La Colina de Nervión
·7 January 2025
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El paso de los días no merma ni un ápice la indignación causada en la afición por el desempeño de los futbolistas —quizás este sustantivo les venga grande, a tenor de lo realizado y más convendría llamarles simplemente jugadores— del Sevilla Fútbol Club en el primer partido del año en Almería que supuso su eliminación de la Copa del Rey.
Abandonó Jesús Navas el vestuario del Sevilla Fútbol Club y con él se fueron los valores que ha encarnado durante más de dos décadas de trayectoria deportiva. La entrega, el sacrificio, la humildad… el «darlo todo por este escudo» —como él mismo repetía incansablemente—. A partir de ahora, lo que ha percibido el aficionado a las primeras de cambio es que la plantilla de su equipo está compuesta por jugadores sin casta, sin coraje, sin fortaleza e, incluso, sin la vergüenza mínima necesaria para defender, no ya la camiseta que visten, sino el sueldo que cobran. Es decir, la peor cara que puede ofrecer un profesional. Porque el comportamiento de todos los que saltaron al estadio almeriense en la segunda mitad del encuentro fue impropio de profesionales.
Un resultado parcial de 4 a 0 ante un equipo de segunda división, por mucho que temporalmente sea líder de la categoría, solo se explica desde el más absoluto desistimiento de la labor que se había de acometer, como era la de consolidar la victoria que hasta entonces se tenía conseguida. A la reanudación del partido tras el paso por vestuario, comparecieron los jugadores del Sevilla Fútbol Club sin la más mínima intención de jugar al fútbol, con un trote cansino por el campo y un desinterés por el encuentro que hacía presagiar lo que ocurrió.
A los cinco minutos, un tal Marezi se inventó el gol de su vida —bien es cierto que jamás volverá a marcar otro igual— y, desde ese momento, toda la plantilla del Sevilla Fútbol Club dimitió. Se dedicaron a contemplar cómo sus rivales seguían jugando mientras ellos deambulaban por el terreno de juego con una apatía que rozaba la desvergüenza, de tal modo que los goles fueron cayendo uno tras otro para escarnio de la camiseta que portaban.
Paradigma de ello fueron dos de los jugadores de mayor calidad del plantel, es decir, quienes tienen que liderar el grupo para no hacer el ridículo en ningún terreno de juego. Ver a Lukebakio cómo era incapaz de pasar el balón a un compañero que tenía a un par de metros y contemplar el rosario de pérdidas de Saúl irritaba demasiado como para presenciar el encuentro sin que hirviera la sangre roja de impotencia ante el atentado que se estaba cometiendo contra el escudo del Sevilla Fútbol Club.
Actitudes imperdonables, por tanto, que no se compensan con poses postpartido ante los aficionados, agraviados, desplazados hasta Almería, donde precisamente ya se vivieron anteriores episodios de escarnio sevillista. Teniendo en cuenta que lo de la Copa del Rey no tiene ya solución, la única esperanza que queda es confiar en que alguien tome cartas en el asunto y evite su repetición, aunque en el Sevilla Fútbol Club actual es difícil presagiar quién es ese alguien.
La primera reacción de la gerencia del Sevilla Fútbol Club ha sido cerrar la contratación de un delantero centro. Un tal Juninho, que juega en una liga tan competitiva como la de Azerbaiyán, al cual se le desea toda la suerte del mundo porque sus éxitos serán los nuestros, pero que, a priori, genera la misma ilusión que un viaje al país de donde procede. Su reemplazo por Iheanacho debe ser el primero en una renovación de mayor calado como la que necesita la plantilla, a la cual le sobran jugadores como Montiel, Barco o Pedro Ortiz, además de cubrir las vacantes que dejaron recientemente Jesús Navas y anteriormente Lucas Ocampos. Como mínimo, por tanto, Víctor Orta debe incorporar cinco caras nuevas para elevar la calidad futbolística del vestuario, lo cual no es demasiado difícil incluso a pesar de la depauperación de las arcas.
En cualquier caso, por mucho que las incorporaciones amplíen los recursos puestos a disposición del entrenador, de nada servirá si la vergüenza profesional desaparece de la forma en que lo hizo en Almería. Al término del encuentro, los jugadores hablaron de falta de humildad, de relajación, y utilizaron otros eufemismos para no referirse a lo que los aficionados percibieron como bochorno y ridículo. Todos, por tanto, saben dónde está la raíz del problema. Bueno, todos menos el entrenador, que apeló a la falta de eficacia de su equipo, pero lo de García Pimienta es un caso aparte. Que el puesto de entrenador del Sevilla Fútbol Club le viene grande está ya híperdemostrado.