
La Galerna
·11 de marzo de 2025
Brahim en la trinchera

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·11 de marzo de 2025
Brahim Díaz puso en ventaja al Madrid sobre el Atlético en la primera parte de su eliminatoria de octavos de final de la Copa de Europa. Su gol fue pura filigrana en la que su tobillo, elástico como el cartílago de un niño, enhebró el oro por el ojo de la aguja. Brahim halló el hueco por el que terminó cabiendo el camello de la victoria, allí donde no había nada más que guardias-jurado vestidos de rojiblanco puestos uno junto a otro formando una valla tan impenetrable como una oficina de la agencia tributaria. Desde luego, con una jugada brillante, Brahim encontró la llave de un partido muy perro, propio de una competición cruel, dura y maravillosa que, a cambio del triunfo, te lo exige todo. Coronó una gran actuación por la que debían haberle dado el MVP.
Brahim Díaz es una síntesis del futbolista mediterráneo moderno. Creció ya curtido en la cultura española del futsal de los polideportivos municipales andaluces y pistas al aire libre, duras como el cemento y a menudo con la pintura descascarillada. En ellas, como contaba Zidane de su niñez en La Castellane de Marsella, se aprende a pensar rápido y a jugar al primer toque; a moverse y acelerar como un polvorilla, a visualizar los espacios, tan reducidos, entre multitud de piernas. Pero también, este hijo del mestizaje de la frontera tiene, en su sangre, la extraordinaria habilidad, elasticidad e imaginación de los futbolistas magrebíes, escuela de la que Lamine Yamal es la quintaesencia. Brahim, pura cantera de la orfebrería tradicional andaluza, se hizo grande, fuerte y poderoso en Italia. En el calcio aprendió a chocar y dejó de ser liviano. Su fútbol se hizo adulto, adquirió gravedad. Y gol. Ese gol punzante y decisivo que decide, de modo inesperado, eliminatorias, que aparece de la nada como un phantôma, esos soldados adiestrados en la Primera Guerra Mundial para asaltar sigilosamente las trincheras enemigas.
Brahim halló el hueco por el que terminó cabiendo el camello de la victoria, allí donde no había nada más que guardias-jurado vestidos de rojiblanco puestos uno junto a otro formando una valla tan impenetrable como una oficina de la agencia tributaria
Como representante muy destacado de la nueva generación de futbolistas españoles post-2010, Brahim recibió dos ofensas: primero, el verse forzado a jugar por Marruecos ante el desprecio sistemático de la Federación, por madridista; luego, el ser el blanco de las chanzas, tras la victoria española en la Eurocopa, recordando aquella polémica que sólo existió por jugar Brahim en el equipo que juega.
La importancia de Brahim, desde luego, ha crecido cada día desde que regresó del Milan. Su fichaje, en un entorno de gasto prácticamente cero y con el dineral del Nuevo Bernabéu en el lastre de la nave, que a ver cómo se amortiza eso con el quilombo de los conciertos, es oro molido. La perspectiva de ser un Nacho o un Lucas Vázquez del frente de ataque parece incluso poca cosa, teniendo en cuenta su rendimiento y su polivalencia. Es el perfecto jugador número 12. Su carácter sencillo, de chavea de Málaga que apechuga con lo que le echen, sin quejarse, haciendo equipo, contribuyendo al entusiasmo y a la disciplina, hace de él verdadero cemento para el Madrid del presente y del futuro.
Su fútbol se hizo adulto, adquirió gravedad. Y gol. Ese gol punzante y decisivo que decide eliminatorias, que aparece de la nada como un phantôma, esos soldados adiestrados en la Primera Guerra Mundial para asaltar sigilosamente las trincheras enemigas
Me da miedo escribir de Brahim porque, el otro día, glosé a Ceballos y al día siguiente se rompió para dos meses. Sin embargo, creo que lo mejor de Brahim, no ya ni en su carrera ni en esta temporada, sino en la eliminatoria contra el Atlético, está por venir. No será titular, probablemente. Vuelve Bellingham y la explosividad de Brahim, su cualidad incisiva, le vienen que ni pintado a un más que posible escenario terminal de la vuelta en el Metropolitano. El Madrid, el miércoles, necesitará lo que antes, cuando no estaba socialmente condenado, se entendía por hombres. Brahim ya ha mostrado serlo. Lo mejor de él no es ni su finta, ni su sprint, ni sus golazos desde fuera y dentro del área, sino la competitividad feroz que no se le presuponía al muchacho tímido y poquita cosa que era cuando llegó.
Los periodistas del Atlético de Madrid que copan las editoriales de la prensa nacional lampaban por un resultado que les permitiera, en la vuelta, una noche de “ira y furia”. Eso me suena a aquella cosa bávara del “arderán los árboles”, algo pasado de moda que, sinceramente, da lache, que decía Camarón cuando algo le causaba vergüenza y pudor. Brahim, si acaso, es la muestra de que el fútbol español abandonó el choque y los cojones hace mucho tiempo. El Madrid, que este año, a priori, viró su política deportiva hacia el “modelo de eneryía”, como dice Carlo Ancelotti, tiene en Brahim el contrapunto que, la verdad, va más con el tiempo, con la dirección hacia la que va el fútbol: la pelota al suelo y un control más dinámico que aquel del Xaviniesta. Brahim es la “posesión activa”, que diría un panenko, el dominio sobre los tres cuartos de campo rival que acaba liquidando las esperanzas y los ensueños de los contrarios. Su momento aún está por llegar.
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