REVISTA PANENKA
·15 de noviembre de 2022
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·15 de noviembre de 2022
La niebla cubría Budapest cuando apenas eran las cuatro y media de la tarde. El partido había acabado y las hileras de aficionados salían ordenadamente del estadio. Habían sido algo menos de 5.000 almas dentro de las paredes del Bozsik Arena, un templo que ahora contemplaba silencioso cómo se vaciaba de la multitud que pocos minutos antes pintaba sus gradas de negro, rojo y verde. El Honvéd había perdido por 2-0 contra el vecino Ferencváros y la mayoría de los aficionados locales salían entre el enfado y la resignación. Mientras la actualidad baña de tradición la derrota en el césped del estadio del Honvéd, se hace difícil para aquellos para los que los recuerdos siguen muy vivos.
El Honvéd, hoy un club de media tabla, que sufre a menudo por perder más que ganar, tiene una historia bañada en oro. El Ferencváros, club triunfante que en los últimos tiempos ha brillado en Hungría y en Europa, tiene un pasado igual de lustroso, antes y después de la gloria del casi siempre odiado Honvéd. En los años 50, la rivalidad no existía. El Honvéd ni siquiera se llamaba así. El conjunto rojinegro era sólo el Kispest, antes de acabar siendo moldeado por uno de los grandes nombres del fútbol húngaro: Gustav Sebes. El mandatario tomó como referencia el modesto Kispest para convertirlo en el club más grande de la historia de Hungría.
El conjunto magiar iba a ser la fábrica en la que madurar y moldear el talento de la generación encargada de llevar el fútbol nacional a su máxima expresión. Entre esos chicos en los que Sebes confiaba estaba el que pasados los años dio nombre al estadio del club: József Bozsik. Natural de Budapest, el centrocampista húngaro fue uno de los actores principales de la historia de los magiares mágicos de la década de los 50. Vecino de Puskas, otro de los integrantes de esa gloriosa generación, su amistad se forjó en las calles de Budapest detrás de un balón al que persiguieron hasta la élite del balompié. Cerca de allí, el Ferencváros palidecía. El brillo de otras épocas fue apagado en pos de un bien superior a nivel nacional. No era bueno que el talento se repartiera. No era bueno que no se pudieran instrumentalizar los éxitos de los grandes equipos húngaros en favor del proyecto supremo. Y ese proyecto, esa idea por la que se acabó por configurar la eterna rivalidad entre Ferencváros y Honvéd, no era otro que la selección húngara. La herramienta que el estado húngaro quería utilizar para mostrar al mundo las bondades del sistema socialista en Hungría. Los resultados inigualables de su forma de entender el deporte y la competición al servicio del Estado.
Mientras el Honvéd subía, el Ferencváros bajaba. El talento alrededor de Hungría acababa siempre en los dos clubes elegidos por la cúpula deportiva de Sebes, MTK y Honvéd. Ni la historia iba a proteger las raíces del Ferencváros. Con su camiseta se vio jugar a Imre Schlosser, célebre goleador europeo en los primeros años de fútbol en el S. XX y campeón, con Ferencváros, de dos Copas Mitropa. Pero su recuerdo no iba a ser suficiente. Los malos momentos también se dieron en la segunda década del S. XX, pues apenas pudieron levantar trofeos por la superioridad de los vecinos celestes del MTK, un equipo inmensamente ganador en esos tiempos, logrando diez títulos nacionales en esos años. Pero fue en los 40 cuando Ferencváros tocó fondo. Los lazos de colaboracionismo del club durante la Segunda Guerra Mundial significaron para el equipo una larga travesía en el ostracismo.
Ferencváros vivió una dictadura deportiva que empezó a revertir a raíz de la diáspora húngara de 1956. A partir de ese año, tras la huida de algunos de los mejores futbolistas del país, al Honvéd le iba a costar mantener sus rachas
Fueron ocho años en blanco, desde 1950 hasta 1958, en la que el brillo magiar en el tejido internacional poco tenía que ver con el club que en el pasado había brillado con luz propia. En esos ocho años, en los 18 duelos entre Ferencváros y Honvéd, sólo dos victorias de las ‘Águilas verdes’, cuatro empates y 12 victorias del Honvéd. Dos de ellas, con resultados muy abultados (8-2 en 1951 y 1-9 en 1952). El equipo generado por Sebes y la maquinaria socialista dentro del país magiar era muy difícil de enfrentar en los años de oscuridad del Ferencváros. En esos tiempos en los que los grandes nombres iban a servir al ejército jugando para el conjunto negro y rojo los rivales apenas podían ser niños tratando de no ser humillados por hombres en el césped del anteriormente conocido como Kispest Stadium. Era duro viajar a Budapest para ser sometido por la calidad de algunos de los magiares más importantes del temible ‘Equipo de Oro’ de la selección húngara.
Ferencváros vivió una dictadura deportiva que empezó a revertir a raíz de la diáspora húngara de 1956. A partir de ese año, tras la huida de algunos de los mejores futbolistas de esa generación (Puskas, Kocsis y Czibor, por ejemplo), al Honvéd le iba a costar mantener sus rachas y su importancia dentro de la competición nacional. El Estado decidió, además, que después de la debacle de 1954 ante Alemania Federal, que quizá no era tan adecuado tratar de convencer al mundo de las ventajas del socialismo a través del deporte. Que había objetivos menos ambiciosos y con menos costes. Sebes quedó relegado y el Honvéd fue perdiendo lustre. El Ferencváros fue cogiendo impulso y los años de oscuridad fueron remitiendo, con la esperanza de que la entidad verde pudiera de nuevo ser importante en el fútbol magiar.
Los años fueron dando la razón a las esperanzas de las ‘Águilas verdes’ y su influencia empezó a ser cada día más palpable. Los títulos volvieron a decorar sus vitrinas y sus jugadores volvieron a destacar dentro del equipo nacional. El Ferencváros, equipo amordazado durante casi una década por el estado húngaro, volvía a volar de nuevo en el fútbol de clubes de Hungría. El pasado fue pasando, despejando el camino para ese futuro que nos acabaría por llegar. Hoy, en la tradición figura que el Honvéd, ese equipo que suele luchar en la mitad de la tabla, apenas puede competir contra ese gigante que es el Ferencváros, el equipo que disputa las competiciones en Europa y lidera, casi siempre, la Nemzeti Bajnokság I.
Esa tarde de domingo, entre la niebla, el 2-0 de las ‘Águilas verdes’ era rutinario. El Honvéd apenas recuerda en el color de su camiseta y en el césped de su estadio los momentos de su historia en los que, por caprichos de un estado y por la calidad de sus jugadores, lograron ser el mejor equipo de Hungría. Un equipo condenado a arder en el mismo fuego que la sociedad había avivado. Ese equipo que dio de beber a una selección como pocas en la historia de este deporte. Pocos, de esos que salían por las puertas de ese estadio con nombre de héroe, recordaban que hubo un tiempo en el que el Honvéd siempre ganaba al Ferencváros.
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