La Galerna
·29 de diciembre de 2025
Un deseo para 2026: que vuelva lo esencial

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·29 de diciembre de 2025

He estado viendo una larga colección de goles de los años de la Quinta del Buitre. Lo bueno del madridismo es que la historia es tan larga y feliz que, cada vez que el presente se te hace bola, siempre puedes disfrutar del fútbol de ayer. Lo malo del ver del fútbol de ayer es que es como abrir la caja de los recuerdos personales, y comprobar lo que queda –para bien o para mal- del niño de ojos brillantes al que los Reyes Magos le trajeron, por vez primera, la equipación completa del Real Madrid.
Llama la atención, por contraste con los campos de hoy, los extraordinarios patatales en que se jugaba en esa época en invierno. A cualquier futbolista de élite de hoy lo pones a jugar en un campo así, y en menos de cinco minutos lo tienes retirado para toda la temporada con rotura de todos los huesos posibles en cada pierna. Aquellos tipos estaban curtidos en heroísmo puro. No se lesionaban en medio de esa inmensa charca por puro carácter.

El contraste ofensivo-defensivo también tenía su gracia. Chendo arrollaba su banda como un tren sin control, Sanchís era la disciplina adornada por esa tiesa verticalidad en la figura, mientras Camacho convertía su lateral en un maldito Vietnam. Pero el fútbol de casta y rudeza de atrás contrastaba con el talento sutil de medio campo hacia arriba. Allá Martín Vázquez veía los partidos como nadie, entendía el fútbol, y tenía por costumbre poner el balón en el lugar donde debía ponerlo, lo que tiene mérito triple si consideramos que, con cuatro gotas de agua, el balón no rodaba por aquellos campos, sino que daba saltos aterradores como si fuera un huevo.
Míchel estiraba la banda más allá de los límites de la realidad. Cualquier entrenador lo asesinaría hoy por tal atrevimiento, pero a menudo necesitaba hasta el último centímetro antes de la línea de fondo para su especialidad, ponérsela exactamente ahí a Hugo Sánchez, que era una suerte “flipper” de pinball, golpeando todo lo redondo, y casi siempre hacia el interior de la portería. Después venía la acrobacia.
Sueño con un 2026 con un Real Madrid con cierto espíritu legionario, con el peso verdadero del escudo que exhibían aquellos muchachos que nos hicieron volar de ilusión en los días ya lejanos en que sonaba música decente en la radio
Y si la jugada pedía más talento aún, recibía el Buitre, donde más le gustaba, pegadito al límite del área, para detener el tiempo mirando al defensa, segundos como horas, que parecía que iba a sacar un pitillo y echárselo con calma antes de arrancar, y cuando todos los defensas estaban como perritos esperando que alguien les lance el disco, encendía motores de cero a cien, y el gol ya estaba hecho.

Aquel Real Madrid tenía carencias evidentes, pero las suplía con madridismo puro. Quizá los más jóvenes de hoy no necesitan tantos vídeos tácticos, y sí unas sesiones largas y reposadas sobre los recursos imposibles que eran capaces de sacar los muchachos de finales de los 80 y comienzos de los 90; que ya sé que hay otras décadas que servirían de ejemplo, pero yo hablo de la que marcó mis días de niñez, de la ilusión primera por el fútbol.
Hoy algunos muchachos confunden el carácter con ganarse tarjetas rojas estúpidas, o con aullarle mucho al árbitro. Obviamente los de la Quinta del Buitre también lo hacían, pero mi sensación –renovada ahora que he visto de nuevo tantas jugadas de aquellas ligas- es que la primera exigencia de carácter la tenían consigo mismos. Que veías a Gordillo, a Míchel, o a Hugo Sánchez golpeando el suelo con rabia por haber llegado tarde a un robo de balón, por un mal pase, o por una mala decisión en área rival.
Sueño con un 2026 de éxitos y talento, claro, pero sobre todo con un Real Madrid que recupere el espíritu de las grandes gestas, que no baje los brazos, que no busque fuera excusas para justificar los propios errores. Sueño con un 2026 con un Real Madrid con cierto espíritu legionario, con el peso verdadero del escudo que exhibían aquellos muchachos que nos hicieron volar de ilusión en los días ya lejanos en que sonaba música decente en la radio.

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