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·9 de noviembre de 2025
Superclásico Boca – River: Carlos Palacios 2 Paulo Diaz 0

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Era un gol. Uno. No hacía falta más. A este River con el S.O.S activado había que darle un golpe para que se dejara caer. Boca resolvió el clásico con dos mazazos al mentón del equipo de Gallardo y lo dejó nocaut para toda la cuenta y desató una fiesta que se cocinó en los tiempos tristes de casi tres años sin títulos y dos sin Libertadores, de derrotas vergonzantes ante rivales sin historia, de un desfile interminable de técnicos sin plan ni cartel, pero que en una tarde saldó muchas de esas viejas deudas. «Muñeeeeco, Muñeeeco», gritó burlona la gente al paso del derrotado entrenador rumbo al túnel. De eso se trató esta victoria, que excedió el triunfo estándar sobre el clásico rival. Esto tiene que ver con haber torpedeado el ciclo que el hincha de Boca más sufrió. No es revancha, es venganza pura, lisa y llana. Un plato que esta vez se sirvió caliente y sabroso.
Boca no goleó porque no quiso, no tanto porque desperdiciara situaciones de gol (que las tuvo), sino porque no jugó a específicamente a eso. Pudo haberlo hecho por la inusual diferencia en la fortaleza mental entre un equipo granítico y sólido y otro que se desangra y pierde contra sí mismo, pero el equipo de este sorprendente Úbeda fue a lo seguro. La locura de la gente, la euforia colectiva, le terminaron dando la razón a un tipo que agarró al equipo en uno de los años más oscuros de su historia, por lo deportivo y por la muerte de Miguel, y que lo supo ir sacando de las tinieblas a la luz. Que lo devolvió a la Libertadores y que, quizá lo más importante, dejó al rival de toda la vida tendido en la lona, corriendo sin destino bajo los «oooleee» que bajaban de las tribunas. Parece fácil pero no lo fue.
Porque Boca, por estrategia o exceso de cuidado, decidió alargarle la vida y le conectó el respirador. Lo dejó jugar, hacerle creer que estaba en partido, manipular su confianza, hasta hacerle pisar el palito. Llamó la atención, eso sí, tanta prudencia inicial, que por momentos se confundió con timidez, falta de decisión, hasta temor. Sorprendió, más que nada, porque si había alguna duda de cómo había que jugarle a este River, el mensaje venía claro desde las tribunas, que se pasó un buen rato esperando ver a ese equipo que se montara sobre las debilidades y las dudas del rival, que le echara sal en la herida faltándole el respeto y le quebrara la espina dorsal del estado anímico, para que el castillo de Gallardo se terminara de derrumbar. Para eso había que aguantar.

El homenaje de Boca a Miguel Angel Russo. (AP Photo/Gustavo Garello)
Porque River jugó a sobrevivir. El planteo de cinco defensores (que nunca fueron tres) tuvo como objetivo de máxima hacer un partido largo: como premisa, evitar un resultado catastrófico. Después, si se podía empatar mejor, si tocaba ganar era para que cerrara la Bombonera y se quedara para siempre con las llaves. Una quimera, en definitiva.
En el primer tiempo, apenas, dos tiritos al arco. Uno de Castaño y otro de Zeballos, que en circunstancias normales no calificarían para los resúmenes de la tele. Hasta que el partido se rompió con un pelotazo largo de Costas, que Giménez le ganó con roce a Paulo Díaz, para que le quedara limpia a la carrera furiosa del Changuito, que primero definió contra el cuerpo de Armani y, después sí, tomó el rebote para ajusticiar el arco millonario. River en malón se quedó protestando la jugada por entender que hubo falta contra el defensor chileno (hubo un brazo de Milton que desacomodó al rival), más como un síntoma de su propia impotencia, aunque sin dudas con argumentos que no fueron atendidos por el VAR. Fue como un reclamo extraordinario ante la Corte de la Haya, porque River sentía que con ese gol se le iba el partido, las chances de Libertadores al freezer, y una crisis futbolística galopante en la primera semana de la nueva CD.

El festejo del Changuito con la hinchada de Boca (EFE/ Adan González).
En un mismo movimiento de pinzas, Gallardo mató a la línea de cinco y mandó a Juanfer a la cancha, señal que su equipo dejó de tener una idea de juego (nunca la tuvo en su segundo ciclo) y hace tiempo que se mueve por espasmos, alimentado por la necesidad de obtener resultados, sin otro plan que cambiar para ver si algo funciona, pero que cada vez se le nota menos los rasgos de un entrenador que se parece cada vez más al Napoleón de Waterloo que al gran emperador de Francia. Otra vez, el Plan B no le duró ni un minuto. Una electrizante corrida de Zeballos se llevó puesto el aura del Muñeco, al lateral campeón del Mundo y le dejó el segundo gol a Merentiel para que explote otra vez una Bombonera que siempre olió sangre. Lo dicho: no le funcionó Juanfer, intentó con Galoppo y Borja, y finalmente Gallardo se resignó para terminar sacando a Castaño, quizá el futbolista que mejor ilustra la mala praxis de algunas contrataciones que militó el DT. Como fuere, de defender con cinco a jugar con un enganche y un solo cinco de marca. Lo que no se entiende, más allá de la necesidad de meter mano para intentar algo, es cuál es la idea y a qué juega este equipo que tiene un presupuesto europeo y una prestación de equipo de B Nacional.

Zeballos le dejó el segundo gol a Merentiel para que explote otra vez una Bombonera (REUTERS/Agustin Marcarian).
Lo que siguió después fueron más escenas de la descomposición, con Armani yendo a cerrar como un lateral izquierdo a una entrada de Palacios, para terminar cometiendo mano fuera del área, la roja que debió ser a Galoppo, y no mucho más. Giménez erró el tercero dos veces, le anularon otro por offside, ante un River que nunca se convenció de que el empate era posible, con un grado de derrotismo en sangre como nunca se vio en este ciclo histórico que se quedó sin respuestas. Difícil escenario para la nueva dirigencia, que cometió un pecado mortal al ratificar a Gallardo en su peor momento y renovarle el contrato un año más, porque sin necesidad se ató las manos a la suerte de un técnico al que ya no le quedan argumentos para explicar por qué pierde y por qué su equipo juega cada vez peor.
Si la historia la escriben los que ganan, Boca llenó una página grande de su libro de oro. Y eso no pasa todos los días.

/Escrito por Pablo Ramón para el diario Olé de Buenos Aires









































