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·28 de octubre de 2025

Getafe: el sueño azulón que tocó el cielo dos veces

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De lo humilde a la epopeya futbolística

Durante un par de años, el sur de Madrid tuvo su propio cuento de hadas. El Getafe C.F., club modesto nacido entre bloques de hormigón, desafió la lógica del fútbol moderno. Entre 2007 y 2008, los azulones alcanzaron dos finales consecutivas de la Copa del Rey, un logro reservado a los grandes, pero conquistado por un equipo sin linaje.

En una época en que mandaban los de siempre, el Getafe fue el último romántico: un club pequeño que jugaba con la pelota como si todavía creyera que el fútbol podía ser justo.


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El despertar azulón (2006-07)

Bernd Schuster llegó con una idea casi revolucionaria: el balón no se rifa, se cuida.  En su segundo año en el banquillo azulón, aquel Getafe se coló en las semifinales de Copa y se encontró con el Barcelona de Rijkaard, Ronaldinho y un joven Messi.

El 5-2 del Camp Nou parecía cerrar la historia, con aquel gol maradoniano de Messi incluido, un tanto que ya entonces apuntaba al mito que sería. Sin embargo, el 10 de mayo de 2007, el Coliseum Alfonso Pérez vivió una de las noches más grandes de su historia, una de esas que cambian para siempre la percepción de un club. El Getafe, empujado por su gente y por un fútbol valiente y sin complejos, remontó con un 4-0 inolvidable, con goles de Güiza —autor de un doblete—, Casquero y Vivar Dorado, en un partido que pasó de trámite a epopeya en apenas noventa minutos. El milagro, esta vez, fue real, y el fútbol encontró por un día su justicia poética en el sur de Madrid.

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Casquero y Alexis durante la remontada al Barcelona. Fuente: Marca

La final, disputada en el Santiago Bernabéu, enfrentó al Getafe con el Sevilla, un equipo que por entonces vivía su época dorada bajo el mando de Juande Ramos. Los andaluces se impusieron 1-0, con un gol de Kanouté que decidió el título, pero más allá del marcador, el conjunto madrileño dejó una huella profunda. Su fútbol, sencillo en la forma pero eficaz en la ejecución, combinó orden táctico, intensidad y una serenidad poco habitual en un recién llegado a la élite, conquistando así el respeto —y la simpatía— de todo el país futbolero.

La segunda oportunidad (2007-08)

Con Michael Laudrup como nuevo entrenador, el Getafe no alteró su esencia: mantuvo la ambición, el gusto por el toque y la organización táctica que lo habían convertido en una referencia inesperada dentro del fútbol español. En aquella Copa, el conjunto azulón superó al Levante, al Mallorca y al Racing de Santander, avanzando con paso firme hasta plantarse, por segundo año consecutivo, en la gran final.

El 16 de abril de 2008, en un Vicente Calderón lleno y con sabor de fiesta, el Getafe se midió al Valencia de Ronald Koeman. El equipo madrileño jugó con la misma personalidad de siempre, controlando fases del encuentro y ofreciendo una imagen madura, pero acabó cediendo por 3-1 —con goles de Alexis, Mata y Morientes para los valencianistas y de Granero para los azulones—, confirmando así que incluso en la derrota se podía competir de igual a igual con los grandes.

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David Villa y Estebán Granero tras la final de Copa 2008. Fuente: Diario AS

Aquel mismo año, el club vivió también su primera gran noche europea. En los cuartos de final de la Copa de la UEFA, el Bayern de Múnich visitó el Coliseum Alfonso Pérez y el fútbol escribió uno de sus relatos más crueles. El 3-3 final —que eliminó al Getafe por el valor doble de los goles fuera de casa— quedó grabado en la memoria colectiva como un símbolo de orgullo y resistencia. Durante unos minutos, Getafe soñó con lo imposible, y aunque el desenlace fue amargo, el equipo confirmó que ya formaba parte, por derecho propio, del mapa emocional del fútbol europeo.

Una gloria sin trofeos

El Getafe no levantó la Copa, pero ganó algo que no se mide en vitrinas, sino en respeto y reconocimiento. Durante dos temporadas demostró que se podía competir contra cualquiera desde el orden, el trabajo y la fe en una idea, consolidándose como un equipo incómodo y valiente que nunca se escondía. En el Coliseum, y en cada rincón de la ciudad, quedaron grabadas aquellas noches en las que el conjunto azulón se midió de tú a tú con los grandes, mostrando carácter, disciplina y ambición. No hizo falta un título para quedar en la historia, porque bastó con jugar como un grande cuando nadie lo esperaba.

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