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La Galerna

·23 de diciembre de 2025

Finalista VI Certamen de Cuentos Madridistas de Navidad

Imagen del artículo:Finalista VI Certamen de Cuentos Madridistas de Navidad

Gloria in excelsis Deo

El Belén de mi casa es heterogéneo, mezcla todo tipo de figuras en diferentes espacios, formando combinaciones que, a primera vista, pueden parecer antagónicas, pero que con los años terminan convirtiéndose en inseparables. Los Reyes Magos, en su recorrido hasta el Portal de Belén, se pueden cruzar con Darth Vader, un dinosaurio o una vieja teja de una tenada de Burgos. En nuestro Portal conviven en armonía La guerra de las galaxias y la Sagrada Familia. Hay figuras clásicas —pastores, ovejas, gallinas, ríos y montañas— legadas por nuestros abuelos, cohabitando con las que mis hijos (hoy ya casados), mis padres (ya fallecidos) y mis nietos (que ahora mismo corretean por el salón) han ido añadiendo en forma de juguetes infantiles, recuerdos de viajes, tarjetas navideñas o celebraciones.

—¿Y si llevamos esa teja con musgo para el Belén?


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No todos los juguetes encajan en nuestro Portal. Igual que hay personas que no se acoplan a nuestras vidas y otras que se hacen inseparables y nos acompañan hasta que partimos, hay juguetes que se cuelan para siempre entre pastorcillos y carpinteros, mientras que otros se quedan a las puertas. ¿Puede el Portal de Belén dar cabida a un velocirraptor? Nosotros sabíamos que Dios, en su infinita misericordia, había bendecido el dinosaurio que Lucas, mi sobrino, en pleno éxito de Parque Jurásico, había colocado hacía más de dos décadas junto al buey y la mula, allí, al ladito del Niño Jesús. Siempre imaginé que nuestro Belén, cuando nos acostábamos, cobraba vida, como si fuesen los juguetes de Toy Story. Podía ver el buey volando, al velocirraptor persiguiendo gallinas, a los Reyes mirando las estrellas y a san José subido a un coche de hojalata que nunca supimos de dónde había salido.

Felicitaciones navideñas de la familia, algunas de ellas de más de 75 años, pequeños belenes —desde miniaturas en metal hasta figuras africanas que había traído mi tía monja de Fernando Poo—, acebo, que siempre acababa pinchando nuestros dedos al colocarlo, un plato de la virgen de Lourdes, campanas, corales, un gato chino de esos que mueven el brazo sin parar, habas resecas de las que me tocan (casi siempre a mí) en el roscón… Todo tiene cabida en nuestra vida, en nuestro Belén y en nuestra dicha por vivir la Navidad.

El Belén de mi casa y el madridismo de mi familia siempre han ido de la mano. Entre todas las figuras hay dos que destacan, omnipresentes, las que coronan el Portal acompañando al Arcángel Gabriel. Son Raúl y Zidane, vistiendo la camiseta blanca y haciendo, cada uno de ellos, uno de sus gestos característicos: Zidane rematando la volea de las voleas y Raúl mandando callar a un estadio. Aparecieron allí de la mano de mi hija. No negaré que yo, encaminando sus pasos hacia esta pasión tan blanca, tuve algo que ver en ello. Digamos que guie su mano para que los colocase en lo más alto, al lado de ese Arcángel que dio la buenanueva al resto. Gloria in excelsis Deo.

Y ahí siguen, eternos, iluminando nuestra fe.

Ayer monté con mis nietos y mi mujer el Belén. Llevamos un par de años que lo hacemos así. Mis dos nietos vienen a casa, merendamos chocolate con churros, montamos el Belén y se quedan a dormir. Son felices y nosotros más. A nuestra edad, los niños nos iluminan.

Todo quedó perfecto, menos la guirnalda de luces, que no funcionaba. Hoy por la mañana me he levantado temprano y he salido a comprar una nueva. Al volver, he entrado en el salón, he enchufado las luces y las he colocado alrededor del Belén. Me he separado un par de metros y he notado que algo no iba bien, que algo faltaba. Tardé un poco en darme cuenta; algunas veces lo más visible suele ser lo más oculto: Zidane y Raúl habían desaparecido.

—Julia —pregunté a mi mujer—, ¿has cogido a Zidane y Raúl?

—No, ¿por qué?

—No están.

—¿Cómo que no están?

—Estaban en el Belén, ya sabes, donde siempre, y ahora no están.

—Se habrán caído.

—No, ya he mirado, no están ahí. ¿Habrán sido los niños?

—Imposible, ni se han levantado.

Abrí lentamente la puerta de su cuarto, que permanecía prácticamente igual que cuando mis hijos se habían emancipado de casa, y vi a mi nieta con las figuras en sus manos, moviéndolas en el aire. Al verme, dio un respingo y las escondió bajo las sábanas.

Me acerqué.

—Cariño, ¿no habrás cogido alguna figura del Belén?

Ana desvió la mirada.

Mi nieta sabía perfectamente quiénes eran Zidane y Raúl. Mil veces le había hablado de ellos, vistiendo sus hazañas, magnificándolas. Habíamos inventado juegos de buenos y malos, de leyendas, mitos, glorias y victorias. Mil veces le había inculcado, igual que mis padres habían hecho conmigo, mi madridismo.

—Sí, abuelo, he sido yo, pero ha sido sin querer.

—A ver, enséñamelos.

Ana sacó las manos de debajo de las sábanas. En cada una de ellas tenía una figura. Raúl y Zidane sonreían.

—Quédatelos, corazón, contigo están muy bien. A Jesús le va a encantar; Dios es madridista.

Imágenes: Grok y Gemini

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