La Galerna
·4 novembre 2025
Crónica de una previa anunciada

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·4 novembre 2025

Antes de entrar en materia, quiero recordarles que mi ignorancia es comparable a la capacidad del club cliente de Negreira para delinquir. Y también… ¿qué era? Ah, sí, también que tengo muy mala memoria. Después de unas vacaciones se me olvidó vivir, luego fue un engorro aprender de nuevo a hacer la mitosis y todos esos procesos.
Mi amigo Falstaff me había cedido su entrada para La Filarmónica en el Auditorio Nacional —solo me cae bien por estos detalles— y yo pensé que era una ocasión especial merecedora de darme una ducha. Una previa ideal para el Liverpool-Real Madrid del día siguiente.
Limpito y arreglado me presento en la entrada, donde se congregan más personas aseadas, salvo un joven con aspecto de cochino y la camisa más arrugada que la gomaespuma del asiento del coche de Laporta.
No es la primera vez que acudo, cuando estudiaba Teleco nos proporcionaban entradas para que apreciáramos los elementos arquitectónicos destinados a mejorar la acústica del Auditorio. En otra ocasión, gané dos entradas en un concurso de un periódico. Como fui solo, le regalé la que me sobraba a una señora mayor que se había quedado sin ella. Esto lo digo solo por presumir de bondad (dime de qué presumes…).
Además, hace décadas, mi padre se encargó de las tarimas del escenario y otros lugares de la recinto. Pero, como tengo mala memoria, cada vez que voy es como la primera.

Leo «puerta 10» en la entrada digital. «Imposible, solo hay una», pienso. Me pongo a la cola y una vez dentro ya preguntaré. Al leer el QR, el empleado de la puerta me indica, pero estoy tan pendiente de atender a las indicaciones que no presto atención a las mismas. Me pongo nervioso y sigo adelante.
Una escalera a la izquierda y otra a la derecha. Me asomo a la primera. Hay una plaquita con números de puerta. Ya entiendo por dónde iban los tiros. No es esa, sino la derecha. Ya es sencillo: al llegar a la correspondiente, solo tendría que atravesarla y buscar la fila y el asiento indicados. Aparcao. Vista fabulosa lateral. Debajo, dos pianos: uno descapotable y el otro targa.
En lugares como este me encuentro cómodo, la proporción de maleducados es menor. Aunque siempre hay alguien que incordia. «¿Podés cambiarme la butaca para estar con él?» pregunta la mujer que tengo al lado a otra que se sienta varias filas más arriba, junto a su acompañante. Lo intenta sin éxito con más espectadores. A mí no me pregunta, debe de verme el gesto.
Entre aplausos, salen a escena Terele Pávez y Pepe Viyela. Eso me parece. Además, hace apenas unos meses que ajusté la graduación de las gafas. Mas un runrún en la cabeza me dice que aquello no puede ser, la gran Terele hace tiempo que nos dejó, y aunque la presencia que estoy viendo tiene un aspecto espectral, totalmente de negro con la melena cana, se me hace raro que sea ella. Lo de Pepe Viyela, en cambio, no me llama la atención.

Entonces recuerdo las palabras del WhatsApp de Falstaff: «Es un recital de piano de Martha Argerich (una leyenda, para muchos la mejor intérprete viva de piano) y otro notable pianista argentino, Nelson Goerner. Obras de Mozart, Beethoven, Shostakovich y Ravel». Misterio resuelto.
También caigo en que me han entregado un díptico de cartón que hasta ese momento estoy utilizando como paipay. Es el programa. En él aparecen los nombres de los músicos. Ya les había prevenido acerca de mi ignorancia. Pido disculpas por la confusión.
Ambos pianistas interpretan de maravilla las piezas. Junto a ellos, dos efebos aguardan sentados al acecho leyendo la partitura para pasar de página cuando sea menester. ¡Flash! Lo hacen rápido, intentando no molestar. No obstante, Martha Argerich a menudo no queda conforme con el resultado y aplana la página izquierda —que siempre queda abombada por efecto del peso de la misma— en gesto fugaz. No cambia ni mejora nada, pero ella se siente mejor haciéndolo.

La mujer que quería cambiar de asiento mete la mano en su bolso y comienza a hacer ruiditos. Tarda unos treinta segundos en extraer una mascarilla. Se la coloca tapando boca y nariz. No logro comprender cómo mejora la visión o la escucha del espectáculo.
Tras muchos aplausos, sube la intensidad lumínica y un señor con estructura de Óscar López mezclado con Jesús Posada y ataviado con una americana de pata de gallo se levanta. La mujer que lo acompaña hace lo propio. Ella también viste una chaqueta con motivos de pata de gallo. Quizá regenten una pollería.
Unos minutos para estirar las piernas. Huelo a café. Camino en una dirección, llego a los baños. Aquí no es. Camino en la contraria, hay una barra. Aquí sí es. Me pongo a la cola, pues leo en un cartel: «Barra libre de copa de cava».
Me extraña, no es propio de la clase de un lugar así. Según me acerco confirmo mi error, el letrero reza: «Barra de copa de cava». A 5,85 € la copita. Ya que estoy…
Vuelvo a mi asiento. La señora de la mascarilla no está, pero sí su abrigo y su bolso. Tal vez se ha disuelto, o se ha evaporado, y solo han quedado sus objetos materiales sobre la butaca. En todo caso, mejor.
Tanto Martha Argerich como Nelson Goerner son primorosos. La velada es una delicia. Perfecta para relajarse antes de un partido de Champions entre la realeza europea en Anfield.
Cuando aplauden mucho durante más tiempo, entiendo que ha concluido. De las cuatro obras, me han gustado más las de Beethoven y Ravel, pero por poco, como un fuera de juego de esos que le inventan a Mbappé.
Los señores de la pollería se levantan y se marchan. Alrededor de un 15% de los espectadores, también. Son los mismos que no presenciaron las remontadas del Madrid de la Catorce porque «hay que irse ya, que luego se forma mucho atasco».
Yo me quedo. Acierto, porque hay bis. Los pianistas interpretan She Loves You. Creo que mi cabeza ha abandonado la realidad y se está posando sobre el partido del Madrid de mañana. Yeah, yeah, yeah.
Gracias, amigo Falstaff.
Fotografías: Francisco Javier Sánchez Palomares
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