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La Galerna

·12 de noviembre de 2025

De la mano izquierda al puño de hierro

Imagen del artículo:De la mano izquierda al puño de hierro

La eterna disyuntiva entre la “mano izquierda” y el “puño de hierro” acompaña a la humanidad desde siempre. Gobiernos, empresas, familias, clubes deportivos… todos han debatido, generación tras generación, sobre cuál es el camino más eficaz para dirigir y cohesionar a un grupo.

A mí, desde muy joven, este dilema me resultó fascinante. Siempre me ha atraído la habilidad de ciertos líderes para influir en la conducta de sus equipos sin recurrir al castigo ni a la imposición, sino apoyándose en herramientas tan complejas como sutiles: la persuasión, la escucha, la empatía y el convencimiento genuino.


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Hoy, observando la dinámica del Real Madrid y lo que significa gestionar el vestuario más complejo del mundo, no puedo evitar pensar en el desafío al que se enfrenta Xabi Alonso. Como consultor corporativo y coach ejecutivo, he trabajado con equipos profundamente heterogéneos, donde conviven culturas, prioridades, personalidades, edades, egos y expectativas profesionales radicalmente distintas. Y esa labor, la de “amalgamar” seres humanos para que remen con convicción hacia la misma orilla, es un reto tan apasionante como decisivo.

Por eso no me sorprenden las versiones difundidas recientemente por periodistas e influencers, según las cuales Xabi habría cedido parcial o temporalmente a presiones internas del vestuario. No afirmo que sea cierto; tampoco lo descarto. Lo que sí sostengo es que es absolutamente posible y altamente probable, porque este tipo de tensiones es inherente a cualquier grupo humano de alta exigencia, desde empresas multinacionales hasta equipos de élite.

he trabajado con equipos heterogéneos donde convivían culturas, prioridades, personalidades, edades, egos y expectativas profesionales distintas. Y esa labor, la de “amalgamar” seres humanos para que remen con convicción hacia la misma orilla, es un reto tan apasionante como decisivo

Mi intención aquí no es confirmar lo que ocurre puertas adentro del Real Madrid, sino aportar una lectura profesional sobre un fenómeno universal: cuando la gestión humana falla, ningún talento técnico, ni del entrenador ni de los jugadores,  es suficiente.

Y es ahí donde Xabi debe decidir, consciente o inconscientemente, si su estilo se acercará más a un Mourinho o a un Ancelotti. No por imitar personalidades, sino porque ambos representan dos arquetipos de liderazgo que, bien gestionados, pueden marcar la diferencia entre potenciar un vestuario… o permitir que las fricciones invisibles lo mermen.

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Porque, nos guste o no, la variable “gestión del grupo” es capaz de elevar o hundir el rendimiento de cualquier colectivo, incluso de uno tan excepcional como el del Real Madrid. En un entorno donde los egos, los objetivos individuales, las diferencias económicas, las edades, las nacionalidades y los intereses personales convergen en un mismo espacio, un entrenador queda inevitablemente expuesto. Si no gestiona esas diferencias, corre el riesgo de que el ruido relacional opaque la calidad futbolística.

Por eso defiendo (desde hace años) la figura del “amalgamador”, un rol especializado cuya función exclusiva es armonizar las relaciones internas, anticipar conflictos, gestionar sensibilidades y garantizar que lo emocional, lo relacional y lo cultural no interfieran con lo deportivo. Un rol que en el mundo corporativo ya es habitual, pero que en la élite deportiva se sigue ignorando, pese a que cada vez se valora más la especialización y se incrementa la inversión en otras áreas: nutrición, psicología, biomecánica, análisis de datos, fisiología, porteros, preparación física, etc.

Y, sin embargo, pocas cosas afectan más al rendimiento que la calidad de la convivencia interna.

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Lo ideal, por supuesto, es que el entrenador sea un técnico excepcional y un gestor humano extraordinario. Pero pedirle que encarne ambas figuras al 100% es tan irreal como injusto. Quienes rodean al entrenador deberían complementar, no cargar, su rol. A un director técnico hay que facilitarle un entorno fértil para que sus ideas puedan florecer con naturalidad.

El riesgo para Xabi Alonso (y para cualquier líder en cualquier sector) es que su extraordinario potencial profesional quede condicionado por tensiones y fricciones que nada tienen que ver con el fútbol, pero que son capaces de alterar entrenamientos, dinámicas internas, alianzas, esfuerzos colectivos y, finalmente, resultados.

Lo ideal, por supuesto, es que el entrenador sea un técnico excepcional y un gestor humano extraordinario. Pero pedirle que encarne ambas figuras al 100% es tan irreal como injusto

Ojalá que, aun sin esa figura experta en armonizar el entorno humano, Xabi logre dar con la tecla que permita al Real Madrid maximizar su enorme capacidad competitiva. De lo contrario, veremos (más veces de las que la lógica deportiva justificaría) cómo equipos con recursos muy inferiores logran competirle, e incluso superarlo, simplemente porque han sabido gestionar mejor aquello que no se ve: la armonía, la cohesión y la disposición de trabajar por el equipo.

Porque en el fútbol, como en la empresa y como en la vida, no ganan siempre los más talentosos. Ganan quienes saben relacionarse mejor.

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