
La Galerna
·6 de septiembre de 2025
No se llama justicia, se llama corrupción

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·6 de septiembre de 2025
Buenos días. Si no era suficiente tortura la disfunción futbolística del parón de selecciones, Albert Montagut tuvo a bien ayer expeler la emesis de una parte enferma de la sociedad, aquella que se victimiza a pesar de tenerlo todo. Os avisamos de lo desagradable del texto refluido por este exdirector de comunicación del FC Barcelona por si preferís no seguir leyendo. El pródomo comienza con la lectura de la primera frase y se termina la pieza con indisposición general.
Imaginad que Jack el Destripador acusase a sus víctimas de llamarlo asesino (en el caso de que las víctimas pudiesen hablar después de morir, pero cosas más raras estamos viendo en la actualidad). Algo así son las primeras líneas de Albert: «En uno de los actos de hipocresía más llamativos de los últimos años, el público del Santiago Bernabéu coreó “¡Negreira, Negreira, Negreira!”».
¿Qué es hipocresía?, dices mientras clavas en mi pupila tu morralla azulgrana. ¿Qué es hipocresía? ¿Y tú me lo preguntas? Hipocresía… eres tú, Montagut.
Hay que tener desparpajo.
El cinismo montagutino prosigue, y quien estuvo —¿estuvo?— a sueldo del Barça desgrana una serie de jugadas puntuales en las que supuestamente salió beneficiado el Madrid para echar en cara a la afición blanca que en esos casos no cantara «¡Negreira!». Y remarcamos lo de supuestamente porque incluye acciones bien arbitradas. Tratar de equiparar lances aislados con corrupción sistémica arbitral —juez dixit— es como si un ciclista cazado con EPO justificara su positivo recordando que un rival se saltó un semáforo en ámbar. Pero en campo yermo no crece trigo.
Otra sentencia de Albert: «el Real Madrid ha disfrutado históricamente de favores arbitrales sistemáticos». En esta ocasión no vamos a argumentar, simplemente dejamos esto por aquí, aunque mucho nos tememos que de matemáticas también van justitos.
Montagut sostiene que será difícil demostrar que el Barça haya comprado o manipulado un solo árbitro, ni en el pasado ni en el presente. Albert, querido, aquí te vamos a dar la razón, el Barça no compró un solo árbitro, compró el lote entero, al por mayor, como en Makro. Y al igual que en Makro existe la factura que prueba la compra.
También estás acertado en lo de la leyenda blanca del Madrid. Como contraposición a la leyenda negra, concretamente Negreira, vuestra.
Llegamos así al momento cumbre, al momento de la confesión —por enésima vez— del delito:
«Ahora bien, el Barça se merece esta penitencia, y la merece por el oscurantismo innecesario con el que gestionó su relación con José María Enríquez Negreira, exvicepresidente del Comité Técnico de Árbitros, y los incomprensibles pagos a través de un tercero. No haber explicado que su contratación —equivocada, sin duda— pretendía ser un contrapeso al CTA, con sede única en Madrid, fue un error estratégico de primer nivel.
Ese error de cálculo fue garrafal, pero entendible en un contexto de décadas de injusticia deportiva y política. Si se hubiera actuado con transparencia, y explicado la lógica del contrato, habría quedado claro que se buscaba contrarrestar un sistema arbitral centralista y antidemocrático».
En su zozobra intelectual, Montagut reconoce que el Barça pagaba para influir, es decir, que cometió un ilícito penal, pero considera que estaba justificado. Porque ellos lo valen. Es el mismo argumento que han esgrimido Freixa, Tatxo Benet (quien provee al VAR de imágenes) y demás ralea culé. Ojalá sea esa la estrategia de defensa azulgrana en el juicio.
El Barça no compró un solo árbitro, compró el lote entero, al por mayor, como en Makro. Y al igual que en Makro existe la factura que prueba la compra
La barra libre de la que han gozado siempre ha supuesto que acaben tan ebrios de impunidad que no les suponga problema alguno reconocer que efectivamente adulteraron la competición durante mínimo 17 años mediante el pago de al menos más de 8 millones de euros.
Albert Montagut es el ejemplo perfecto de esta parte enferma de la sociedad a la que aludíamos al comienzo del portanálisis. Una parte de la sociedad que vive en una región que goza de privilegios que no se atreven a soñar en otras zonas de España. Y aun así se victimizan y piden más y más y más y más. Llevan décadas condicionando de facto la política del país desde una minoría. Abogan, sin complejos, por la desigualdad porque están convencidos de que merecen más. Creen realmente que son mejores que el resto por haber nacido en un lugar determinado. Es un supremacismo que asusta. Pero todo está justificado por ese ogro llamado centralismo.
Un centralismo que consiste, entre otras cosas, en contar con Gaspart en la vicepresidencia de la RFEF o con Albert Soler legislando a favor de obra en el Gobierno. O en un CTA sito en Madrid y cuyo objetivo último es aniquilar al club blanco.
Para el señor Montagut y los que piensan como él no es importante el mérito, el juego limpio, la legalidad, porque al creerse ungidos ven justificado cualquier delito cometido en aras de una victoria que merecen por nacimiento. Y a eso lo llaman democracia.
«Contratar a Negreira fue un error, pero también fue un grito desesperado por arbitrajes más justos». Albert Montagut se despide por todo lo alto, confesando nuevamente el delito. Acepta que los millones de euros que el Barcelona pagó a Negreira durante décadas fue para que tuvieran influencia en los arbitrajes, en palabras suyas, para que fuesen más justos. Hay un pequeño problema, Albert, pagar a la cúpula de los jueces de un campeonato para que adulteren la competición no se llama justicia, se llama corrupción.
Hay tesis que solo se pueden defender desde la estulticia o desde la venalidad. O desde ambas.
Os dejamos con las portadas, que habíamos venido a eso. Pasad un buen día.