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La Galerna

·10 de junio de 2025

El Mundial del sobrero

Imagen del artículo:El Mundial del sobrero

Ya, por fin, tras estas dos semanas de detox, vuelve la Copa del Mundo de Clubes, un experimento que ya se probó hace veinticinco años. Vuelve revitalizado por ingentes cantidades de dinero. Entonces se jugó en Brasil, aunque, para qué nos vamos a engañar, fue un poco de aquella manera. El Madrid la jugó, pues, naturalmente, ¿cómo se va a jugar un Mundial sin el Madrid? Aunque hizo el ridículo. El equipo venía de ganar la Intercontinental en Tokio, que era lo que de verdad ponía a la gente en aquella época. La cosa esta parecía hecha a propósito para que la ganaran los brasileños, como así fue, se la quedó el Corinthians tras ganar en Maracaná al Vasco de Gama, al que el Madrid había derrotado dos años antes. Nadie se lo tomó demasiado en serio y no se volvió a jugar. La Intercontinental siguió existiendo casi diez años más y el fútbol brasileño se extinguió como una civilización anémica tras el último fulgor del Mundial de Corea y Japón.

Esta Copa del Mundo parece como esos toros sobreros que piden, y pagan, a veces los toreros, por pundonor, cuando la faena ha sido un desastre y anhelan el desquite.


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Esta temporada ha sido tan amarga que los madridistas necesitábamos una desconexión. Han pasado sólo dos semanas, pero se nos han hecho cortas: el descanso debía durar hasta septiembre, por lo menos. Como nos tomamos, en realidad, nuestra afición con animus iocandi, nos olvidamos pronto de las penas negras. Llega el Mundialito para saciar la inextinguible sed de novedades del madridista promedio, beatus ille. El equipo que competirá en los Estados Unidos de América será un curioso puzle, desde luego. La experiencia, en todo caso, no puede servir de ninguna manera para testar en serio a Xabi Alonso, pero ¿quién sabe lo que puede pasar? El florentinismo, en ocasiones, tritura los proyectos antes de empezar, véase Camacho, o hasta Lopetegui, maldito desde el mismo día de su presentación. Esperemos que éste no sea el caso.

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La Copa del Mundo de Clubes viene a sustituir, en realidad, a la vieja Intercontinental, aunque ahora esta haya regresado, con el mismo nombre pero con otro trofeo, para relevar a su vez al Mundialito que la sustituyó a finales de la primera década del siglo XXI. El antecedente directo de este torneo es la Pequeña Copa del Mundo, de la que el Madrid ganó dos: una competición que trataba de enfrentar a los mejores equipos de Europa y de Sudamérica antes de que naciera la misma Copa de Europa, y que se organizó durante un lustro en Venezuela hasta que la Copa Intercontinental liquidó su carácter amistoso y el secuestro de Di Stéfano terminara por conseguir que los europeos rehuyeran la aventura.

Aquella primera Copa del Mundo que ganó el Corinthians la jugaron ocho equipos. Sólo tres de ellos no eran ni europeos ni americanos: uno de Marruecos, otro de Arabia Saudí y otro, australiano. En realidad, sólo del equipo árabe, curiosamente el Al-Nassr, se puede decir que estaba fuera de la esfera eurocéntrica. Hace veinticinco años el mundo del soccer seguía reduciéndose a las dos orillas del Atlántico, en realidad a Europa y a la América de tradición latina. En un cuarto de siglo el fútbol se ha globalizado irreversiblemente, aunque los auténticos triunfadores de ese proceso, como siempre, son una élite extractiva occidental, a la que el Madrid pertenece.

En Barcelona, aunque disimulen, están rabiando: existe la posibilidad de que el Madrid, con un poco de suerte, se redima en unos cuantos partidos y mande al desván del olvido la hipervitaminada temporada de los chicos de Flick

Recuerdo aquel primer Mundial. Tenía algo como infantil, de pseudocompetición. Era casi, casi, amistosa. El Madrid estaba hecho unos zorros, aunque cinco meses después se trajo de París la Octava. Hay una foto de Guti y Roberto Carlos mirando desde la banda cómo el Madrid se quedaba fuera de la final por un gol de diferencia. Así me parece todo lo que se va saliendo del viejo surco: una chiquillada, un juego de niños, de niños grandes, en lo que están convirtiendo la industria del fútbol, otra casa de muñecas para el homo ludens que habita masivamente el mundo hoy.

Ahora, el Real viaja a Norteamérica con Modric y Lucas Vázquez, que no seguirán; sin un lateral izquierdo ni tampoco un creador de juego ni un delantero centro Joselu style. Será interesante ver cómo se lo plantea Alonso. Quizá reduzca el problema a una cuestión esencial: carriles largos y maximizar a Mbappé y a Vinícius.

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Sí que es verdad que la perspectiva de que Trump entregue la copa, en Nueva York, alimenta mucho la hoguera de las vanidades. En Barcelona, aunque disimulen, están rabiando: existe la posibilidad de que el Madrid, con un poco de suerte, se redima en unos cuantos partidos y mande al desván del olvido la hipervitaminada temporada de los chicos de Flick. La banda de la venda no jugará este torneo y el mundo se quedará huérfano de las virguerías del eterno adolescente Lamine Yamal, lo que aumenta la tentación que le produce al madridista una copa nueva.

De todas formas sigo pensando que la vieja Intercontinental tenía más lustre, un sabor clásico a literatura y a belleza. El fútbol de verdad sigue siendo el que se juega en Europa y Sudamérica, por más que el subcontinente iberoamericano se haya transformado en una cantera de las grandes ligas europeas. El dinero del petróleo pérsico puede comprarlo todo pero, de momento, sólo pueden acceder a llevarse lo que en Europa sigue sobrando. De todas formas, este Mundialito como apéndice de una temporada en liquidación tiene algo irremediablemente antinatural, como mal hecho. Antes, estas cosas servían para comprobar, antes de Navidad, cómo iban a ir las cosas. Ahora, el equipo cruza el río como un jinete, a contracorriente, y creo que vale con sencillamente sobrevivir.

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