Da igual la pelota
·20 décembre 2025
Dro y Marc Bernal, talentos a cuidar y a aprovechar

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·20 décembre 2025

Desde la aparición fulgurante y la rápida consolidación de Lamine Yamal y Pau Cubarsí, el fútbol europeo ha recibido un mensaje claro: cuando el talento es auténtico, la edad deja de ser una barrera. Lo que durante años fue casi un rasgo identitario del Barça —apostar sin complejos por jóvenes, darles minutos y proteger su crecimiento— empieza a replicarse en otros grandes escenarios del continente.
En las dos últimas temporadas, el desembarco de adolescentes en la élite se ha normalizado en clubes de primer nivel. Arsenal ha abierto la puerta a Max Dowman, Ethan Nwaneri y Marli Salmon; Liverpool ha hecho lo propio con Rio Ngumoha; Chelsea con Reggie Walsh; Bayern con Lennart Karl; PSG con Ibrahim Mbaye; Milan con Francesco Camarda y Davide Bartesaghi; Ajax con Jorthy Mokio… y, naturalmente, el Barça con Dro y Marc Bernal. Sin embargo, no todos los debuts son iguales: no todos proyectan el mismo recorrido, ni generan el mismo impacto, ni garantizan un desarrollo sostenible.
El verdadero debate no gira en torno a la edad del estreno, sino a lo que sucede después. Cómo se acompaña a un talento que todavía está en fase de formación, tanto futbolística como personal. Un debut precoz puede ser un impulso decisivo o una trampa silenciosa si no se gestiona con precisión. La diferencia la marca el contexto: los tiempos, el entorno y la fortaleza mental del jugador. Porque la calidad es indispensable, pero la madurez —propia y del club— resulta aún más determinante. Competir tan joven implica convivir con la presión, la exposición mediática y la crítica constante, una carga que también impacta en familias y agentes que, muchas veces, aprenden sobre la marcha.
A esto se suma un cambio de rol brusco. El joven llega al primer equipo después de haber sido protagonista absoluto en categorías inferiores: el que decide partidos, el indiscutible, el líder natural. De repente, se encuentra con la suplencia, con minutos inciertos y con una dinámica desconocida. No todos lo asimilan bien, y es lógico. Los talentos más grandes suelen ser también los más ambiciosos, con carácter competitivo y vocación de liderazgo. Pasar de jugar siempre a jugar poco, mantener la motivación y convivir con la sensación de examen permanente exige un trabajo invisible, constante y muy fino por parte del club.
En ese punto entran en juego tres pilares básicos: paciencia, perseverancia y confianza. Pero confianza real, no la que se verbaliza en ruedas de prensa y se evapora tras una mala acción en una aparición testimonial. Un joven no puede crecer si vive instalado en la duda cada vez que falla en diez minutos. Necesita sentir que el club cree en él de manera estable. Y todo se complica todavía más cuando la posición condiciona el camino. No es lo mismo irrumpir en una demarcación con espacio que hacerlo donde hay una estrella consolidada. Competir hoy por el extremo derecho del Barça, con Lamine Yamal como referencia, obliga a una gestión especialmente cuidadosa.
Bajo ese prisma se entiende mejor la situación de Dro y Marc Bernal. Ambos tienen talento y nivel para el Barça, y entrenar a diario con el primer equipo les aporta un salto claro en exigencia, ritmo y aprendizaje. Sin embargo, la realidad competitiva pesa: los minutos en partidos oficiales son escasos, no han disfrutado del foco que tuvieron Yamal o Cubarsí y, además, en sus posiciones hay futbolistas consolidados rindiendo a buen nivel. La consecuencia es una ecuación delicada: cuando entran al campo lo hacen con presión extra, con la sensación de que deben demostrarlo todo de inmediato, y eso suele generar nerviosismo. No es fácil rendir con naturalidad cuando el margen de error parece inexistente.
Por eso, en cualquier transición bien diseñada, la prioridad no debería ser acumular entrenamientos, sino garantizar competición. Entre los 16 y los 19 años hay que jugar mucho. Entrenar sin competir el fin de semana acaba afectando al ritmo, a la confianza y a la dinámica del jugador. Aquí el ‘timing’ es decisivo: subir a un joven solo tiene sentido si el cuerpo técnico contempla un mínimo de protagonismo real. Si ese espacio no existe, hay que construirlo por otra vía. Entrenar con el primer equipo suma, acelera aprendizajes y enseña a convivir con la presión de ganar siempre, pero el futbolista necesita partidos, continuidad y sensaciones reales de juego.
En muchos países europeos esto está plenamente normalizado: los jóvenes alternan primer equipo y segundo equipo sin dramatismos, entendiendo el proceso como parte del crecimiento. En España, en cambio, sigue pesando el concepto de “bajar”, como si competir con el filial fuera un retroceso. Ese lenguaje distorsiona el camino. No se baja: se compite. Desde esa lógica, la vía más sensata para Dro y Marc Bernal —si el cuerpo técnico lo considera y los contratos lo permiten— sería alternar Barça B y primer equipo: entrenar arriba y jugar abajo cuando no haya minutos. No es un paso atrás, es una manera inteligente de sumar partidos, mantener el ritmo y crecer dentro del club.
El riesgo de no hacerlo es conocido. Cuando un joven juega poco, al final de temporada suele aparecer en listas de cesión o venta “porque hay interés”, y ahí comienza un trayecto peligroso. Para perfiles estratégicos, la cesión debería ser siempre la última opción. Salir del Barça hacia un club inferior no garantiza minutos ni estabilidad. Y si se opta por un traspaso, lo coherente es proteger el futuro con fórmulas como la recompra, que otorgan mayor control y estatus. Las cesiones sin opción, en cambio, suelen perjudicar al futbolista: si no eres propiedad del club receptor, necesitas rendir de inmediato para sostener la titularidad, y cualquier bache te deja sin red.
Autor: Iván.
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