La Galerna
·23 de diciembre de 2024
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·23 de diciembre de 2024
El titubeante comienzo del Real Madrid esta temporada ha dado alas a un perfil que parece alimentarse en la desgracia y disfrutar con el lodo: el vinagre. Siempre apostado, siempre esperando el resbalón para apretar su pie contra el pecho ajeno, este espécimen vive y se reproduce a gusto entre la masa exigente —y qué afición lo es más que la de Chamartín—, pues bajo ese pretexto justifica su pretendida búsqueda de la excelencia.
En el partido contra el Sevilla tuve la desgracia de compartir entorno con un vinagre de manual. Viene solo al fútbol (dudamos de que cualquier compañía tenga el estómago de estar a su lado de buena gana) y se encarga de censurar cualquier jugada o comportamiento no compatible con su cuestionable visión del fútbol... y de la vida. Así pasó cuando el Bernabéu, puesto en pie, rendía un caluroso y admirable homenaje a Jesús Navas por su trayectoria: al sujeto no le pareció suficiente muestra de rechazo permanecer sentado y, ahogado en los aplausos, trató de hacerse visible gritando "¡Fuera, fuera!". El estupor de los que le rodeamos no alcanzó su cénit hasta que, no contento con verse superado por una mayoría respetuosa y cabal, se despachó con un "Ahora te jodes y te la pones" cuando Modric le entregó al sevillano una camiseta blanca firmada por los jugadores del Madrid. Para el vinagrismo, cualquier majadería es una línea a traspasar.
Poco importa que el equipo de Ancelotti esté en pleno renacimiento de manos de un Vinícius decisivo y un Mbappé que comienza a mirarse al espejo. Por el camino, el vinagre ya los había fusilado a ambos y mandado al paredón al jefe de la orquesta, Ancelotti.
El vinagre es un francotirador del pesimismo. Para cualquier circunstancia y en toda situación tiene preparada su ración de vaticinio lúgubre o desaprobación irrefrenable. Así que si lo ven en sus cercanías no se apuren, tienen una gran noticia: compórtense de manera opuesta a la suya, su estómago y su corazón se lo agradecerán.
Getty Images.