Notas de Fútbol
·7 de diciembre de 2022
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·7 de diciembre de 2022
Cuando recordamos la gran etapa de éxitos de la selección suele venirnos a la mente su centro del campo, lo que nos hizo diferentes, esa generación de futbolistas que tocaban una sinfonía perfecta, pero no tanto se recuerda, o no al menos de la misma forma, a los que terminaban el trabajo, los que estiraban el campo, desbordaban y tenían preocupados a los defensas: David Villa y Fernando Torres fueron dos delanteros excepcionales, de los mejores que ha tenido España en su historia, que venían a completar una generación de oro y que fueron cruciales en aquellos éxitos. España ha seguido generando centrocampistas de buen nivel y es una fantástica noticia, pero los delanteros no han corrido la misma suerte y se ha dejado notar en los últimos grandes torneos. El último ha sido el Mundial de Catar, donde se echó en falta un mayor potencial en los últimos metros para derrotar a Marruecos.
No siempre fueron ellos los que solucionaron la papeleta: ahí está el cabezazo de Puyol ante Alemania o la volea de Iniesta en la final, pero el gol en la final de la Eurocopa de 2008 de Torres o los cinco tantos de Villa dos años después, entre otros muchos de ambos, fueron esenciales. Y yéndonos un poco más atrás, Raúl y Morientes formaron una gran dupla en Corea y Japón: el tanto de Raúl ante Eslovenia y el doblete ante Sudáfrica, el doblete de Morientes ante Paraguay y el gol de octavos ante Irlanda… Hasta que llegó Corea en cuartos, y cuánto se echó en falta al 7 por su lesión, aparte de otras cuestiones.
Con delanteros de ese nivel todo es más sencillo. Y no es que los actuales sean un desastre: poco se le puede reprochar a Morata, ya entre los máximos goleadores históricos de la selección y que ha marcado en los tres partidos de la fase de grupos, pero hacía falta algo más, quizá más desborde, más profundidad, buscarle más las cosquillas al rival cerca de su portería. Donde Francia tiene a Mbappé y Griezmann, Argentina a Messi, Brasil a Neymar y Vinicius o Inglaterra a Harry Kane para desatascar partidos a base de talento individual cuando cuesta un poco más, a España le ha faltado ese empuje. Tiene sus propias armas, como una buena base de jugadores para mandar en el partido y dominar el balón, pero no es suficiente contar con un arco de primer nivel si no tienes flechas con las que disparar.
Ante Marruecos, España dominó el balón y jugó en campo contrario hasta tal punto que Rodri, central en el dibujo, era prácticamente el mediocentro, su posición natural, por todo lo que recibía el balón para distribuir, siempre un poco más adelantado que Laporte. Pero los de Regragui, con las líneas muy juntas y bien cerrados, hicieron un trabajo impecable en defensa. El plan de España era el mismo que ante Costa Rica, pero donde los de Centroamérica dejaron huecos por todas partes, los africanos no dejaban un resquicio, y además, salieron con peligro en alguna contra. Su propósito estaba muy claro.
En otras ocasiones, otros torneos, el colectivo funcionaba y los Dani Olmo, Ferran, Sarabia y compañía encontraban el camino de gol, pero primero ante Japón tras la remontada de estos y después en octavos ante Marruecos, esos caminos desparecieron en el barro. Después llegaron los penaltis, y ahí sí fue Marruecos claramente superior, tanto con Bono en la portería como en los lanzamientos, impecables salvo el que Unai Simón le detuvo a Banoun. Un breve rayo de esperanza antes de la despedida española de Catar.