Nacional Es Pasión
·19 December 2024
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·19 December 2024
La columna de Juan Felipe Velásquez.
Atlético Nacional regresa al Atanasio Girardot este domingo con una misión clara: conquistar su estrella número 18 y coronar un semestre lleno de emociones. Tras el empate 1-1 en Ibagué frente a Deportes Tolima en el partido de ida, el conjunto verdolaga tiene el escenario y el respaldo de su hinchada para cerrar la final de la Liga Betplay-2 con un título más en su extenso palmarés. En la primera parte del encuentro en el Manuel Murillo Toro, el equipo dirigido por Efraín Juárez dominó con autoridad y personalidad.
La estrategia que incluyó a Juan Manuel Zapata por Andrés Sarmiento, a Pablo Ceppelini por Edwin Cardona, y a Kevin Viveros por Alfredo Morelos sorprendió no solo al rival, sino también a quienes esperaban el once habitual. Con ese once alternativo, Nacional se plantó firme y generó opciones de gol, reduciendo al Tolima a su mínima expresión. Un tanto de Dairon Asprilla, tras la presión alta de Viveros, reflejó la valentía con la que los antioqueños encararon el primer tiempo, un lapso en el que se percibió esa hambre de gloria que tanto caracteriza la historia del club.
Sin embargo, el segundo tiempo dejó una sensación muy distinta. La intensidad bajó, el equipo reculó y permitió que el Tolima creciera en el juego, algo que a estas alturas y en una instancia tan definitiva resulta peligroso. La expulsión de Sebastián Guzmán, un jugador que venía destacándose a lo largo del semestre pero que evidenció fatiga acumulada, cambió por completo el panorama. Con un hombre menos, Nacional tuvo que resguardarse y ceder aún más espacio, dando lugar al gol del empate por parte de Gustavo Ramírez. Esa acción, que a simple vista fue un descuido, terminó cobrando una factura en lo anímico. El equipo verdolaga, que había sido amo y señor del primer tiempo, terminó por conformarse con un resultado que dejó la sensación de que se pudo haber obtenido un botín más generoso.
La actuación de Guzmán invita a reflexionar sobre el manejo de las cargas de trabajo en momentos cruciales. El mediocampista ha sido pieza clave, pero el desgaste físico no es un asunto menor y en partidos de alta tensión, un leve resbalón, una falta apresurada, puede marcar la diferencia. En el cuerpo técnico deberán ajustar detalles para el duelo definitivo, garantizando que todos lleguen en plenitud de condiciones. La rotación no es un capricho, es una necesidad para que el equipo mantenga la lucidez y la potencia que lo distinguió al inicio de la final.
El contraste entre la brillantez del primer tiempo y la cautela excesiva del segundo es también un llamado de atención. Nacional demostró que sabe plantarse con firmeza, incomodar al rival y manejar los ritmos del partido, pero esta vez no supo estirar esa superioridad hasta el pitazo final. Ahora, con el marcador global igualado, la enseñanza es clara: la intensidad del primer tiempo en Ibagué debe repetirse y prolongarse por los 90 minutos del domingo si se quiere asegurar la estrella número 18. La historia lo exige, la hinchada lo reclama y el club está en condiciones de brindarlo.
En el Atanasio Girardot, la situación será muy diferente. Nacional es fuerte en casa, un auténtico vendaval. Sus 27 goles en 13 partidos como local en este semestre reflejan una capacidad ofensiva notable y un aplomo que pocos rivales pueden igualar. Bajo la dirección de Juárez, y dejando de lado el tropiezo administrativo con Junior, el equipo no ha conocido la derrota ante su gente. Esa solidez deberá ser reafirmada en la final, sin especulaciones, sin pensar en el empate, sin permitir que el oponente tome la iniciativa. La misión es clara: salir desde el primer minuto con la convicción de que se puede ganar con autoridad, incluso con una goleada si las circunstancias lo permiten.
Foto: Atlético Nacional Oficial.
La clave está en recuperar y sostener la actitud mostrada en la primera mitad del encuentro de ida. Esa versión firme, valiente, vertical y decidida debe ser la imagen guía del domingo. No será suficiente con pasajes de buen fútbol, se necesita constancia. No bastará con un gol inicial, habrá que mantener el pie sobre el acelerador y no levantarlo hasta el final. La inteligencia del cuerpo técnico, el liderazgo dentro del campo, el entendimiento entre líneas y la buena lectura de las circunstancias se entrelazan para dar forma a una actuación redonda. El objetivo no es solo marcar goles, sino imponer condiciones, manejar el partido y desarmar a un contrincante que se verá obligado a reaccionar ante la presión de un estadio que ejercerá una influencia determinante.
Este domingo no hay espacio para la duda ni la especulación. Nacional no puede permitirse el lujo de manejar el resultado con pinzas. Si el primer partido enseñó algo, es que no se deben bajar los brazos antes de tiempo, no se debe renunciar a la contundencia y el coraje que han caracterizado al equipo en los momentos cumbre de su historia. La estrella 18, esa que se suma a un palmarés ya extenso, no es un mero trofeo, es el reflejo de una filosofía futbolística y de la grandeza de una institución que siempre apunta a lo más alto.
La cita es a las seis de la tarde, un horario que invita a soñar con la luz del atardecer reflejada en las tribunas, con la energía de un público que ha estado esperando este momento durante meses. Una final no se juega todos los días, y menos con la oportunidad de sumar una estrella más a un firmamento ya repleto.
Nacional, ante su gente, tiene en las manos el poder de transformar el esfuerzo de todo un semestre en una alegría inmensa. Todo depende de que vuelvan a ser ese equipo que redujo al rival con coraje y fútbol en el primer tiempo de Ibagué, pero que esta vez mantengan ese espíritu indómito hasta el último suspiro. Si lo logran, la hinchada entera celebrará una nueva página dorada en la historia verdolaga.