La Galerna
·28 de noviembre de 2025
Siento el desahogo

In partnership with
Yahoo sportsLa Galerna
·28 de noviembre de 2025

Acudí esta semana a una plática amistosa con nuestro Amado Líder Jesús Bengoechea (El BÚNKER - 25/11/25 Invitado: Jesús Bengoechea, de La Galerna. Investigación: medicina del futuro) con la sana confianza en que sus palabras pudieran despertar el hastío emocional que posee mi alma cada vez que llega el día de ver jugar al Real Madrid. Lo que antaño era una placentera espera durante toda la jornada, ahora se ha convertido en algo parecido a una larga tortura, que a menudo termina con una mirada melancólica al vaso de whisky con el césped desenfocado atrás, en la pantalla, donde once camisetas blancas o azules escenifican la célebre Danza de las chirimoyas del hermanísimo David Azagra.

Con su habitual gracejo futbolero, y con un puñado de sensatos argumentos, Jesús logró sacarme de mi apatía balompédica, hasta el punto de que el miércoles logré volver a vivir una larga jornada de ilusionante esperanza blanca. Hasta las nueve. Al primer minuto de juego ya había golpeado varias veces la barra del bar, había lanzado exabruptos en varias lenguas muertas, y si no arranqué la oreja de un mordisco al alguno de los camareros fue solo por mi convicción firme en que tal trozo cartilaginoso no era del todo culpable de lo que veían mis ojos.
No fue, obviamente, el desastre de Elche, a cuyo lado el de Annual es una pequeña anécdota, pero aún así, los nuestros se movían por el campo con el mismo orden que los dados de póker cuando los arrojas sobre un tapete de la manera más aleatoria posible. El Olympiakos no suponía una gran amenaza, pero nuestra desafección defensiva les iba poco a poco invitando a intentar la gesta. Con el primer gol caí en la noche oscura del alma hasta tal punto que ni la repetición mecánica de los versos de San Juan de la Cruz lograban aliviar mi endemoniado arrobo.
Al primer minuto de juego ya había golpeado varias veces la barra del bar, había lanzado exabruptos en varias lenguas muertas, y si no arranqué la oreja de un mordisco al alguno de los camareros fue solo por mi convicción firme en que tal trozo cartilaginoso no era del todo culpable de lo que veían mis ojos
Vino después una suerte de resurrección que, por un instante, nos devolvió a un espejismo de las noches de Champions que tú y yo conocemos, con Mbappé marcando goles como quien coge almendritas tostadas en el platito de un bar, pero ni siquiera en ese éxtasis goleador mi corazón pudo descansar y entregarse al disfrute. Algo, o quizá todo, seguía sin funcionar. Es muy extraño que un equipo que logra la holgura de la remontada que ayer logró el Madrid siga transitando por el campo entre dudas y desconfianzas, pero los de Xabi Alonso no acababan de exhibir la menor confianza en su propio juego, por más que un comentarista bastante ventajista gritase en la retransmisión que Arda Guler “ha entendido el partido”. En el supuesto caso de que Arda lo haya entendido, que no lo sé, lo que es seguro es que no lo han entendido todos los demás.

El entrenador se desgañitaba haciendo gestos para que juntasen las líneas y no me extraña, porque por momentos el dibujo de los jugadores del Madrid era una réplica de esos anuncios de detergente en los que un chorrito de gel sobre la sartén hace que la mugre se parta y se disuelva en mil trozos, como si hubiera sido alcanzada por un tomahawk. No es que estuvieran mal posicionados, es que sencillamente se colocaban y perdían al instante las posiciones, en medio de una ensalada de gestos que daban la triste sensación de que ni el que llevaba el balón ni el que debía pedirlo tuvieran la menor idea de lo que debían hacer. Confío en que fuera solo una sensación y no una terrible realidad.
Me pasé los larguísimos últimos minutos deseando el pitido final, porque el fantasma del empate después de los minutos de gloria y la ensalada de goles se paseaba por el bar, y era exactamente lo que necesitábamos para terminar de hundirnos a todos en la melancolía.

En muchas otras ocasiones –lo he escrito aquí- tengo claro lo que sucede en el campo o en el equipo. En esta, mi desconcierto es absoluto, y lo más que alcanzo a afirmar es aquello que no creo que esté ocurriendo; es decir, no creo que haya un problema tan importante entre los jugadores y el entrenador, no creo que no tengamos jugadores de nivel para competir por todo, no creo que haya futbolistas a los que se les haya olvidado cómo se jugaba al fútbol, no creo que uno de nuestros jugadores esté arruinando el juego de todo el equipo, y no creo que todas las decisiones polémicas del entrenador sobre la alineación sean erróneas. Eso es lo que no creo. En cuanto a las certezas, solo una: el efecto milagroso de la charla optimista con Jesús que me devolvió al instante el entusiasmo por el fútbol, es decir, por el Real Madrid, se disolvió como azucarillo en café caliente en el primer minuto de juego.
Tristes, estas horas de incertidumbre. A falta de darle de nuevo la murga a nuestro Amado Líder en busca de la bebida isotónica que te repone al instante, tendré que refugiarme en la penumbra dulcísima de los versos del santo, “entre las azucenas olvidado”, hasta la próxima cita con nuestra mortificación balompédica semanal confiando en que el cielo esté detrás de las nubes negras.
Getty Images









































