
La Galerna
·3 de julio de 2025
Despacho de ultramar III

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·3 de julio de 2025
“Hoy juega el Madrid”, pienso al despertar. Es una emoción extraordinaria, reconocible y gozosa hasta la más recóndita médula de mis huesos. Lo he sentido siempre: algo que no se puede nombrar con palabras humanas va a pasar en alguna cruz marcada puntualmente sobre la geografía del planeta. Esa mañana es diferente, ese día señalado es fundamentalmente distinto a todos los demás porque sé que a una hora determinada el Real Madrid —que no es una entelequia inasible sino una masa viva de gente, ideas y sentimientos concretos— se volverá fiesta, combate y agonía sobre el rectángulo verde.
Los días en que esos once jugadores de blanco persiguen un balón (porque la victoria, lo sabemos todos, es redonda) me levanto de la cama, camino a la ventana, recorro la cortina un poco para inspeccionar el mundo y me doy cuenta de que la luz es buena y que haber nacido fue lo mejor que me pudo haber pasado. Luego suspiro y pienso que un día ya no estaré aquí para verlo, aunque para mi fortuna y la tuya, ese día, bendito sea Dios, no es hoy. No te conozco pero sé bien, sin estar al tanto siquiera de tu nombre, que a ti te pasa exactamente lo mismo. Amanece siempre distinto entre quienes han comulgado con la gloria.
Así fue, pues, el otro día (1 de julio de 2025) cuando en Miami el Real Madrid C.F. se enfrentó a la Juventus F.C. La experiencia de alivio derivada del partido anterior me hizo anticipar una jornada placentera o por lo menos una en la que la victoria volviera con nosotros a casa; claramente sucedió más lo segundo que lo primero. El partido fue de menos a más y subrayo más la porfía que la funcionalidad. No me importa. Es más fácil perfeccionar los algoritmos tácticos cuando se van acumulando victorias. “Lo importante es volver a ganar”, recuerdo que decía Zidane tras un tropiezo: no se equivocaba.
“Hay brotes verdes”, dicen algunos, y yo también lo creo; rodeado de tantos desencantados del fútbol y de la vida, me es imperativo imponer las voces de la esperanza, de una esperanza afincada en hechos y no en deseos: Gonzalo García es una realidad de tres goles en cuatro partidos, lo mismo que Güler con más de cien intervenciones con noventa y dos por ciento de efectividad en pases. Valverde sigue siendo fiel a su vocación de guerrero total: seis remates, cuatro entre los tres palos; cinco ocasiones creadas; veintinueve transiciones en el último tercio del campo; seis recuperaciones y noventa y tres por ciento de precisión en los pases. Don Federico es un marine que no entiende la vida como mero capricho de la voluntad sino como una serie de misiones que cumplir exitosamente. El uruguayo se va llenando el pecho de medallas asaltando trincheras enemigas.
Los días en que esos once jugadores de blanco persiguen un balón (porque la victoria, lo sabemos todos, es redonda) me levanto de la cama, camino a la ventana, recorro la cortina un poco para inspeccionar el mundo y me doy cuenta de que la luz es buena y que haber nacido fue lo mejor que me pudo haber pasado
Tal es lo que veo ahora mismo, sobre todo teniendo en cuenta el contexto en el que el nuevo entrenador ha debido asumir el reto enorme de esta competencia. Aunque acaso sea necesario aclarar que no me son ajenas las irrupciones recurrentes de antiguos vicios del equipo: los comienzos flojos (salvo en el caso del partido contra el F.C. Red Bull Salzburg), las ocasiones concedidas como consecuencia de una falta de concentración endémica, los laterales —vacilantes en defensa y tímidos al abordaje—, el medio campo propenso al desorden…
Pensemos ahora en términos dramáticos, es decir, teatrales. El montaje de una obra supone más que la memorización del guion. En un momento resulta necesario implementar algo denominado el “marcaje” o puesta en escena corporal; se trata de la intervención del director para que sus actores se desplacen por el escenario e interactúen entre ellos —y con los objetos— tal como él lo desea. Es un proceso cansino y que supone memorización mecánica. Toma tiempo, sí, pero da sus frutos: sin el marcaje cada uno va a su aire, produciendo el efecto ridículo de actores que chocan entre sí, que no saben qué hacer con las manos, que se ponen nerviosos y esto, como es evidente, afecta su desempeño histriónico. No importa lo talentoso que sea un actor o actriz, si no sabe dónde debe estar parado, el resultado de su esfuerzo interpretativo será siempre mediocre. Pues bien, en esas estamos todavía.
En el Madrid no hay paciencia, dicen muchos. Pues debe haberla y la hay, digo yo; si no lo cree, recuerde la temporada anterior. No se puede intervenir a saco a las primeras de cambio con tal de arrojar carne cruda a la charca de caimanes hambrientos alentados con sevicia desde la prensa. Gestionar el talento, por grande que este sea, supone incluir al tiempo en la ecuación y, más concretamente, pensar a largo plazo, algo que prácticamente ha desaparecido en este nuestro mundo tiktokizado. Los que hemos vivido en el campo entendemos que no se puede segar mañana lo que hemos sembrado hoy; los demagogos populistas de la acera de enfrente hacen todo lo contrario porque son un fraude piramidal, un engaño festivo apalancado en complicidades políticas, propaganda vomitiva y una grey infantilizada.
Solo hay dos clases de personas que quieren imponerle al Madrid sus ritmos vitales: los perversos y los mentecatos. Paciencia crítica es lo que pido yo, una paciencia que no sea ciega ante los hechos, pero que permanezca sorda ante los ruidos del exterior, que terminan siempre por inocular su veneno a grandes sectores del madridismo pusilánime. Vendrán victorias y derrotas, vendrán títulos, vendrá un equipo bien fraguado y la gloria continuará quemando sus inciensos en avenida Concha Espina y Paseo de la Castellana porque tal es, amigos míos, la hermosa y dulce fatalidad blanca: la épica se encuentra a sus anchas en nuestra casa.
Solo hay dos clases de personas que quieren imponerle al Madrid sus ritmos vitales: los perversos y los mentecatos. Paciencia crítica es lo que pido yo, una paciencia que no sea ciega ante los hechos, pero que permanezca sorda ante los ruidos del exterior, que terminan siempre por inocular su veneno a grandes sectores del madridismo pusilánime
Nota Bene: Con la goleada anecdótica que le propinó el F.C. Bayern Munich al Auckland City F.C., los detractores del Mundial de Clubes de la FIFA 2025 se desgarraron las vestiduras asegurando que el asunto era un “coñazo”, es decir, una competición condenada a producir entre la audiencia un tedio infinito. Al parecer no habría sorpresas, todo era previsible y las gallinas de arriba terminarían cagándose en las de abajo, tal como solía decir con vulgar precisión un amigo mío. Pues bien, la otra noche (30 de junio de 2025) el Al-Hilal S.F.C. derrotó al Manchester City F.C. de Pep Guardiola. Fue un partido trepidante que disfruté como un niño viendo el número de los payasos en el circo. Sin embargo, me confundí un poco a la mañana siguiente al ver que los mismos apóstoles de la sorpresa y la espontaneidad se quejaban porque aquello “no era posible” y el asunto solo revelaba lo que “ya se sabía desde el comienzo”, esto es, que los equipos de Europa no se estaban tomando el asunto en serio. Afirman impúdicamente una cosa y la contraria con tal de atizar los fuegos de su incurable rabia. Ahora más que nunca quiero que el Madrid gane esta copa del mundo. Anticipo ya —con morbosa satisfacción— sus aullidos de lobas desesperadas. Sería, además de justo, tan bello.
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