Diario UF
·10 de mayo de 2021
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La magia del fútbol se encuentra en su diversidad. Más allá de llevar un balón a los pies y disparar, multitud de pequeñas acciones hacen del deporte más bonito del mundo también el más preciosista.
Penaltis, córners, saques de banda… y tiros de libre directo. Y en este aspecto, uno de los más espectaculares, tiene trono y corona: Juninho Pernambucano.
Juninho nace en la Brasil de 1975, en Recife. En 1993 y con 18 años debuta en el equipo de su ciudad, el Sport Recife. Allí explotó como catalizador del juego del equipo, consiguiendo llevar al conjunto carioca a ganar el Campeonato Pernambucano y el Campeonato Nordeste.
Su buen juego y potencial le acaban llevando al Vasco de Gama en 1994. Pese que le costó adaptarse, acabó siendo el faro del equipo cruzmaltino. Su espectacular visión de pase, compostura y calidad distributiva lo llevó al edén del fútbol brasileño. Durante los 6 años en los que militó en Vasco, hasta 2001, Juninho Pernambucano regaló desde la mediapunta 10 títulos al equipo.
Entre ellos destacan dos campeonatos ligueros en 1997 y 2000, además de una Copa Libertadores, en 1998, donde fue santo y seña del equipo. Además, empezó a desarrollar y destacar por su espectacular capacidad de meter faltas, muchas de ellas desde posiciones muy poco favorables y difíciles.
Sus buenas actuciones le valieron la Bola da Prata en el 2000, que se otorga al jugador más valioso de la Liga Brasileña. Tras problemas contractuales con la directiva, 268 partidos y 51 goles después, Juninho daba con 26 años el salto a Europa y por consecuencia también a la historia del fútbol.
En 2001 aterriza en el Olympique de Lyon con el cartel y reputación de creador de juego superlativo. Y tras pasar 8 años en el Stade Gerland, esa reputación hizo mella. Entre 2001 y 2009 gana 14 títulos con el OL, entre ellos 7 ligas consecutivas. Su impresionante rendimiento en goles y asistencias lo acabaron asentándole como uno de los mejores centrocampistas de su época, a parte de líder e ídolo de la afición gala.
Allí acabó también por perfeccionar su mecánica de tiros libres colocándose automáticamente como el mejor del mundo en ese aspecto. Sus latigazos desde decenas y decenas de metros se volvían casi penaltis por la apabullante efectividad de sus chutes.
Con la zamarra del Lyon metió 100 goles, de los cuales 44 fueron de tiro libre, y solo habiendo lanzado 100 veces. Un apabullante 44% que le tornaba como dueño absoluto del juego estático en la élite europea. Además, era un fijo en las votaciones como el mejor de la Ligue One. Fue jugador del año en la 2005/2006 y entró en el XI ideal en 4 ocasiones.
Pese no haber conseguido el éxito esperado a nivel Europeo (donde ni consiguió ningún título internacional), Juninho fue clave en los grandes partidos. Marcó ante rivales como Real Madrid, Barça o Bayern de Múnich, además de máximo goleador de la historia del club en Champions (18 goles). Con 343 partidos a sus espaldas y con 34 años, Juninho dejaba Lyon para afrontar el final de su carrera.
A partir de 2009 y hasta 2014, cuando se retiró, Juninho Pernambucano cabalgó entre dos continentes para finalizar su esplendorosa carrera. Juninho pasó por Al Gharafa, en Qatar, donde consiguió una vez más relamerse en el éxito: consiguió el triplete local de títulos (dos copas y una liga) y denominado mejor jugador de la temporada 2009-10 allí. Marcó 25 goles en 66 partidos.
Tras su paso en tierras asiáticas, volvía a la casa que lo había visto crecer: Vasco da Gama, donde fue presentado como la vuelta del hijo pródigo. Allí estuvo entre 2011 y 2012, donde metió 14 goles en un solo año (su récord) y llevó al equipo a semifinales de la Copa Sudamericana 2011.
Tras un breve periodo, Juninho vuelve a hacer las maletas para irse a la MLS norteamericana, más concretamente New York Red Bull. Allí solo estuvo 9 meses, entre 2012 y 2013, donde contribuyó con 4 asistencias.
Tras ese periplo, volvió por una tercera y última vez a Vasco da Gama de cara a 2013 y 2014. Su último año, con el brazalete de capitán y el 8 a al espalda, dio sus últimos coletazos de indudable calidad. Pese su intención de seguir, una grave lesión acabó poniendo el punto final a su carrera, brillante e irrepetible a todas miras.
Juninho Pernambucano fue uno de los mejores centrocampistas de su generación. Su espectacular pase (regaló casi un centenar de asistencias) y una visión de juego superlativa catapultaron al tricuartista en el escaparate internacional, además de ser un tirador lejano muy prolífico. Pero si hubo un factor que colocó a Juninho en los libros de historia, es su espectacular tiro libre. Pese que lo desarrolló tarde, cuando explotó ya no hubo «stop»; acabó transformándose en el más preciso de todos los tiempos.
Como el mismo comentó, sus tobillos laxos le permitían poder inclinar estos más exterior e interiormente con bastante facilidad. Este extraño atributo (además de ser agua de mayo contra los esguinces) le dio diversas y diferentes manera de ejecutar tiros libres que acabaron siendo letales.
No importaba la distancia, siempre podían entrar: si Pernambucano chutaba, ya podían temblar. Su tiro seco como un latigazo (knuckeball) provocaba un movimiento giratorio nulo, lo que hacía de sus disparos potentísimos y con muchísimas carambolas en su trayectoria. Su zambombazo, único, era fruto de admiración y expectación en cada partido que jugaba. Su porcentaje en OL (44% de goles de falta metidos) habla de su mortífera precisión.
De los 117 goles que marcó en su carrera, 80 fueron desde el punto de falta. Además, se ganó el respeto de sus homólogos: jugadores como Andrea Pirlo, David Beckham, Álvaro Recoba o Sinisa Mijatovic no han dudado en elogiar su técnica de disparo, única en el mundo.Un jugador sin igual, que, sin embargo, aún se lucha para que su nombre salga más en la palestra de los mejores.