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La Galerna

·29 April 2025

La resurrección impúdica

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Es verdad aquello de que no ofende quien quiere, sino quien puede. Con la final de Copa de Sevilla, los madridistas no fuimos abochornados por el Barcelona, sino por el Madrid, que se prestó a un escarnio insoportable, quizá la gota que haya colmado el vaso. Sobre todo de quienes, como yo, somos del Madrid por amor al arte, es decir, gratis et amore, no ya sin cobrar un duro por ello sino, encima, sufriendo unos sofocones y unos escarnios que, a estas alturas de la vida, están de más.

Una cosa es perder un partido, aunque sea una final, y otra esto. La última ratio barcelonista ha sido esa: tras mangarlo todo con impunidad y regocijo general, le han quitado al madridista lo único que debía permanecer intocado, que era el orgullo. Yo, que recuerdo con dolor la final del Centenariazo, no era más que un niño, siento que esta ha sido peor. La de Sevilla fue más que una copa y más que un partido. Fue la expresión última de una claudicación atroz.


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Yo no puedo ponerme hoy aquí a hablar de Ancelotti, de Fran García o de Lucas Vázquez, cuando la cuestión de fondo es una montaña de mierda que tiene la altura de La Giralda. El Barcelona no debía estar en Primera ni tener inscrita a la mitad de su plantilla. Es imposible ponerse a discutir el error de éste o de aquél jugador cuando, directamente, ese club tendría que estar proscrito. No sólo no lo está sino que detenta otra vez la cátedra de las lecciones, una autoridad moral inconcebible que utiliza, ¿acaso podría haber dudas?, para machacar al Madrid en todos los órdenes posibles. La cohabitación, sin embargo, se convierte en complicidad. El Madrid ha contemplado una resurrección impúdica de esa organización en estado de agonía y ahora, de nuevo, son el club de moda y están a las puertas de un triplete que no tenía, jamás, que haber sido imaginable siquiera.

La rueda de prensa de De Burgos Bengoetxea y de González Fuertes traspasó todos los límites, si es que ya quedaba alguno. Fue un delirio, un espectáculo obsceno que sirvió, sin embargo, para que el Madrid cargara con la culpa de “perjudicar al fútbol”

La culpa, por supuesto, no es de ellos. Al fin y al cabo es la naturaleza de ese club siniestro: el fraude, la trampa y el latrocinio. ¿Se puede obligar al tigre a comer acelgas? Es evidente que no. Ya lo dice la vieja copla: vinieron los sarracenos y nos molieron a palos / que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos. Sobre todo, cuando los buenos, por demás, deciden no hacer nada al respecto.

El Madrid no tuvo que jugar en Sevilla. La rueda de prensa de De Burgos Bengoetxea y de González Fuertes traspasó todos los límites, si es que ya quedaba alguno. Fue un delirio, un espectáculo obsceno que sirvió, sin embargo, para que el Madrid cargara con la culpa de “perjudicar al fútbol”. El viernes por la tarde, el Madrid estaba en la tesitura de romper el techo del laberinto. Salir por arriba, con una gloriosa espantá: no jugamos si no se garantiza la imparcialidad de los árbitros que van a juzgar la final. ¡No era el honor, idiotas! Sino simple y llanamente el deseo de igualdad ante la ley, de trato justo y equitativo. Era una oportunidad única de poner patas arriba el fútbol español, de volcar El Sistema de un solo golpe.

Los dos comunicados del Madrid que siguieron, el viernes por la tarde, prefiguraron definitivamente el aquelarre. Todo quedó dispuesto.

No podía ocurrir sino que ganara el fútbol. Como madridista, lo que no podré perdonar al club es que regale la munición con la que los que odian al Madrid le disparan a placer. El Madrid lleva mucho tiempo legitimando un status quo concebido por y para destruirlo. La final de Sevilla, como era de temer, fue un terrorífico colofón.

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No tiene, como aficionado raso, ningún sentido continuar apoyando esta pantomima. El Madrid ha puesto en la diana al estamento arbitral y obviado con una ambiguedad  calculada al elemento corruptor. Todo ha parecido un simulacro, un amagar sin dar constante, un sí pero no que, en el fondo, ha contribuido a degradar la imagen del club llenando de razones, de paso, al infecto establishment. Que así ha podido poner en la picota al tibio denunciante y seguir facilitando la impunidad barcelonista. Todo lo que no podía tolerarse, fue permitido: las palancas, la creatividad fiscal, las licencias fraudulentas, los horarios, la realización del videoarbitraje, el despelote en la federación…todo ello al club del campo clausurado que nunca se cerró, al castigado sin Copa que nunca cumplió el castigo, el club-Generalitat…toda una vida de servidumbre tenía que culminar en una performance como la de La Cartuja, con el Madrid sucumbiendo ante todas las instituciones del Estado y, en el tercer tiempo, sometido al infame juicio moral de los íñigomartínez cualquiera que pululan por esta vida mediocre: un club como el Madrid no puede hacer esos vídeos, hay que respetar el fútbol y el Madrid tragando, como si todo eso fuera cierto y no importara.

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Gulliver vejado por ciento un mil liliputienses. Como si a una supuesta visión estratégica a largo plazo hubiera que sacrificar incluso la hombría más elemental. Además, ¿alguien nos ha explicado cuál es esa política a largo plazo? ¿En qué consiste y para qué? El Bernabeuódromo está parado sine die y la revolución estructural del fútbol es que ahora la temporada acaba en julio con un Mundialito al que, sinceramente, ¿qué españolito de 20 mil máximo al año va a asistir? Si alguna vez la comunicación del Madrid me pareció vaticana, desde luego que fue en un acceso de entusiasmo sorrentiniano. Lo mejor que se puede decir al respecto es que el Madrid no emite comunicados, sino esquelas.

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Si hacía falta un partner fuerte, el Madrid, desde luego, lo ha conseguido. Es el éxito indudable de una temporada que empezó con el Madrid en la mejor de las posiciones posibles: campeón de todo y con Mbappé, por fin. Pero el ladrón se ha transformado en emperador y sólo ha tardado unos meses, ¡ni siquiera un año! Y el emperador, arrastrado por el suelo, carga con el peso de toda la ignominia. Nunca se pareció tanto el Real a Jesús camino del Gólgota, y que Dios me perdone la blasfemia de la comparación: los fariseos, la gentuza, se yergue ufana frente al justo, pues al justo lo han dejado solo. Es la victoria total de la turba.

No es culpa de Florentino, naturalmente, que yo le atribuya al Real Madrid virtudes morales y convicciones firmes que, en realidad, sólo existen en mi imaginación. O en mi memoria. Sí que creo, sin embargo, que los hombres que forjaron esta institución a lo largo del tiempo lo hicieron orientados por nociones éticas fundamentales que casan malamente con el amparo del perjuro y la sociedad con los piratas.

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