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La Galerna

·28 de octubre de 2025

Neomourinhismo

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Con ElClásico (marca registrada) regresó, sin embargo, el rock´n´roll. Algo nos había prometido Xabi Alonso cuando fichó este verano, de entrenador: fuera la abulia, corriente eléctrica sobre cuerpo esclerotizado por la rutina y la panza llena, un nuevo renacer del espíritu guerrero del equipo. Contra el Barcelona, los jugadores salieron encendidos, llenos de eneryía y con ganas de ganar, cosa que se agradece pues se contaban ya cuatro palizas seguidas frente al equipo de la corrupción y el fraude: entonando los sones de la antigua canción del degüello, el Madrid fue a por todas y sólo el infecto tinglado federativo-arbitral, que ha naturalizado con impunidad el videofraude, además de la bisoñez de Güler, mantuvieron vivo al rival hasta casi el minuto cien.

Fue una lección de mourinhismo. La verdad es que Lamine Yamal ayudó bastante. Mourinho fue quien recuperó el orgullo de la camiseta blanca y la boca de chancla de la estrella actual del fútbol español renovó el viejo son de guerra. Carvajal, que es la Historia con piernas, le recordó a Yamal, desde lo alto de sus seis Copas de Europa, que el Madrid es capaz de sobrevivir a un holocausto nuclear, pues la fuerza que lo anima no es humana.


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Lamal se pensaba que, por haber vapuleado unas cuantas veces al Madrid, ya estaba todo hecho. Ese es el error de todos sus enemigos. El Madrid está más allá de la muerte porque ama vencer más que a la propia vida. A ganar lo sacrifica todo, menos el honor, por eso para atléticos o barcelonistas resulta tan difícil comprender lo que significa el madridismo.

Hacía tiempo que el estadio no vibraba así. Xabi se amamantó de la loba mourinhista, fue uno de los jugadores que mejor expresó aquel estilo, que trascendía lo meramente deportivo, de ser y de estar en el mundo: sin Mourinho no habría existido el ciclo dorado de la última década y Alonso demostró el domingo que, al hacerse entrenador, su brújula apuntaba a Setúbal.

Yamal se pensaba que, por haber vapuleado unas cuantas veces al Madrid, ya estaba todo hecho. Ese es el error de todos sus enemigos. El Madrid está más allá de la muerte porque ama vencer más que a la propia vida

Bellingham, que amenazaba con ser un problema, resultó capital en la transición relámpago que planteó para desarmar el delicado mecano de Flick en el centro del campo. Alonso requería su aura en un partido así y el inglés volvió en sí certificando su condición de llegador puro, lo más parecido a un back-to-back que hay en el mundo. Bellingham no es ni un creador de juego, ni un carrilero ni, exactamente, un mediapunta; sino un producto puramente británico, un paracaidista de inverosímil mezcla en el juego del equipo y, sin embargo, imprescindible cuando el fútbol exige grandeza.

El Madrid simplificó el asunto maximizando sus virtudes ofensivas y llenando de hormigón el espacio entre su defensa y Güler, que Tchouaméni y Camavinga convirtieron en una Zona de Bajas Emisiones: por allí rondaron Pedri, De Jong y Fermín sin crear, salvo alguna vez, verdadero peligro, lo que también hay que agradecer a la presencia de Huijsen y Carreras, quienes, entre los dos, maniataron al divo de Mataró y confirmaron su bautismo de fuego en las grandes ocasiones.

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Si rescató Xabi el mourinhismo que hasta el enfado de Vinícius al ser cambiado recordó a aquellas escandaleras que le montaban a Mourinho Ramos o Cristiano a cuenta del ostracismo de Özil o de las novelerías del Aquiles de Madeira cuando estaba triste. Cuando Vínicius volvió relatando al banquillo, terminó peleándose con medio Barcelona y después Alonso zanjó el asunto ante los micrófonos con absoluta normalidad, entendí que todo forma parte de lo mismo: una estrategia de electrificación del equipo, una manera de que su Madrid se vuelva incandescente.

El Madrid nunca fue explicable desde lo rigurosamente futbolístico. Eso es para los demás y, por qué no decirlo, algo muy vulgar. El Madrid es un organismo vivo, complejo y sentimental: un universo dando vueltas sin parar sobre sí mismo donde el único sistema admitido es la victoria. Todo debe tender hacia ella o, de lo contrario, se vuelve absurdo, prescindible y molesto. Xabi Alonso, que llegó con fama de meticuloso, de táctico, de «pizarrista», jugó aquí y parece que lo sabe.

El Madrid nunca fue explicable desde lo rigurosamente futbolístico. Eso es para los demás y, por qué no decirlo, algo muy vulgar. Xabi Alonso, que llegó con fama de meticuloso, de táctico, de «pizarrista», jugó aquí y parece que lo sabe

Para alcanzar la meta, Alonso sabe que su equipo debe hacerse, de presa, cazador. Había que ventilar la casa tras una temporada de peligroso pancismo. ElClásico del domingo fundamenta un nuevo mourinhismo incluso en lo ambiental: como Yamal es la estrella de la selección española y el Barcelona, su supuesta espina dorsal, la sitcom que es España, producida por El Terrat, ya ha encendido la mecha del odio contra el Madrid, como en aquellos viejos tiempos. El panenkismo, que es el antimadridismo con gafas de pasta, un disfraz contemporáneo y un catalanismo pesecero refinado, apunta incluso a VOX, del que al parecer Carvajal, «el hijo de policía», sería el portavoz y el símbolo. ¡A Carvajal, que es el verdadero tipo duro del cuento del Bronx, el hijo del pueblo! No es nuevo: Diego Torres, hace ya quince años, en El País, que es la nodriza de todo este lumpen con ínfulas, ya asoció a Mourinho con Mussolini y el fascismo. El mourinhismo también era una manera de que el Madrid le hablara directamente al corazón del aficionado, saltándose a todos esos engreídos intermediarios que controlan el relato del fútbol.

Ladran y, la verdad, es que cabalgamos.

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