
La Galerna
·10 de julio de 2025
Los buitres

In partnership with
Yahoo sportsLa Galerna
·10 de julio de 2025
En lo alto del cielo, donde el aire es más delgado y el silencio más profundo, los buitres trazan círculos invisibles con una paciencia que parece ancestral. No baten las alas con frenesí; se deslizan, suspendidos por las corrientes térmicas, como si el cielo mismo los sostuviera en un pacto tácito. Desde esa altura, sus ojos —afilados como cuchillas de obsidiana— escudriñan la tierra con una precisión que desafía la distancia.
Entonces, algo cambia. Un leve temblor en el aire, una vibración imperceptible para cualquier criatura que no haya nacido para la carroña. Un cuerpo yace inmóvil entre la maleza, y aunque aún no se ha descompuesto, ya emite esa señal muda que sólo los carroñeros saben leer. El primero en percibirlo se ladea apenas, como si el viento le susurrara un secreto. Luego otro lo imita. Y otro. En cuestión de minutos, el cielo se convierte en un torbellino de sombras aladas que descienden en espiral, lentas pero seguras, como si la gravedad misma las reclamara.
No hay graznidos de júbilo ni chillidos de victoria. Sólo el roce del aire contra las plumas, el crujido de ramas al posarse, el sonido sordo de las garras al tocar tierra. Los cuervos llegan después, más audaces, más ruidosos, como heraldos de lo inevitable. Las caracaras, parientes de los cernícalos, con su andar altivo, se abren paso entre los restos como nobles en un banquete sombrío. Y los milanos, oportunistas y veloces, planean en círculos más bajos, esperando su momento.
Cada especie conoce su lugar en este festín macabro. No hay caos, sino un orden tácito, una coreografía dictada por el hambre y la jerarquía. El cadáver, aún tibio, se convierte en el centro de un universo efímero donde la vida se alimenta de la muerte, y la muerte, a su vez, da sentido al vuelo.
Cuando los huesos quedan desnudos y la piel ya no ofrece resistencia, los buitres alzan el vuelo una vez más. No miran atrás. El cielo los reclama, y ellos obedecen, regresando a su vigilia eterna, a ese merodeo silencioso que no conoce tregua. Porque allá abajo, en algún rincón del mundo, la muerte siempre está al acecho. Y ellos, los carroñeros del aire, son sus primeros testigos.
Y así ha sido. Las bandadas de carroñeros antimadridistas, muy calladas -y escondidas en roquedos escarpados- desde que empezó el Mundial de Clubes 2025, más silenciosas y pasivas conforme iban pasando los días y el Real Madrid sorteaba rivales y superaba eliminatorias, ya han aparecido, exactamente a las 23 horas del miércoles 9 de julio de este año.
Todos los carroñeros estaban rezando -si acaso puede un carroñero soñar- para que esto ocurriera cuanto antes, necesitaban cebarse cuanto antes de una presa herida, ya que cuando dicha presa goza de buena salud y de una naturaleza poderosa, ni tan siquiera osan aproximarse a ella, dada su bajeza y su cobardía.
No tienen más, queridos lectores, que ir a las principales cabeceras de nuestro país para contemplar el festín que llevan horas dándose estas aves despreciables. Y, si son ustedes algo masoquistas, atrévanse a escuchar tan solo unos instantes de las diversas tertulias radiofónicas, expertas en pasar factura a todo lo que rodea al club que más odian y detestan de este planeta, pero sin el cual sus vidas, y, ni qué decir, sus tertulias, no tendrían sentido alguno.
Cuando un ser excepcional tropieza, el mundo no tiembla… pero ciertas almas sí se estremecen. No de pena, sino de un deleite oscuro, íntimo, casi sagrado. Los mediocres y los envidiosos —esos que nunca supieron volar pero siempre miraron al cielo con resentimiento— sienten en ese instante una especie de redención torcida.
Ya no tienen que fingir admiración. Ya no deben soportar el peso insoportable del talento ajeno, de la virtud que los dejaba en evidencia sin decir una palabra. El héroe ha caído. Y ellos, que nunca se atrevieron a escalar, celebran desde el llano como si la cima les perteneciera por derecho.
No lo hacen con gritos ni con vítores. Lo hacen con susurros venenosos:
Se alimentan de la ruina ajena como aves carroñeras del cadáver aún tibio de la grandeza. No buscan justicia, ni verdad, ni redención. Buscan equilibrio… pero no el que nace de la virtud, sino el que surge cuando el alto es derribado hasta su nivel.
Y en ese instante, breve y miserable, se sienten por fin superiores. No porque hayan crecido, sino porque han visto encogerse al gigante.
Pero lo que no entienden —lo que nunca entenderán— es que los héroes verdaderos no mueren en la caída. Caen, sí. Se rompen, a veces. Pero, incluso desde el suelo, su sombra sigue siendo más grande que la estatura de quienes celebran su desgracia.
Getty Images