Fondo Segunda
·14 de noviembre de 2024
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·14 de noviembre de 2024
El Cádiz CF no le coge el ritmo a la categoría. Segunda División está siendo, de momento, como un juego de la comba para los amarillos. La cuerda sigue dibujando círculos a una velocidad de vértigo. Pero ya sea por miedo, por un shock postraumático acarreado de un descenso del que no se consigue recuperar, o por simple incapacidad, no ha conseguido reunir el coraje suficiente para poder entrar a participar.
Almería y Granada ya brincan animosamente con todos los demás. E incluso, en el caso de los nazaríes, se atreven a marcar el compás. No es el caso del Cádiz, al que se le está atragantando en exceso el proceso de adaptación. Ese por el que todos los equipos pasan una vez confirmado su dramático descenso desde Primera División. Existen pocas excepciones. Una de ellas, el ‘rara avis’ Espanyol de hace cuatro temporadas. Los pericos se agarraron al liderato con firmeza en la primera jornada y casi que no lo volvieron a soltar. Un proceso que todos deben afrontar para aclimatarse al nuevo entorno.
Ya no solo a Segunda División. También al fútbol en general. E incluso a la propia naturaleza como le sucede al camaleón. Los cambios, después de todo, son necesarios para poder fluir en consonancia con los nuevos tiempos y necesidades, sin aberrar demasiado. Asegurar el crecimiento sostenido y la posterior evolución que, entendida como tal, realmente nunca ha existido esta temporada desde que Paco López tomase las riendas del equipo. Todo ello ha levantado una polvareda de entusiasmo e ilusión al principio, solo para dejarla asentar después a medida que han avanzado las jornadas.
Cambios apenas se han producido. Hablar de adaptación, por tanto, parece difícil. Ni en la situación clasificatoria, donde el Cádiz aparece cada vez más hundido, ni en las sensaciones destiladas por un equipo desastroso en defensa. El Cádiz sigue tropezando todas las semanas con la misma piedra.
El único que ha conseguido sortearla a través de un rápido juego de pies es Javi Ontiveros. Una de las pocas buenas noticias dentro de unas páginas que solo relatan tragedias. Una de las pocas notas afinadas de una partitura totalmente descompuesta. Un futbolista de una clase excepcional que, cuando aparece, emite un brillo sobre el campo que marca el camino como luz y guía. Una razón de peso para creer en una causa cada vez más perdida.
Ante el Mirandés, fue el marbellí el que fabricó el empate. Y casi que también el triunfo, si el árbitro no se hubiese interpuesto en el camino. Es un talento impropio de esta categoría. Pero Cádiz, no todo puede ser Javi Ontiveros.
Empiezo desde este punto, una fase tempranera de estas líneas, a lanzar el primer aviso: las distancias merecen ser salvadas. Los tópicos, en su caso, podrán ser utilizados. Dicho esto, el caso de Leo Messi en el Barcelona es, quizás, el más reseñable de cómo un único futbolista puede destacar tan sobradamente. Hasta plantarle cara a la misma esencia con la que el fútbol fue creado. Y demostrar así que la calidad individual merece ser tenida en seria consideración en un deporte pensado en su origen para conjuntos.
Hablando en plata, recurriendo en este caso a un doble sentido tan socarrón como efectivo, también son muchos los casos de jugadores que han liderado a sus equipos hasta la cima, respaldando esta teoría. Lo hicieron a base de un rendimiento individual absolutamente descomunal, como Manu Fuster en ese Albacete que fantaseó con la posibilidad de ascenso. O Yuri de Souza, en una Ponferradina que siempre se superó a sí misma hasta llegar a niveles inauditos. Qué decir de Umar Sadiq en aquel Almería que por fin se colocó la corona después de varios años de intentos frustrados por asaltar el trono.
Historias de esta liga, impresas sobre el papel en caligrafía elegante. Grabadas en majestuosa tonalidad dorada. Historias que merecen ser recordadas como relatos de fantasía. O tal vez de inspiración. A las que poder acudir cuando nos invade ese pensamiento de que el carácter místico de esta competición está perdido. O que va camino del receso.
Aunque la realidad de esta competición es mucho más amplia. Alcanza otras cotas. Otras dimensiones. En la otra cara de la moneda, están esos talentos naturales que quedaron emborronados hasta el olvido, por permanecer durante mucho tiempo a la sombra de un desastre en lo colectivo. Descensos, títulos perdidos… La afición siempre tendrá presente a esos héroes desapercibidos. Pero, lamentablemente, el recuerdo del desastre es el que perdura más en el tiempo.
Quizás, es por eso que dicen que el ser humano tiene la puñetera manía de quedarse siempre con lo malo por encima de lo bueno. O, simplemente, es que este tipo de situaciones son las que aprovecha el fútbol para soltarnos el codo como el que no quiere la cosa. Sin mediar ni una palabra pero diciéndolo todo: aquí la cosa va del colectivo.
Por eso, pese a que el partido de Javi Ontiveros ante el CD Mirandés fue de un nivel tan sobresaliente como desconocido en la Tacita de Plata desde tiempos inmemoriales con Álvaro García a las órdenes de Cervera, la afición cadista no termina de soltar el desánimo en el que permanece instalado. La actuación del marbellí fue como una pieza importante del puzle que por fin conectó.
Aunque nadie desatiende al hecho de que el resto, la inmensa mayoría, siguen aún desperdigadas. Perdidas. Desorientadas. La eclosión de Ontiveros es un paso importante hacia adelante, pero no puede ni debe ser el hilo del que cuelguen los motivos de la afición para sonreír cada fin de semana. Y la cabeza de un Paco López que, para muchos, merece ser cortada.
Más aún teniendo en cuenta que la luz que emite el ex del Villarreal B, no es una linterna firme capaz de guiar el camino hacia la salida de este bosque oscuro y frondoso en el que se ha metido el conjunto amarillo. Es una chispa intermitente, no del todo regular, que a veces te da y otras te quita. Por eso, Cádiz, no. No todo puede ser Javi Ontiveros.
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