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Orgullo Rojo

·13 de octubre de 2025

Lunes de Avellaneda

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Independiente, en este segundo semestre de 2025, parece empeñado en únicamente resistir.

Lo hace sin querer, o tal vez sin darse cuenta, pero lo hace: enseña, otra vez, a su gente a resistir el dolor de lo inexplicable.


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La descalificación en la Sudamericana, los puntos que se escapan, las sanciones, la interna dirigencial.

Cada golpe parece un eco del anterior.

Y sin embargo -como pasa siempre con las heridas- el dolor no se repite: se profundiza.

Lo que antes era bronca ahora es cansancio; lo que era esperanza, ahora es nostalgia.

El hincha del Rojo se levanta cada lunes con la misma pregunta: ¿hasta cuándo?

Pero en Avellaneda los lunes no son sólo días. Son estados del alma.

El lunes es el día después del fracaso, el día en que el silencio de la casa pesa más que el ruido del estadio.

Es cuando uno prende la radio, la tele, el celular, y todos hablan de lo mismo: la caída, la crisis, el desconcierto.

Y el hincha, como un viejo boxeador, aguanta. Se seca la sangre de la boca y sigue en pie.

Porque si algo aprendió el hincha de Independiente es que la fe no se abandona cuando el marcador está en contra.

Los lunes en Avellaneda huelen a café tibio, a puteada masticada, a bufanda roja colgada en el respaldo de una silla.

El hincha sabe que no hay consuelo en las estadísticas. Sabe que los números son apenas el envase.

Lo que duele es otra cosa: el alma del club, esa que se resiente cuando las decisiones se toman tarde, cuando los dirigentes se enredan en excusas, cuando los jugadores parecen más espectadores que protagonistas.

Independiente hoy es una historia que se mira al espejo y no se reconoce.

Es un grande que todavía no entiende cómo llegó a ser chico.

No por títulos -que sobran-, sino por espíritu.

Porque el espíritu del Rojo fue siempre rebelde, orgulloso, con ese aire de quien no necesitaba gritar para que los demás supieran quién mandaba.

Pero algo se quebró.

Y cuando se quiebra la identidad, no hay táctica ni refuerzo que alcance.

La cancha es un ring: opiniones encontradas, hinchas divididos, comunicados oficiales que suenan a trámite burocrático.

Todo eso lastima.

Y el fútbol, cuando pierde su alma, deja de ser consuelo: se vuelve castigo.

Y sin embargo -porque siempre hay un "sin embargo" cuando se habla de Independiente- la esperanza no muere.

Está ahí, agazapada, escondida entre los recuerdos del Bocha, de Pastoriza, de Bertoni, de Bernao y de tantas glorias que hicieron grande a nuestro club.

Está en los chicos que todavía van al colegio con la camiseta roja debajo del guardapolvo, en los abuelos que se emocionan contando las copas que ya nadie cuenta, en los padres que le enseñan a sus hijos que ser del Rojo es una forma de fe, no de moda.

Independiente volverá. No tengo duda de eso.

Pero antes deberá recordar quién es.

Deberá dejar de explicarse y empezar a reconstruirse.

Volver a creer que ganar no era una excepción, sino una consecuencia natural de hacer las cosas bien.

No hay resurrección sin memoria, ni gloria sin raíz.

Y si algo sobra en Avellaneda, es raíz.

Quizás por eso, aunque el presente duela, el hincha no se rinde.

Porque sabe -como sabe el que ha amado de verdad- que los amores más grandes no se miden por los días felices, sino por la lealtad en los días grises.

Y en Avellaneda, aunque el lunes parezca eterno, el amor sigue.

Sigue ardiendo bajo la lluvia, sigue colgado en cada bufanda, sigue prometiendo, en voz baja:

"Vamos a volver. A los tumbos, como siempre. Pero vamos a volver."

Y ese regreso tiene que empezar a gestarse ahora, no basta con esperar.

Es tiempo de comprometerse.

De involucrarse.

De mirar a los ojos al club y preguntarse qué puede hacer cada uno por él.

Porque el Rojo no se reconstruye desde la queja ni desde la tribuna: se reconstruye desde la participación, teniendo memoria y valentía para ir al frente.

El año que viene habrá elecciones.

Y no es un trámite: es una oportunidad.

Una de esas que no se repiten si se dejan pasar.

Será el momento de elegir con conciencia, con amor verdadero, sin cálculo ni venganza.

De votar no con la bronca, sino con el corazón lúcido de quien quiere ver a Independiente de pie, unido y digno otra vez.

Porque ser del Rojo no es solo cantar cuando gana.

Es también decidir cuando duele.

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