REVISTA PANENKA
·15 de octubre de 2024
In partnership with
Yahoo sportsREVISTA PANENKA
·15 de octubre de 2024
¿Momentos absurdos? Difícil superar el que sufrió Pepe Reina en octubre de 2009, cuando defendía la portería del Liverpool. Jugaba en Southampton, en el Stadium of Light. En el minuto 5, un delantero rival, Darren Bent, chuta a puerta. Es un disparo asequible para Reina, pero… un momento, ¿qué es eso que aparece en medio del área? ¿Un balón de playa? ¿De color rojo? Sí, una enorme bola de plástico de color rojo en medio del área, justo frente a Reina. El balón (el de verdad) impacta en el balón (el de playa) y se cuela en la red del portero español, que no sabe muy bien qué hacer ni dónde mirar. Reina no entiende nada (no es para menos). Mira al árbitro, reclama y se queja, pero según el colegiado, Mike Jones, el gol es legal. El Liverpool pierde el partido por 1-0. La prensa, después, aprovecharça el filón: gol de Nivea, titularán algunos. El balón de playa, por cierto, lo había arrojado al césped un niño, seguidor del Liverpool.
El gol debió ser anulado por la presencia de un cuerpo extraño en el césped. Pero el árbitro lo dio por válido: o no se sabía el reglamento, o le hizo tanta gracia el tanto que no se atrevió a invalidarlo.
Situémonos en el espacio y en el tiempo: Alemania, Mundial de 1974. Último partido de la fase de grupos. En Gelsenkirchen, Brasil se enfrenta a Zaire. Es probablemente el partido más desigual de todo el torneo. Zaire (actualmente llamado República Democrática del Congo) ha perdido sus dos partidos anteriores, 2-0 ante Escocia y 9-0 ante Yugoslavia. Los jugadores de la selección africana salen al campo asustados para medirse a Brasil. El partido fluye con normalidad hasta que en el minuto 66, con Brasil ya ganando 2-0, sucede algo. Falta al borde del área a favor de Brasil. Rivelino se prepara para chutar. Cinco jugadores de Zaire forman la barrera. El árbitro aún no ha dado permiso para que se ejecute la falta cuando de la barrera salta un jugador, Nwepu Ilunga. Parece enloquecido porque corre como un poseso hacia el balón y chuta, despejándolo, como quien defiende un córner. Nadie entiende lo que acaba de hacer. ¿Es que estos jugadores no se saben el reglamento?, se preguntan los más puristas. Al árbitro no le queda otra que mostrarle la tarjeta amarilla.
Lo explicó a la perfección José David López en Panenka: “Reglamentariamente, cartulina amarilla. Globalmente, sorna para la eternidad. Nada superó la teatralidad, singularidad y hasta comicidad de una acción surrealista que nadie pudo entender durante décadas, que nadie pudo comprender durante años, que incluso hoy, todo el mundo, sigue desconociendo su naturaleza”.
El árbitro aún no ha dado permiso para que se ejecute la falta cuando de la barrera salta un jugador, Nwepu Ilunga. Parece enloquecido porque corre como un poseso hacia el balón y chuta, despejándolo
Todo se explica por el miedo: los jugadores de Zaire habían recibido horas antes del partido una visita amenazadora de alguien del entorno de Mobutu, el dictador de la nación. “Si perdéis por más de cuatro goles contra Brasil, ninguno de vosotros podrá volver a casa”.
Nwepu Ilunga conocía perfectamente el reglamento. Simplemente, tenía miedo. Solo quería ralentizar el partido, o ser expulsado para librarse del escarnio.
Brasil ganó 3-0, por cierto, y los jugadores de Zaire volvieron a casa.
Hemos visto cientos de veces a jugadores sufrir por encima de sus posibilidades: retorcerse por la hierba por culpa de un dolor inimaginable, agónicos movimientos más propios de un soldado en la guerra que de un futbolista. Nada nuevo, eso de fingir.
Pero cuando lo hace un árbitro, a todos se nos disparan ciertas alarmas. Se supone que el juez no finge ni engaña, ¿no?
Que se lo pregunten a Ceballos, mítico portero del Racing de Santander. Y a Prados García, encargado de arbitrar el Racing-Zaragoza que se jugó el 12 de marzo de 2000.
Todo en orden hasta que en el minuto 80, el Zaragoza marca un gol polémico, obra de su delantero Yordi, teóricamente con la mano. Desde la banda, el linier (ahora lo llamaríamos asistente) anula el gol. Pero el árbitro lo concede. Es el 1-1.
Y se arma un jaleo monumental. Los jugadores del Racing envuelven al árbitro, se quejan, le dicen que Yordi ha tocado el balón con la mano. Prados García expulsa a Ceballos por protestar. Ceballos se encara con él. Acerca su cara a la del árbitro, sin llegar a tocarlo.
Pero para asombro de todos, Prados García se derrumba, como si Ceballos le hubiera propinado un ‘crochet’. Cae el suelo de manera absurda. Se lleva la mano a la cara, comprueba si hay sangre en su nariz. Mira aturdido, como un boxeador recién noqueado. No ha habido agresión por ningún sitio, pero Prados finge ser víctima de un cabezazo.
A Ceballos le caen doce partidos de sanción, ocho por agredir al árbitro y cuatro por empujar al linier, aunque posteriormente se le redujo la sanción a ocho encuentros.
Prados García siguió arbitrando con normalidad.
Protestar al árbitro nunca sirve de nada. ¿Nunca? Que se lo pregunten a la selección de Kuwait, que en 1982 jugó su primer (y de momento, único) Mundial. En la segunda jornada de la fase de grupos, Kuwait y Francia se enfrentan en Valladolid.
El partido es plácido y transcurre con normalidad: Francia gana 3-1 cuando en el minuto 75, Alain Giresse marca el cuarto gol de su selección.
Pero los kuwaitíes reclaman algo, y de manera muy insistente: aseguran haber oído el pitido de un silbato y por eso se han quedado parados, sin defender la jugada de los franceses. El árbitro, el soviético Miroslav Stupar, dice que él no ha pitado y que el gol es perfectamente válido.
Pero en ese momento empieza a agitarse algo en el palco de autoridades del estadio José Zorrilla: el jeque Fahd al-Sabah, presidente de la federación de Kuwait y hermano del emir del país, ordena a sus jugadores que se retiren del campo inmediatamente.
Nadie sabe muy bien qué sucede. El jeque sale enfurecido del palco y baja al césped. Los guardias civiles encargados de la seguridad del partido, sorprendidos y confusos, le dejan pasar. Incluso le protegen de la nube de cámaras que le rodea mientras el jeque entra en el césped. Los franceses no saben dónde meterse. Nunca han visto nada igual.
El jeque se pone a discutir ostensiblemente con el árbitro ante el asombro de los franceses, que alucinan aún más cuando comprueban que este le da la razón y anula el gol de Giresse. Ha sido una de las interrupciones más surrealistas de la historia de la Copa del Mundo
El jeque se pone a discutir ostensiblemente con el árbitro. El partido está interrumpido diez minutos, ante el asombro de los franceses, que alucinan aún más cuando comprueban que el árbitro da la razón al jeque, anula el gol de Giresse y concede saque neutral. Ahora son ellos, los franceses, quienes amenazan con abandonar el partido por la insólita decisión del árbitro.
Nadie sabe muy bien cómo ni por qué, pero el partido se reanuda. Ha sido una de las interrupciones más surrealistas de la historia de la Copa del Mundo. El jeque vuelve al palco y los jugadores, al campo. Bossis marca el cuarto gol de Francia (es válido, no hay confusión con el silbato arbitral) y el partido termina con una inevitable sensación de bochorno.
Nunca antes un dirigente había bajado al césped para anular un gol. El jeque explicaría después que sus gestos fueron malinterpretados y que solo había bajado al campo con la intención de calmar a sus futbolistas.
La FIFA ratificó el 4-1, sancionó a Kuwait con 25.000 francos suizos, amonestó a los responsables de la organización del partido y excluyó del torneo al árbitro soviético, que nunca volvió a pitar en un partido internacional.
Hay agresiones y agresiones: la que nos ocupa entra de lleno en el terreno de lo cómico o lo surrealista porque sus protagonistas se pelearon una vez concluido el partido y, sobre todo, porque apenas se tocaron.
Luis Fabiano (Sevilla) y Diogo (Zaragoza) acababan de enfrentarse en La Romareda. El partido acaba 2-1 y curiosamente, ambos han marcado un gol.
Pero de repente, se enzarzan en una discusión. Mientras el árbitro y el resto de jugadores enfilan el camino al vestuario, ellos se enfangan. Insultos, amenaza de cabezazos y, a continuación, unos puñetazos que en teoría buscan la cara del contrario pero que solo encuentran aire. Lo de puñetazos, en realidad, es mucho decir: los brazos de ambos parecen aspas de un molino de viento. Existe violencia en sus caras, pero apenas se tocan, es casi una pelea sin contacto. Hasta que llegan otros jugadores y los separan.
Es, sin duda, una de las peleas más surrealistas de la historia del fútbol. El árbitro, sin embargo, la recoge en el acta con prosa notarial. “Una vez finalizado el encuentro y cuando todavía se encontraban ambos equipos en el terreno de juego observé que el jugador número 2 del equipo Real Zaragoza SAD D. Carlos Andrés Diogo Enseñat y el jugador número 10 del equipo Sevilla F.C. SAD D. Luis Fabiano Clemente estaban golpeándose mutuamente mediante puñetazos, sin poder precisar quién de los dos inició la acción, motivo por el cual mostré a ambos jugadores la tarjeta roja”.
Ambos fueron sancionados con cinco partidos sin jugar. Pidieron disculpas. Luis Fabiano lo hizo por su hija de tres años, cuando llegó a casa y la niña le dijo que eso no se hace.