
La Galerna
·1 de abril de 2025
Cada uno está orgulloso de lo que puede

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Flick dijo el otro día que estaba muy orgulloso de no ser como el Madrid. Como ellos, puntualizó, con ese deje de altanería tan del Pep cuando soltó, ¡no hace años ya de eso!, aquella genialidad de que Cataluña es un país de poetas que se hablan desde los campanarios. Hans Flick dijo que estaba encantado de ser el Barcelona y no el Madrid, como si el club al que entrena no estuviera siendo investigado en un juzgado de instrucción a cuenta del caso más escandaloso de fraude deportivo conocido hasta la fecha. Está probado que la trampa tiene dos efectos: el de que a uno se le caiga la venda de los ojos o, al revés, se refuerce aún más en el convencimiento de que los suyos no han hecho nada malo. De que todo es un ataque desde fuera. El nacionalismo catalán es el mejor ejemplo, y muy cercano, por supuesto, al Fútbol Club Barcelona. De hecho, forman parte del mismo fenómeno. La referencia de Flick al orgullo me hizo recordar un tuit de Áxel Torres, allá por el principio de octubre del año 2017.
Hace ya tanto que seguro que casi nadie se acuerda, pero confieso que mi memoria para el agravio es prodigiosa. El comentarista de Movistar también proclamaba su orgull, en catalán, en este caso de su pueblo, Sabadell. La razón del orgullo era que, como casi toda Cataluña en aquellos días, allí también decidieron pasarse por el arco del triunfo la soberanía nacional y la igualdad de todos los españoles, motivo por el cual Torres, que vive de opinar de todo el fútbol español, se sentía muy emocionado.
Desde luego que si alguien no es como Flick, ni como el catalanobarcelonismo, es Carletto. Ancelotti, que es un señor, está en la diana, últimamente, de los poderes fácticos: Tebas y Hacienda cargan contra él. El Patrón lo quisiera ver lejos de España. Los publicanos, en la trena. Carlo, que tiene más tiros pegados que la persiana de un ucraniano y, por supuesto, mucha calle, resulta incómodo por su manera gallarda de defender a la institución que le paga, no callándose, y también por la molesta querencia de disfrutar libremente del dinero que gana con su trabajo. Hábito este último que comparte con el más sonado candidato a sustituirle en el banquillo madridista, Xabi Alonso; quien puso una pica en Flandes al porfiarle repetidamente a los corchetes de la Agencia Tributaria, muy dados a amenazar con la cárcel a sus investigados y más si son ricos y famosos. Manía que, qué quieren que les diga, linda con la extorsión.
Hans Flick dijo que estaba encantado de ser el Barcelona y no el Madrid, como si el club al que entrena no estuviera siendo investigado en un juzgado de instrucción a cuenta del caso más escandaloso de fraude deportivo conocido hasta la fecha
De extorsiones y chantajes saben mucho en Can Barça. Quizá Flick, que es alemán pero no tonto, se refiera a eso. Puede que esté orgulloso de que su club no dejase participar al Madrid en la Copa de Cataluña durante la Guerra Civil. Madrid, capital de la República, estaba bajo asedio del ejército sublevado y su entrenador de entonces, que era catalán, intentó llevarse al equipo allí con los jugadores que estuvieran disponibles y no en alguno de los frentes. El Barcelona se opuso del mismo modo que luego, acabada la guerra, adoptó una posición institucional y acomodaticia con el nuevo régimen. Tanto como para, más allá de oportunas recalificaciones y campos nuevos, llegar a presentar a su jugador histórico más importante, Johan Cruyff, bajo un busto de Franco.
Eso mientras el Madrid desafiaba la política exterior de la dictadura subiéndose al tren de la Copa de Europa sin pedir permiso al Pardo, yéndose a jugar a Yugoslavia cuando los equipos españoles no cruzaban el Telón de Acero o galardonando a un general del ejército de Israel en franco desafío de la tradicional amistad hispanoárabe. Pero es que el Madrid, como Frank Sinatra, siempre ha seguido su propio camino. Lo normal, en quien es responsable de sus pasos, es saber que los actos tienen consecuencias. A lo mejor Flick de lo que está orgulloso es de la costumbre, tan arraigada en el Barcelona, de saltarse las normas con total impunidad. Un día ya lejano no se presentaron a un partido de Copa y fueron sancionados, castigo convenientemente amnistiado a los pocos meses. Igual que la clausura de su estadio por lo del cochinillo.
A lo mejor Flick de lo que está orgulloso es de la costumbre, tan arraigada en el Barcelona, de saltarse las normas con total impunidad
Son sus costumbres y hay que respetarlas, no hay más que echar un vistazo a la actualidad política nacional para entenderlo.
Carlo Ancelotti, en cualquier otro país, sería venerado como una leyenda. Se le levantarían estatuas, como a Matt Busby en Manchester. Sin embargo, en España, hasta el último gualtrapa se permite el lujo de decirle no sé qué. Incluso los madridistas, y eso que nos ha regalado dos dobletes en cinco temporadas al frente del equipo, dicen que lo que necesita el Madrid es un entrenador. Como Flick, supongo. O sea, un ladino, rasgo característico de los que ocupan el banquillo del Barcelona, profesión que Guardiola transformó en un sacerdocio. Flick parece de esos que cuando ganan son muy buenos, pero que habría que verlos cuando pierdan. Que perderán, más pronto que tarde. Pues, como diría Parejo, humildad, que los aviones también se caen.
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