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·26 de octubre de 2025

El Madrid-Barça y el ciclo de Toshack

Imagen del artículo:El Madrid-Barça y el ciclo de Toshack

Se acabó el partido contra el Atleti y daban ganas de dejarlo todo. Nos habían metido 5, lo nunca visto, y era evidente cómo iba a reaccionar el rival: si se han pasado medio año hablando de un penalti mal tirado, el recuerdo de una goleada tan abultada puede durar por lo menos medio siglo. Muy bien, que les aproveche, no tiene remedio ya. Ahora bien... ¿cómo rehacerse desde el lado madridista?

La primera reacción fue, claro, el abandono. Menuda estafa de equipo sin alma ni garra, yo a estos sinvergüenzas no vuelvo a verlos. Perder siempre es una calamidad cósmica en el Madrid, pero lo imperdonable de verdad es la falta de ganas. En especial cuando te enfrentas a equipos para los que doblegar al Madrid es su objetivo más satisfactorio, que ya son casi todos. Algún día habrá que hacer un recuento humorístico de cuántos clubes creen tener una rivalidad con el Real Madrid.


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Desde la óptica blanca, sin embargo, sólo se admite la pugna con lo imposible —o sea, con el Madrid mismo— y, si acaso, unos pocos ogros a veces monstruosos y a veces domesticados: Bayern, Liverpool y aún esperamos la resurrección del Milan... ¿y el Barça? Sí, claro, el Barça, cómo no. El primero de la lista de quienes sueñan con ser califa en lugar del califa, con todas las pulsiones freudianas a flor de piel y esa cosa tan española —mal que les pese a algunos— de menospreciar los méritos del mejor.

Para ser sinceros, tengo que decir que durante años vi a un Barcelona tan pujante y con el viento de la historia tan a favor que daba visos de ser el rival de talla colosal definitivo, más allá de la conveniencia de una némesis a la que combatir. Pero ese tiempo pasó y, ahora que sabemos de dónde salía el fuelle de ese viento, es oprobioso concederles semejante categoría. El Barça ya debería haber sido castigado y, mientras eso no suceda, lo mínimo es castigarlos en el campo. Sin embargo, ha sucedido lo contrario demasiadas veces: dar una paliza al Madrid se ha hecho para los blaugranas una costumbre balsámica, un remedio legitimador de sus tropelías, el espejismo de ser el mejor club del mundo, més que un club, el centro del universo y lo que haga falta. Este domingo vuelven al Bernabéu y el partido resuena como una historia conocida, aunque con matices.

El Barça ya debería haber sido castigado y, mientras eso no suceda, lo mínimo es castigarlos en el campo

Esta vez, ni los aficionados ni el incipiente proyecto de Xabi Alonso pueden tolerar otra derrota humillante. La desconexión del equipo con la grada (o con quienes fueron la grada antes de que esta se llenase de turistas accidentales) es el único verdadero temor que cabe en este partido. Y al pensar en esa posibilidad regresa la misma sensación que quedó tras lo del Metropolitano, con el inevitable ciclo marcado por J. B. Toshack hace casi tres décadas como un metrónomo del desencanto que también puede parafrasearse desde el punto de vista del espectador: el primer día no quería saber nada de ninguno, el segundo empecé a pensar que la cosa no estaba tan mal y, al tercer día, como mandan las Escrituras y el delirante calendario del fútbol, ya se había resucitado en mí toda la fe del universo. Cada vez que me dan un rato vuelvo a vivir, como siempre, deseando volver a ver sobre el césped a los once cabrones vestidos de blanco.

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Y hay que decir que el equipo respondió y se rehízo bien después de la primera derrota de la temporada. Colaboraron a ello el propio Atleti y el Barça con sus respectivas impotencias, incapaces de sostener un ritmo de victorias constante. Pero entonces vino el infame parón de selecciones, que hace del fútbol de clubes un gatillazo permanente, un campeonatus interruptus, con el agravante de servirnos a la vuelta dos partidos odiosísimos de jugar y de ver. Getafe y Juve han establecido en el peor momento posible una distancia enorme con la promesa fundacional de Xabi: que el madridista se encienda. A cambio se han brindado dos victorias que dan sosiego para construir y crecer, pero como en un eterno retorno volvemos a estar al principio del ciclo. Lejos de encender nada, de momento nos conformamos con no apagar la tele.

Así nos llega el Barça y este será el partido que determine si el equipo va en serio o no. Para los jugadores quizás no tenga esta dimensión, pero desde afuera esperamos con ansiedad que quienes se vistan la camiseta —a la que Gareth Bale llamó hace poco con respeto reverencial that clean, crisp white shirt of Real Madrid— cumplan con lo esperado: que sean, antes que nada, nuestros once cabrones en el campo.

La desconexión del equipo con la grada es el único verdadero temor que cabe en este partido. Y al pensar en esa posibilidad regresa la misma sensación que quedó tras lo del Metropolitano, con el inevitable ciclo marcado por J.B. Toshack hace casi tres décadas

¿Es eso posible a estas alturas y con estos mimbres? Courtois ha presentado esta semana credenciales a rajador y, además, lo ha complementado con una actuación memorable que nos retrotrae a sus mejores días. Ejercer de cabrón no le ha sentado nada mal, pero necesitamos uno fuera del área. Mi opción favorita, claro está, es Bellingham. En su fulgurante primer año se le comparó mucho con Zidane, y es cierto que a veces uno tiene la sensación de ver en él su zancada, su ocupación del espacio, su plasticidad corporal, su pie fino y su potencia hacia el gol. Sin embargo, hay otro aspecto de Zizou que también tiene y no es menor: Jude es de mecha corta. Los árbitros ya han tratado de afeitárnoslo, como los cuernos de los toros —y tal como se ha hecho con Vinícius hasta sacarlo de rosca demasiadas veces—, enviándolo a la ducha por un fuck off o un it’s a fucking goal (...when in fact, it was), pero sigue siendo el candidato más sólido para coger en volandas al equipo cuando toca y empujarlo hasta meter al rival dentro de su portería.

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Para el futuro guardo la elocuente promesa de Mastantuono, ser un hincha en la cancha, que es justo de lo que estamos hablando, pero aún es hipotético el día de su jerarquía, por simple cuestión de estatus. Y en los demás veo fogonazos, gotitas de mala leche, pero la gran esperanza debe ser, precisamente, quien los comanda desde el banquillo. Xabi Alonso tenía la ventaja de no parecer un cabrón, pero repartía más que un cartero en Navidad. Era exquisito y leñero, tenía nervio y corazón, como predica el himno. Con él en el centro del campo tuvimos batacazos y gloria, pero siempre dejó el aroma de lo legítimo.

Ahora tiene un equipo en construcción y aún debe demostrar si ha sido capaz de insuflarle algo de ese espíritu. Hay millones de madridistas que los veremos llegar hasta donde alcancen, sea el cielo o el infierno, y que regresaremos de cada pedrada con nuestras esperanzas siempre renacidas e invencibles. A cambio sólo le pedimos que el domingo vuelva a poner en el césped a once jugadores y todos consigamos reconocer en ellos a los mismos que están en nuestros recuerdos y nuestros sueños: los once cabrones de blanco impoluto, dispuestos a enmierdarse hasta quedar cubiertos de gloria.

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