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La Galerna
·16 de febrero de 2025
La fuerza del aprecio (II): Walter, Rubén Amón y los “Jesuses”
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·16 de febrero de 2025
Seguía lloviendo cuando salimos del restaurante rozando la medianoche. Mientras corría hacia mi coche el resto de los reunidos completaban la despedida, como si después de tantos años quedaran aún cosas en el tintero. Más bien, todos queríamos prolongar una estancia tan rica en afectos y recuerdos comunes. Esto fue lo que hicimos mientras conducía a Cristóbal y Juan Corbalán hasta el aparcamiento del Hospital San Rafael, donde el primero de ellos ejerce la cirugía con la misma con la precisión matemática con la que lanzaba a canasta.
Por fin nos separamos y me quedé solo al volante con cierta sensación de orfandad que se evaporó al instante cuando recordé la velada y la enorme fortuna que me concedió la vida al regalarme estos compañeros de viaje. Al día siguiente me había citado con Vicente Ramos y Walter para visitar Valdebebas, así que me acosté y levanté encantado de prolongar la compañía con el neoyorkino y mi maestro, amén de que la comida posterior programada prometía placeres diversos.
En las instalaciones madridistas nos encontramos a dos de los que nos sucedieron con gran éxito: Alberto Herreros y Felipe Reyes, siempre atentos y sonrientes cuando nos pasamos a saludarlos. Comentamos circunstancias diversas sobre el discurrir de la temporada vigente y, por supuesto, viajamos al pasado. Curiosamente, Walter Szczerbiak reunía la gran mano en el tiro de Alberto junto a una notable habilidad reboteadora, basada, como la de Felipe, en el tempo preciso del contacto con el rival justo cuando éste iniciaba su salto. Desequilibrado así por el ligero empujón, la escena se repetía con el rebote en manos de Reyes y Walter y el rival protestando al árbitro por algo que no había visto nadie. Terminamos deseándoles mucha suerte para la Copa.
También se acercó al corrillo Pepe Blanco, el delegado del equipo desde hace años, asimismo la amabilidad en persona. En cambio, no pudimos saludar al responsable de la sección, Juan Carlos Sánchez, recién salido por piernas, siempre acuciado por las gestiones, quién sabe si para eludir nuestra visita, comentamos bromeando.
No terminaba ahí la jornada amigo-festiva. Había proyectado una mesa con amigos de los que sabía que les haría mucha ilusión conocer a Walter y compartir la manduca con Vicente Ramos, persona ilustrada y cordial. Rubén Amón nos esperaba y fue el primer sorprendido, gratísimamente. Apasionado por el baloncesto, la llegada de las leyendas le produjo cierto asombro y su rostro contestó con una amplísima sonrisa a lo inesperado. Después llegaron los Jesús, fraternales colegas, Bengoechea y Vega, amantes de la canasta y más blancos que el hombre de Ariel.
Los saludos se cruzaron con amabilidad y Bengo —disculpen la familiaridad, pero así lo tengo en la agenda de mi móvil— se decidió a romper el hielo de una discrepancia que agriaran las viandas, pues Rubén es decidido atlético.
—Os conocéis, ¿verdad? —intervine como interlocutor señalando a Rubén y a Jesús.
—Sí, claro. Creo que alguna vez te hemos criticado en La Galerna —contestó con tono conciliador un Bengoechea sonriente.
—¿Alguna vez? ¡Cuándo no! —respondió Rubén Amón alegre y bullicioso.
La carcajada fue general y el ambiente se distendió como corresponde a gente civilizada. A partir de ahí, la comida se salpicó con opiniones cruzadas sobre deporte, cine y literatura, siendo como es Rubén un amante de la cultura y de los toros. Esto dio pie a Vicente Ramos a presumir de ancestros taurinos: Juan Cecilio “Punteret”, su abuelo materno, que a principios del siglo XX tuvo que bajar de la grada al ruedo para estoquear, vestido de paisano, a sendos toros que habían corneado a los toreros titulares.
Amón, autor del espléndido libro, “El fin de la fiesta”, celebraba el valor del antepasado casi común, mientras mi bro —¡para que ustedes vean que la “viejundad” del autor no es tan profunda!—, Jesús Vega, preguntaba a Walter acerca de los mejores jugadores que había visto. Señaló a Julius Erving, con quien compartió torneos veraniegos, y en Europa a Bob Morse, el gran anotador del equipo de Varese. Añadió que pensaba que llegaría a Madrid con cierto nivel por encima del resto, pero le sorprendió la calidad de los bases y el dominio de Clifford Luyk, del que aportó el dato para corroborar su idea de que había sido drafteado muy arriba cuando apenas había diez equipos en la NBA. Por último, remató que Wayne Brabender era un ejecutor en la pista, por mentalidad y anotación.
La cita fue deliciosa, tanto por la amabilidad proverbial de Walter, que sigue conservando un fluido castellano, como por la sabiduría de Ramos, siempre con la palabra ajustada al momento y la conversación, tan preciso como cuando fue el base patrón. Al ambiente generado contribuyeron también todos los presentes. Rubén Amón, amén de su perfil público de periodista cultureta de verbo fácil y letra virtuosa, destila cercanía, educación y amabilidad. Su sentido del humor oscila entre lo sarcástico más notorio y lo inteligente, siempre rápido, lo que no le impide celebrar ocurrencias ajenas. De los Jesús, poco puedo decir que no delate mi debilidad por ellos. Vega es un tipo clarividente, leído, con una experiencia vital de extensiones continentales. Y de Bengoechea iba a comentar que, dada la afectuosidad de la cita, hoy no me metería con él, pero rectifico a tiempo para ser sincero. El editor de La Galerna también se deja querer, sabe mostrar su cercanía y es un notable amenizador de reuniones. Creo que ya es hora de que lo sepan: ¡me cae bien!
Y así llegué al final de estas dos jornadas memorables venidas a cuento por la visita del que fuera un excelente jugador, una leyenda madridista al que es imposible no querer. Como al resto, que me regalaron el inmenso patrimonio de una educación con el punto de mira en la virtud, y que me siguen regalando el trato de un igual. Y yo, que sigo disfrutando con ellos como el niño que aprendió a amar el baloncesto viéndolos jugar, que me pellizco cada vez que estoy a su lado para saber si lo que está pasando es verdad o sólo estoy soñando como cuando apenas era un proyecto de persona. En mi corazón sólo cabe el agradecimiento para todos ellos y para el resto, los que en esta pequeña crónica están citados, que hicieron de estas dos reuniones dos encuentros inolvidables.
Fotografías: José Luis Llorente Gento y La Galerna