
La Galerna
·16 de junio de 2025
La eternidad

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·16 de junio de 2025
Salmo 90:2
"Antes de que naciesen los montes, y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios”.
El concepto de eternidad me persigue desde niño. Mi educación religiosa, sumada a mi curiosidad infantil, ya fantaseaban con un apacible estado de vida eterna. No hay nadie que no se haya preguntado por esta idea tumbado una noche de verano bajo las estrellas, bien para referirse al espacio que se abre infinito sobre sus ojos, bien para delimitarlo temporalmente. Sobre la eternidad han teorizado teólogos como san Agustín, físicos como Newton o Hawking, filósofos como Platón o familiares como mi cuñado, que en cada cena de Nochebuena se empeña en contar, sin ninguna gracia, el mismo chiste, uno largo, horroroso, al que añade, para nuestra desgracia, una explicación final cuando nadie se ríe y se produce un incómodo silencio. La eternidad, queridos amigos, es un chiste de mi (o su) cuñado. Ustedes saben de qué hablo.
La eternidad también tiene mucho que ver con el sexo, especialmente con el onanismo juvenil. Y no por la duración del acto, si no por la perdurabilidad del castigo con la que los curas de los 70 nos amenazaban si lo practicábamos. Si tenías la mala suerte de morirte en plena faena, sin confesar tu pecado, te ibas derechito al infierno. Y ahí empezaba la eternidad. A un amigo se lo explicó claramente el sacerdote de su colegio:
—Escucha, Quique, si te tocas, si cometes ese acto impuro, irás de cabeza al infierno para toda la eternidad. ¿Quieres saber lo que es la eternidad, Quique? ¿Quieres saber lo que te espera en el averno? Imagínate un gorrioncillo, pequeño, grácil, con su pico diminuto y sus patitas de alambre. Y luego piensa en la Tierra, en el planeta en el que habitas, en sus cuarenta mil kilómetros de circunferencia; pues bien, ese pajarillo empieza a picotear precisamente aquí, en el patio del colegio, en el duro cemento, pica y pica sin descanso, y cuando ha profundizado un centímetro, da un saltito y sigue picando, y ahonda otro centímetro, y así, poco a poco, pica que te pica y saltito a saltito, abandona el colegio y llega a la calle, y sigue con su titánico empeño, y cuando la calle se termina, empieza con la siguiente, y así hasta que se acaba el pueblo y llega a las afueras, al campo, a la sierra, a las montañas, y pasa a otra ciudad, a otro país, a otro continente, y pica el Everest entero, hasta la cumbre, y el Himalaya, las cordilleras, los mares, los océanos, los ríos…
Da una vuelta completa a la tierra, sin desfallecer, y vuelve al punto de partida: el patio del colegio. ¿Entiendes, Quique?, ¿ves al gorrión?, ¿lo ves? Ha circundado la Tierra y va a empezar de nuevo, como si el mundo fuese una manzana y el gorrión la rodease picoteándola una y otra vez, y mil veces más, y un trillón de trillones de veces hasta desgastarla completamente.
Y ahora viene lo más importante, escucha, Quique, métete esto en la mollera: cuando el gorrión haya terminado con toda la Tierra, la eternidad no habrá ni empezado. Eso es lo que te espera.
Quique, mi amigo, me confesó que cada vez que alguien habla de la eternidad ve al gorrioncillo picando y picando. Eso sí, el miedo a la condena eterna duró lo que duró, la eternidad de no masturbarse le pareció mucho más larga.
La teoría de mi mujer sobre la eternidad es, a priori, mucho más divertida que esperar a que el pico de un gorrioncillo acabe con toda la Tierra dando vueltas y más vueltas. Ella se imagina la eternidad como la sala de un cine. Compras palomitas, te sientas, te acomodas lo mejor posible, y ves, una detrás de otra, a tiempo real, todas las vidas de todas las personas que han habitado, habitan y habitarán la tierra. Me entretuve en hacer el cálculo y según las últimas estimaciones han vivido en nuestro planeta unos 108.000 millones de humanos. Cada una de estas vidas de película, nunca mejor dicho, va a durar de media unos 60 años, o sea que nos vamos a ir a una sesión continua, como aquellas que empalmábamos de niños de Tarzán y Maciste, de más de seis billones de años.
—¿Y qué te ha parecido la película? Te preguntará algún amigo al salir del cine.
—Pelín larga, pero bien, entretenida, con ganas de ver la segunda parte.
No descarto que entre todas estas vidas alguna sea francamente interesante, incluso divertida (la de Ábalos no me la pierdo), pero apuesto que la mayoría serán más aburridas que una película de Tarkovski, el cineasta preferido de los atléticos (no lo puedes entender).
En la de mi cuñado, a media vida, cuando empiece con su eterno chiste navideño, ya nos habremos dormido.
Ahora que lo pienso, tengo que preguntarle a mi mujer si también entran los animales en el visionado, es posible que nos toque ver (como si fuese uno de esos documentales de La 2 para echar la siesta) la vida del pajarillo picando la tierra. La eternidad viendo la eternidad.
En fin, a lo que íbamos, que lo mejor está por llegar. Yo he escrito sobre la eternidad solo para recordarles un par de cosas: la primera es que el tiempo pasa volando y hoy se cumplen diez años desde que se publicó mi primer artículo en La Galerna, un feliz decenio que quería celebrar con todos aquellos que han tenido a bien leer alguno de mis textos; y la segunda, y mucho más importante, que dure lo que dure la eternidad, sea dentro de un mes, diez o cuatro trillones de años, con el gorrioncillo picando la tierra, o con la película de sesión continua a punto de acabar, siempre habrá un madridista recordando a un culé o a un antimadridista que el Barcelona pagó a un vicepresidente arbitral durante dos décadas (como mínimo) más de ocho millones y medio de euros.
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