
La Colina de Nervión
·13 de octubre de 2025
El secreto de Matías Almeyda

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·13 de octubre de 2025
El secreto de Matías Almeyda es que no tiene secreto: todo está a la vista. Basta saber mirar. Lo que distingue a su Sevilla Fútbol Club es el grado de coordinación inconsciente, esa armonía táctica que surge sin necesidad de mando directo. Lo que la ciencia denomina estigmergia explica buena parte del fenómeno: un mecanismo de coordinación indirecta en el que las huellas que deja cada acción orientan las siguientes, generando un flujo colectivo de inteligencia distribuida.
En el fútbol, el medio compartido donde se inscriben esas huellas es el campo de juego. Cada pase, desplazamiento o gesto corporal actúa como una señal que los compañeros interpretan sin comunicación verbal. El movimiento del balón indica intención y ritmo; la presión rival reconfigura el mapa de decisiones; la posición del cuerpo anticipa jugadas. Así, los jugadores sincronizan movimientos y decisiones de manera automática, como un sistema biológico autoorganizado.
Los grandes equipos, como el Barcelona de Guardiola, son ejemplos de inteligencia distribuida: su estructura táctica emerge de la interacción continua entre jugadores y entorno. En ellos, el conocimiento no reside en un cerebro individual, sino en las trayectorias, los ritmos y las señales sensoriomotoras que todos leen y actualizan. La estigmergia revela cómo la coordinación colectiva humana puede emerger espontáneamente cuando el entorno funciona como canal cognitivo compartido.
El fútbol, así entendido, es un sistema sociotécnico complejo donde las interacciones múltiples generan patrones globales no triviales. Existen regularidades en los movimientos, áreas de influencia estables y una estructura temporal que sugiere memoria colectiva. Esa “atmósfera” del equipo —la lectura inconsciente del entorno— se construye en tres fases: entrenamiento, motivación y ejecución, cuando el pensamiento consciente cede a la inteligencia distribuida del grupo.
El planteamiento táctico de Almeyda ante el Barcelona fue una lección de estigmergia aplicada. Primero, reforzó el centro del campo con Sow como infiltrado, generando superioridades donde más dolía al rival. Segundo, impuso marcajes al hombre sobre los creadores azulgranas, anulando su juego interior. Y tercero, combinó presión alta y transiciones veloces que castigaron cada pérdida. Todo ello estuvo sustentado en una condición física excepcional y en una lectura compartida de las señales tácticas.
Este Sevilla Fútbol Club no depende de una estrella ni de un goleador único: el equipo es quien marca. Los tantos repartidos entre la plantilla prueban su carácter de red policéntrica, capaz de reorganizarse ante cualquier baja. Como en la web primitiva o en el cerebro humano, la desconexión de un nodo no bloquea el sistema, que se adapta y continúa funcionando.
La estigmergia es, pues, el verdadero secreto —o no secreto— de Almeyda: la autocoordinación emergente de un colectivo que actúa como organismo vivo. No es una fórmula infalible, porque el rival también la emplea, pero sin ella el esfuerzo se multiplica y las victorias se vuelven escasas. Los equipos ricos pueden permitirse ignorarla; los modestos, como el Sevilla Fútbol Club, no. Almeyda lo ha entendido: su fútbol es ciencia encarnada en pasión. Bienvenida, estigmergia.
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