REVISTA PANENKA
·18 de enero de 2023
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·18 de enero de 2023
Tácticas y más tácticas. Cómo parar las internadas por la banda o cómo evitar que el rival logre la superioridad en tres cuartos de campo. Esos son unos pocos ejemplos. Las pizarras de los entrenadores cada vez tienen más colores, que no hacen más que ocupar las cabezas de los protagonistas de blancos o de negros. En ese punto es donde se pierden los grises. Los matices. La creatividad. Un poco de arte, si me apuras. Todas aquellas o aquellos que juegan o jugaron al fútbol no dejan de ser chiquillos, cuya imaginación derribaba muros, que nunca quisieron acabar de crecer. Ni de soñar. Ni de crear.
Porque el fútbol es táctica y más táctica. Sí. Y son sistemas, líneas de futbolistas, cambios acertados… Correcto. Pero también es dejar tu sombra en el sofá mientras uno se arrodilla ante el televisor. Es romper el silencio tras vislumbrar un movimiento que se escapa de tu intelecto. El fútbol tiene esas cosas: mostrarle al espectador todo aquello que no es capaz de hacer. Ni de imaginar. Y a pesar de los intentos de muchos entrenadores de monitorizar cada uno de los movimientos de sus futbolistas, aún quedan versos libres que se acoplan de maravilla al resto del poema. Y eso es Nerea Eizagirre. La ’10’ de la Real Sociedad. Y es que pocas veces un número cobró tanto sentido como cuando este se alojó en una espalda.
Porque el fútbol tiene su propia numerología, forjada a lo largo de los años gracias a aquellas y aquellos sujetos que adoptaron un dorsal y le otorgaron un sentido. Y el ’10’ era – y es – aquel que se reserva para la persona cuyos pasos desacompasan los bailes de los rivales. La Real Sociedad podrá ganar, perder o empatar. Las indicaciones de Natàlia Arroyo podrán funcionar mejor o peor en un partido. Pero uno sabe que, a pesar de que la niebla pueda cubrir la visión sobre la lontananza, la futbolista nacida en Tolosa inventará un recurso para desajustar los engranajes de las defensas más sólidas. Será ese faro que guíe el juego ‘txuri-urdin’.
Su creatividad, tan necesaria como efímera, devuelve el balompié a su esencia. Es una mirada hacia aquel pasado de rodillas peladas, porterías entre dos bancos y muchísimos espontáneos de canas y bastón que obligaban a parar los encuentros. Lograr, aunque sea tan solo una vez en toda la trayectoria, un momento que quede grabado en las retinas de la afición puede ser el sueño de muchas jugadoras. Y, sin embargo, Nerea ha conseguido que las gargantas se rasguen por su diestra casi de forma sistemática. O por su zurda. Pues la futbolista formada en el Tolosa y en el Añorga no le hace feos a ninguna de sus botas.
Y eso es Nerea Eizagirre. Una futbolista capaz de colorear este deporte, encontrarle sentido más allá del resultado, convertirlo en arte y hacerlo mundano para que podamos disfrutar de él
No es comprensible y, sin embargo, sucede que cada pocas semanas sus conducciones, sus asistencias o su calidad para hilvanar jugadas acaben en los resúmenes de mejores acciones de la jornada. También la finísima precisión para situar el esférico entre los tres palos. No ya lejos del alcance de la guardameta, que es lo que buscaría lograr cualquier mortal, sino que el balón se acomode en las redes de forma atractiva. Alcanzando las escuadras, oteando por el lateral interior de la misma y logrando un movimiento que transita entre lo poético y lo estético. Entre lo violento del disparo y la suavidad con la que el cuero acaricia la malla. Entre el dulce sabor de un balón picado y la amarga mirada de la guardameta vislumbrando el futuro cercano.
Su catálogo de recursos técnicos, a caballo entre la definición y la generosidad, se desbordó la pasada campaña y encontró en Amaiur a la socia perfecta. Lograron, así, redactar la página más laureada de la historia de la Real Sociedad, con un subcampeonato de ensueño y la clasificación para la máxima competición de clubes: la Women’s Champions League. Pero cayeron frente al Bayern de Múnich en la segunda ronda. El rodillo alemán rasgó el papel, desangró la tinta y con ella gotearon las mejillas de unas futbolistas que se desfondaron por alcanzar un escalón más y sin importar lo finita o infinita que fuese la escalera. No se trataba de llegar al final del camino, tan solo de seguir avanzando. Todo lo hubiesen dado por un paso más.
Pero el futbol no siempre es justo con quien lo merece. En ocasiones se hace de rogar y quiebra la mente de sus protagonistas. A veces, simplemente es un toque de atención. Una zancadilla que te devuelva a lo terrenal tras una temporada regateando por las nubes. Trastabillarse en una eliminatoria importante. Rodar por los suelos tras caerse de forma incomprensible de una convocatoria. Sí, es cierto que este deporte podrá desdibujar la sonrisa de la mediapunta por inicuo que eso sea. Pero a esta clase de futbolistas es imposible arrancárselas.
Tienen ese don de levantarse, apretar los dientes y volver a crear. De intentarlo por enésima vez a pesar de acumular alguna que otra decepción. Quizás sus estadísticas no lustran tanto como las que firmó durante el curso pasado. Pero tampoco nadie se atrevería a balbucear que no volverá a dibujar una parábola perfecta, digna de compás, para colocar el esférico en la escuadra. Mucho menos pondrían en duda su capacidad de jugar al trile en mitad del campo para esconder el balón y echar por tierra las apuestas rivales. O de encontrar a una compañera con el rabillo del ojo y servirle la pelota en bandeja de plata cuando sus contrincantes creían que la cuenta ya estaba pedida. Y eso es Nerea Eizagirre. Una futbolista capaz de colorear este deporte, encontrarle sentido más allá del resultado, convertirlo en arte y hacerlo mundano para que podamos disfrutar de él.
Fotografía del Twitter de Nerea Eizagirre.