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·8 de noviembre de 2025
¿Se acabó la Pax Romana?

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·8 de noviembre de 2025

Dicen que la Pax Romana fue una larga etapa de estabilidad en el Imperio Romano. Durante más de dos siglos, el poder central logró mantener la paz interna, consolidar sus fronteras y hacer prosperar un territorio inmenso. Pero, como toda era dorada, también tuvo un final: el desgaste, las tensiones acumuladas y los primeros signos de fractura fueron el preludio de un cambio de ciclo.
En el fútbol, las épocas de paz también existen. Y en Pamplona hemos vivido una de ellas. Desde la llegada de Jagoba Arrasate en 2018, Osasuna ha disfrutado de una estabilidad deportiva e institucional sin precedentes en su historia reciente. Una década antes, el club había estado al borde del abismo económico y deportivo; pero en estos seis años todo se transformó: se consolidó un proyecto, se renovó la plantilla con sentido, se ascendió y se compitió en Primera con dignidad —y algo más que eso—.
Osasuna ha sido un modelo de gestión, identidad y coherencia, en una Liga donde los proyectos suelen durar lo que un mal mes de resultados. Durante este tiempo, la media clasificatoria del equipo ha sido la décima posición, y eso, para un club de nuestro tamaño, equivale a vivir en una especie de oasis competitivo. El club ha crecido en estructura, ingresos, marca y masa social. La comunión entre el equipo y la grada era total. Todo parecía funcionar.
Pero incluso en Roma, la paz no era eterna. Los historiadores dicen que la Pax Romana empezó a quebrarse cuando el pueblo se acostumbró demasiado al bienestar y olvidó que la calma no era un derecho, sino un privilegio conquistado día a día. Y quizás eso mismo esté ocurriendo en Osasuna.
Porque cuando un club pasa de pelear por sobrevivir a vivir instalado en la comodidad, el listón de las expectativas se eleva. Lo que antes era un milagro —acabar décimo o jugar una final de Copa— pasa a parecer “normal”. Lo extraordinario se vuelve cotidiano. Y entonces llega el golpe de realidad.
Este inicio de temporada, más que un drama, es un recordatorio de dónde venimos. La afición rojilla, que durante años fue experta en sufrir y levantarse, llevaba tiempo instalada en la serenidad. Pero Osasuna vuelve a mirar hacia abajo en la tabla, y eso incomoda.
La afición rojilla sentenció deportivamente a Vicente Moreno, ansiosa de un mejor espectáculo. Pero su sustituto no solo no ha traído más entretenimiento, sino que ha minimizado las virtudes que sí funcionaban, y ya tiene diez puntos menos de los que su predecesor acumulaba a estas alturas. Llega un parón que debe servir para que todas las partes reflexionen, para acertar en el mercado de invierno y, sobre todo, para revisar una realidad evidente: el muro que deben superar los canteranos —no ya para jugar, sino incluso para ser convocados— parece hoy casi infranqueable.
En cualquier caso, lo que hace grande a Osasuna no es haber alcanzado la calma, sino saber reaccionar cuando ésta desaparece. Toca volver a remangarse. Recuperar ese espíritu de supervivencia que siempre definió al club. Volver a competir desde la humildad, a correr más que el rival, a defender cada balón dividido como si fuera el último.
La paz nos hizo grandes. Pero el combate nos hizo eternos. Y si toca luchar de nuevo por mantenernos en pie, no hay lugar mejor que El Sadar para hacerlo.









































