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La Galerna

·6 de mayo de 2025

José Ángel de la Casa

Imagen del artículo:José Ángel de la Casa

Ha muerto José Ángel de la Casa. Fue la voz de las primeras Copas de Europa del Madrid en color. Se lo ha llevado el terrible párkinson, enfermedad que lo retiró de la televisión y los micrófonos. Con Míchel, conformó una pareja inolvidable de comentaristas, el sonido de un fútbol y, por qué no decirlo, de un mundo que ya fue.

Su estilo era sobrio, austero e incluso parco, muy alejado del insoportable histrionismo que hoy es habitual en las retransmisiones de los partidos. José Ángel de la Casa apenas revelaba sus emociones cuando narraba el fútbol, por eso los contados momentos en los que sí lo hizo forman parte del imaginario colectivo de una España que, también, está en trance de dejar de ser.


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Estos días todo el mundo va a recordar su célebre gallo cuando el gol de Señor a Malta, locución además incorporada al lenguaje de la ironía del pueblo español. Pero, para mí, que no soy más que un madridista millennial, su momento de emoción inolvidable fue el “¡Roberto Carlos…! ¡Mijatovic! ¡Gol de Mijatovic!”.

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Con la voz de José Ángel de la Casa, el Madrid entró en el siglo XXI. Fue, la verdad, injusto que, habiendo contado tantos mundiales y eurocopas, el gran ciclo triunfal de la selección española de fútbol le cogiera ya fuera de la televisión y del periodismo, retirado por el mal. El fútbol, como la vida, casi nunca es injusto. Él, que sólo era un periodista, dejó su lugar al hatajo de showmans y la cosa cogió una deriva irreversible e insoportable.

El éxito y la popularidad se lo llevaron el indigerible Manolo Lama y la escuela de pánfilos comentaristas que emigró de la SER hasta la COPE al olor del dinero. Fue justo tras la marcha de José Ángel de la Casa cuando el comentarista pasó a ser tratado como una estrella y a cobrar como tal. El proceso, no obstante, no hizo sino acelerar la degradación del oficio. A De la Casa le sucedió el grotesco espectáculo de los imitadores de Andrés Montes que trajo consigo el TDT, la aparición en antena de La Sexta y la liberalización del fútbol televisado. Carlos Martínez, que llevaba ya tiempo en Canal Plus, estableció un modelo de gritos y chillidos a destiempo que hizo fortuna. El testigo pasó a la siguiente generación de papagayos que hoy inundan las cabinas de prensa y los sets de Movistar, DAZN…

todo el mundo va a recordar su célebre gallo cuando el gol de Señor a Malta. Pero, para mí, que no soy más que un madridista millennial, su momento de emoción inolvidable fue el “¡Roberto Carlos…! ¡Mijatovic! ¡Gol de Mijatovic!”

La idea es no dar un respiro al espectador; aturdirlo con una ristra ininterrumpida de lugares comunes y de subidas del tono de la voz, perífrasis ininteligibles en una neolengua absurda que va calando poco a poco entre la gente, al tiempo que se la trata como si fuera ciega y no viera lo que está pasando en el terreno de juego. Por no hablar de la falta absoluta de sentido crítico y de capacidad analítica de los narradores contemporáneos, y de su acomodo sonrojante, total, con las posiciones ideológicas y políticas preestablecidas por el sistema.

De la Casa era otra cosa. Cuando el fútbol sólo lo daba Televisión Española, todo daba la impresión de ser más libre e independiente. Es el sino de los tiempos: hoy hay mil canales, plataformas y voces que opinan y comentan el fútbol, pero la uniformidad en lo mediocre es total. La sencillez ha sido desterrada. No hay un sentido periodístico ni profesional de las cosas, tampoco ninguna intención de tratar al espectador con respeto a su inteligencia, como a una persona adulta. El proceso de infantilización de la sociedad, a mi modo de ver, es deliberado y afecta a todos los órdenes y a todas las cosas. El fútbol, por su todavía incomparable poder de penetración social, no podía de ninguna manera quedar ajeno a esta siniestra operación de degradación a todos los niveles.

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Con De la Casa se podía sentir el ruido ambiente de los estadios, había una sensación atmosférica de lo que se estaba viendo. Eso era importante, en el fútbol es imprescindible para hacerse una composición de lugar de lo que está pasando. La narración solía ser tranquila y serena; el lenguaje, sencillo y accesible. Míchel, con su jocosidad, sus chistes y su conocimiento en primera persona del juego, era un magnífico contrapunto. Formaban un tándem sólido, comparable al que la propia TVE tenía en las narraciones del ciclismo. Había una palabra que no existía, que a nadie se le ocurría siquiera: aburrimiento.

Era inconcebible aburrirse viendo un partido de fútbol narrado por José Ángel de la Casa pues, precisamente, lo que importaba era lo que ocurría en el campo. Si el espectáculo que ofrecían los equipos era malo, el televidente se aburría, no porque el locutor de la televisión hablara de un modo u otro. Eso, entretener al espectador, no formaba parte de sus atribuciones. Su atonía era como la copa de cristal según la vieja teoría de la edición de libros: permitía ver y juzgar por uno mismo el fondo de las cosas, y eso es lo que hoy se ha perdido.

El mundo en el que todos se aburren y deben ser entretenidos, un mundo en perpetuo estado de infancia, no es desde luego ni el mundo de José Ángel de la Casa ni el del fútbol, tal y como fue concebido. Pero ¿qué podemos hacer? Las referencias de lo conocido se van perdiendo. Y nosotros, con ellas, nos adentramos en una bruma, en esa zona de penumbra en la que, en último término, acaban todas las cosas. Que Dios lo tenga en su gloria.

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