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·20 de febrero de 2020

Muchas y nuevas preguntas

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Es más fácil construir sobre las ruinas que reconstruir sobre suelo mojado. El Tottenham alcanzó la cumbre del proyecto de Mauricio Pochettino en la final de la Champions League de Madrid. Sin embargo, también supuso el preludio de la debacle. Voló la cabeza del argentino, Christian Eriksen abandonó el barco y, a la deriva, los spurs confiaron sus herramientas a José Mourinho. El técnico portugués no se encontraba demasiado alejado del punto que marcaban los londinenses, él también necesitaba volver a sentirse un entrenador ganador.

Relataba Enrique Montesano en su previa que “Julian Nagelsmann tenía 16 años cuando José Mourinho ganó la Champions League con el Oporto” y que justo 16 después se encontraban en Europa. Ambos personajes reflejan la mirada de dos generaciones. Mientras que Mourinho vive en una constante batalla para trascender, también, en esta década, Nagelsmann, además de realidad, empieza a erigirse como uno de los futuros directores del fútbol continental.


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El Tottenham no consiguió alcanzar el nivel del Leipzig en ningún momento.

El primer minuto de juego en Londres, premonitorio, explica el partido. Un RB Leipzig lanzado, sin temor, hacia delante, sin el clásico respeto de los recién llegados por lo desconocido y amenazante ante el actual subcampeón del torneo. Sin Harry Kane ni Heung Min Son, Mourinho se presentó con un centro del campo jugón: un doble pivote formado por Lo Celso y Harry Winks, Gedson Fernandes a un lado, Bergwijn al otro, Dele Alli enganchando y Lucas Moura, como portavoz del éxito de antaño, en lanza de ataque. Los nombres invitaban a ser propositivos, el planteamiento rechazaba la ocurrencia.

Los primeros momentos del partido pasaron de ser sorpresa a convertirse en tendencia. A pesar de la baja de Upamecano, Konaté y Orbán, los alemanes se organizaron con tres piezas atrás, con Ethan Ampadu avisando desde el primer escalón. Mukiele y Angeliño, que envió un balón al palo a los pocos segundos de empezar, insistían por banda, Laimer y Sabitzer representaban el papel del nexo posicional y Timo Werner y Nkunku desaparecían del tablero para emerger a la espalda de los pivotes ingleses.

El Tottenham nunca consiguió llegar a las cotas del Leipzig. El ritmo del balón y la verticalidad del entorno de Patrick Schick desvanecían todos los intentos de presión. Las piezas de blanco insistían en la idea de que el Tottenham debía vestirse con el balón. Pero cada posesión sin acercarse a este -no lo consiguió en todo el partido- era un segundo más de agonía. Cuando lo recuperaba, no tenía recursos ni para mantenerlo ni para amenazar.

Las piezas de Mourinho necesitaban el balón, pero nunca -lo- disfrutaron.

El fútbol le ofreció a Mourinho una oportunidad al descanso, en forma de 0-0, pero sin grandes candidatos que llamasen a la revolución desde el banquillo. La segunda mitad tuvo el mismo guion. La primera llegada la presentó Lucas Moura, a centro de Serge Aurier, pero sin forma de cliffhanger. Los de Nagelsmann volvieron a tomar las riendas y el gol terminó llegando de penal, obra de Werner.

El resultado hacía justicia a propuestas y actuaciones. Aunque el fútbol no entiende demasiado de eso y Europa no sigue patrones. Y qué vamos a decir de Mourinho. Schick tuvo el segundo y el portugués movió el árbol con Tanguy Ndombélé y Érik Lamela. Sin resultado, solo un par de faltas -una del propio Lamela y otra lanzada por Lo Celso- inquietaron a Péter Gulácsi. El Tottenham consiguió establecerse en campo contrario en los últimos minutos, más por inercia y orgullo que por caminos marcados. Al final, el Tottenham sacó un buen resultado por lo que propuso a Europa, mientras que el Leipzig se llevó la victoria y una clara candidatura -con el permiso de la Atalanta de Gasperini- para llevar la firma del outsider en esta edición, la que tan bien reprodujo el Ajax la pasada Copa de Europa.

Mourinho prefirió perder la primera batalla fiel a sus convicciones. Consciente de que, como narra Emmanuel Carrère en Limónov: Abandonar la vida que siempre habías conocido y partir hacia otra de la que esperabas mucho pero no sabías casi nada, era una forma de morir. Europa, con la careta de Nagelsmann, le plantea muchas y nuevas preguntas a Mourinho.

Michael Regan / Getty Images

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