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La Galerna

·23 de diciembre de 2025

Finalista VI Certamen de Cuentos Madridistas de Navidad

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Un pacto de Navidad

Sábado, 19 de diciembre de 2025

¡Dios mío Santo! ¿Se puede saber cuál es la razón por la que cada año guardas las cosas de Navidad en el estante más alto y recóndito del trastero? —preguntó él desfondado, apoyando una caja de cartón de un tamaño considerable sobre la mesa del comedor.


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Siguiendo mi método, bueno, adaptando el de Marie Kondo, lo que menos se usa debe quedar más oculto, y lo de uso frecuente, más a mano. Así de sencillo, todo en su sitio, ordenado.

Él la miró con resignación, era demasiado temprano para comenzar a discutir.

—¿Vas a presentar el relato a La Galerna? Yo ya he enviado el mío a primera hora.

Él sacó al Niño Jesús de su caja, lo miró con ternura y puso todo su empeño en dulcificar el tono de su respuesta.

—Pues no lo sé. Ando tarde, como siempre. No sé por qué se empeñan en hacer pública la convocatoria con tan poco margen de tiempo.

—No hay por qué esperar, yo empecé a trabajar en mi cuento a finales de septiembre.

Él se centró esta vez en la mirada de José que despertaba de su letargo anual. Si el santo pudo solventar con éxito una paternidad puesta en entredicho —pensó—, a él no iba a amilanarle el poco tiempo con el que contaba para escribir un relato de 500 palabras.

—Esta tarde me pongo.

—¿No vas al partido?

¡El partido! Andaba tan despistado como el Rey Baltasar, que acababa de liberar del papel de periódico, en su camino hacia Belén.

—Sí, claro, termino de montar el belén y me voy.

—¿Y el relato?

Ya no quedaban figuras que mirar para edulcorar su réplica.

—Soy bastante más rápido que tú escribiendo, no necesito empezar a pensar en la Navidad allá por finales de verano.

Hacía frío, pero el sol brillaba en la última tarde de otoño.

Fue con tiempo. Viajó en metro. Bajó en Concha Espina y recorrió paseando la calle homónima. Tenía la esperanza de encontrar un punto, una pequeña traza de inspiración.

Tomó un café americano, como acostumbraba antes de cada encuentro, en un bar de los aledaños del campo. La televisión retransmitía la misma información pseudodeportiva y aburrida de siempre: la crisis blanca, lo crucial del partido frente al Sevilla, Xabi Alonso… Por un momento se imaginó al míster poniendo el nacimiento en su casa, intentando asumir las críticas, aplacando la ira, como él había hecho horas antes, contemplando las dulces caras de los protagonistas del misterio. Sentía un vínculo objetivo con él; había nacido en el mismo pueblo guipuzcoano, había conocido a su abuelo, conservaba un autógrafo de su padre y, como euskaldún, llamaba jaiotza al belén.

Ni el paseo ni el café ni el informativo llegaron a inspirarle. Hubo un conato con Xabi Alonso, pero no fraguó.

El partido terminó. Parafraseando a otro ilustre vasco, el Madrid venció pero no convenció.

Domingo, 21 de diciembre de 2025.

Se levantó temprano por eso de que a quien madruga Dios le ayuda. Se sentó frente al ordenador, fue un esfuerzo baldío. Leyó el relato de ella, buscando inspiración; de nada sirvió, solo para sentir una sana envidia. ¡Cómo podía ser así de organizada!

Miró las crónicas del partido mientras desayunaba por segunda vez. Se había propuesto cuidarse antes del pistoletazo de salida de la Navidad, pero desde la Inmaculada se había sumido en un caos gastronómico del que no sabría salir a flote hasta Reyes y eso, con mucha suerte.

Abrió la página de La Galerna para cerciorarse de que había leído bien las bases del concurso, con la esperanza de que el plazo de presentación se hubiese demorado: “y se cierra el 23 de diciembre del mismo año a la misma hora”. La misma hora eran las cinco de la tarde.

No consiguió levantar ni una línea. No había esquema de juego, ni brillo, ni transición efectiva ni gol tras un argumento en profundidad, ni sorpresa en el añadido. En conclusión, la inspiración ni venía ni se la esperaba. Pensó en abandonar.

Lunes, 22 de diciembre de 2025

Sin saber cómo, se encontró de buena mañana en la salida del Metro. Enfiló la calle que había recorrido tantas veces. Recordó la explosión blanca de la busiana en el enfrentamiento de los blancos contra el Arsenal en la Copa de Europa, desde su inicio en Concha Espina hasta la Plaza de los Sagrados Corazones.

Entró en un bar que no solía frecuentar, se sintió atraído por el soniquete del sorteo de la lotería que escuchó cuando la puerta del establecimiento se abrió inesperadamente ante él.

Se acercó a la barra; sin mediar palabra el camarero le sirvió dos Aperol Spritz.

A través del espejo vio tras de sí a una mujer con sombrero, morena, de ojos profundos, sentada a una mesa, que le hizo una seña para que se reuniese con ella.

Cogió los cócteles en sendas manos, se giró sobre sí mismo y se encaminó hacia ella. Saludó. La mujer le sonrió. Dejó las copas sobre la mesa y se sentó.

Ella tomó su copa y dio un sorbo largo y pausado a la bebida. Él la imitó.

—Buenos días —dijo ella.

—Buenos días —respondió él mirando a su alrededor y percatándose de que estaban solos.

—Supongo que no sabe quién soy, aunque conozca de sobra mi nombre.

Él, un tanto confundido, negó con la cabeza.

—Tranquilícese, estoy aquí para ayudarle.

Acto seguido la mujer sacó un cartapacio y lo abrió; de él afloraron unos folios amarillentos.

—Esto es para usted. Un regalo de Navidad. Los escritores estamos para ayudarnos cuando la inspiración se va de vacaciones.

Él tomó el manuscrito y leyó en voz alta el título de la portada: Un pacto de Navidad.

—Solo tiene que teclearlo en su ordenador y enviarlo.

Él asintió.

—A cambio le pido una única cosa—manifestó ella en un tono afable—: quiero el premio, quiero la camiseta firmada.

—La camiseta es suya, señora…

Ella apuró la copa de Aperol, acto seguido rodeó su cuello con una bufanda blanca, se levantó y dio media vuelta en dirección a la puerta de salida. Antes de franquearla se giró y dijo en voz alta: “Concha, me llamo Concha Espina”.

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