. Sin duda alguna, Sandro poseía el Messi de los cipotes.
Su abogado no era capaz de dirigirle palabra o mirada alguna cuando salieron de aquella sala, pero Sandro estaba eufórico y así se mostró en los medios, a los que atendió exultante a la par que orgulloso de haber demostrado ante la jueza y todos los poderes infinitos del Estado que los pagos a Negreira eran perfectamente normales y legales, que su equipo era la repera y que nadie podría poner en duda jamás los éxitos conseguidos en aquella gloriosa época. Aquel sí era su público. Los periodistas le escuchaban embelesados y Sandro supo que lo había conseguido. Miró orgulloso hacia el bulto incontrolable de su pantalón. Su cipote lo había vuelto a lograr.
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