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La Galerna

·29 septembre 2025

El apocalipsis exprés del madridismo vinagre

Image de l'article :El apocalipsis exprés del madridismo vinagre

Perdimos en el Wanda y los vinagres de módena, de vino y de jerez ya exigen dimisiones en masa. El problema no es la derrota, sino la impaciencia de un sector de la afición que confunde al Real Madrid con Amazon Prime.

El madridismo tiene enemigos históricos fuera, pero a veces el enemigo más corrosivo está dentro. Se llama madridista vinagre. Agrio de nacimiento, ácido por vocación. Si el equipo gana, encuentra un pero. Si empata, exige cabezas. Si pierde, convoca un apocalipsis exprés. Y lo peor: se reproduce más rápido que los gremlins mojados.


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Perder contra el Atlético en el Wanda duele. Duele como un traspié en la esquina de la cama a las tres de la mañana, duele como recordar a tu ex justo el día de tu boda, duele como morder un bocadillo de calamares y descubrir que son aros de goma del bazar chino. Sí, duele, pero de ahí a pedir la dimisión del entrenador, el exilio de Florentino a Santa Helena y el despido fulminante del guardia de la puerta 56 porque un día dejó pasar a un señor con camiseta rojiblanca, hay un salto lógico que solo el madridismo histérico puede dar con zapatillas de clavos.

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Porque eso es lo que somos en ocasiones: histéricos de campeonato. Un día campeones de Europa, al siguiente un solar en ruinas donde hay que dinamitar Valdebebas y levantar apartamentos turísticos. El Real Madrid, para muchos, no es un club de fútbol, sino un servicio exprés de Amazon Prime: “Si no me llegan tres Champions antes del viernes a las ocho, devuelvo el producto”.

Conviene hacer memoria, aunque la memoria sea un bien tan escaso en este club como la paciencia. Entre 2014 y 2024 vivimos una década prodigiosa: seis Copas de Europa, varias Ligas y una colección de noches épicas que harían palidecer a Homero. El problema es que algunos lo han interiorizado como si fuera la dieta mediterránea: lo normal, lo de cada día, lo que toca por contrato. Como quien espera que todos los domingos haya paella y si le ponen lentejas se pone a llorar en el portal.

El Real Madrid, para muchos, no es un club de fútbol, sino un servicio exprés de Amazon Prime: “Si no me llegan tres Champions antes del viernes a las ocho, devuelvo el producto”

Pues no. Aquello fue irrepetible. Una anomalía histórica. El Real Madrid, en menos de una década, logró lo que otros clubes tardarían siglos en soñar. Y ahora, claro, viene la resaca: un equipo muy joven, un entrenador que aún está en prácticas (pero con matrícula de honor en potencial) y un proyecto que necesita lo más valioso del mundo: tiempo.

El tiempo, ese bien que no se vende en el Bernabéu Shop. El tiempo, ese mineral más caro que el oro, el gas o las cláusulas de rescisión de los jugadores del PSG. El tiempo, ese que la afición no concede ni aunque lo regalen en 2x1.

Queremos títulos como si fueran hamburguesas en un McAuto: rápidos, calientes y con extra de gloria. Pero construir un equipo lleva su liturgia: entrenar, crecer, equivocarse, corregir, consolidar. Es un proceso. Pero claro, los que piden tiempo son los mismos que se quejan si en el microondas la pizza tarda más de dos minutos.

Y aquí entramos en el capítulo de nuestros entrañables protagonistas: los madridistas vinagre. Los hay de todos los sabores y denominaciones de origen.

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Está el vinagre de módena, sofisticado y cosmopolita, que pontifica desde Twitter como si fuera un sommelier del apocalipsis. Está el vinagre de vino peleón, agrio y tabernario, que sentencia en la barra del bar que “esto con Juanito no pasaba”. Y está el vinagre de jerez, añejo y rancio, que vive anclado en un pasado glorioso y mira con desprecio a cualquier futbolista que no haya nacido en los años 50.

Todos coinciden en lo mismo: llevan la acidez tatuada en el alma. Son incapaces de disfrutar de nada. El madridista vinagre no ve partidos, los sufre; no celebra goles, los cuestiona; no sigue al Madrid, lo fiscaliza.

Lo peor no es perder contra el mejor equipo de Canillejas (eso, al fin y al cabo, entra dentro del folclore), sino ver cómo un sector del madridismo se convierte en enemigo interior. No hace falta que el antimadridismo monte campañas mediáticas: ya nos las montamos nosotros mismos. El Real Madrid pierde un derbi y automáticamente encienden la pira en la Plaza de Cibeles: Florentino en el centro, rodeado de leña, el entrenador atado de pies y manos, y los chavales jóvenes con la cara pintada como si fuesen extras de El exorcista.

El madridista vinagre no ve partidos, los sufre; no celebra goles, los cuestiona; no sigue al Madrid, lo fiscaliza

Pedimos paciencia para todo menos para el Real Madrid. Si un chaval se compra un piso sobre plano, espera cuatro años a que lo entreguen y hasta da las gracias al promotor. Pero si un centrocampista de veinte años tarda más de tres partidos en parecer Modric, exigimos su venta inmediata a la segunda división turca.

La historia, tan olvidada, debería servirnos de consuelo y advertencia. En 1994, después del 5-0 en el Camp Nou, se pedían cabezas con más pasión que en la Revolución Francesa. En 2004, tras caer en Mónaco, había quien quería arrasar la ciudad deportiva a cañonazos. En 2010, cuando nos eliminó el Lyon, se pedía la dimisión de Florentino y la demolición del Bernabéu. ¿Y qué pasó? Que el Real Madrid siempre volvió. Porque el Madrid no es un club que viva en presente continuo, sino una máquina de resurrecciones.

Queremos ser eternos, pero vivimos instalados en el minuto a minuto. Nos proclamamos el club de la historia, pero reaccionamos como si no tuviéramos memoria. Nos vendemos como el equipo de las remontadas imposibles, pero pedimos la cabeza del entrenador tras el primer tropiezo serio. La paradoja blanca es esta: exigimos estabilidad eterna, pero practicamos la inestabilidad como religión. Y ahí, el madridista vinagre (ya sea de módena, de vino o de jerez) se siente en su salsa: cuanto más turbulencia, más disfruta echando acidez sobre la herida.

El Real Madrid necesita tiempo. Tiempo para que los chavales dejen de ser promesas y sean tótems. Tiempo para que el entrenador deje de parecer “demasiado joven” y empiece a parecer “demasiado bueno”. Tiempo para que Florentino termine de armar la última gran obra de su vida deportiva. Y tiempo, sobre todo, para que algunos madridistas entiendan que perder un partido, incluso un derbi, no es el fin del mundo, sino parte del camino hacia volver a ganarlo todo.

Porque el apocalipsis no llega por perder contra el Atleti. El apocalipsis llega cuando el madridismo se convierte en una bodega de vinagres. Y ahí sí que no hay Champions que lo cure.

La paradoja blanca es esta: exigimos estabilidad eterna, pero practicamos la inestabilidad como religión. Y ahí, el madridista vinagre se siente en su salsa: cuanto más turbulencia, más disfruta echando acidez sobre la herida

El madridista vinagre no necesita títulos. Necesita ácido. Un gol en contra y ya prepara la guillotina. Un empate y ya convoca un congreso de salvación nacional. Un mal pase de un chaval de 19 años y ya lo compara con Spasic (el pobre). El Madrid gana y protesta porque no goleó. Pierde y exige refundar el club. Empata y directamente cambia de canal para ver petanca. El vinagre no entiende de ciclos. Vive en el tic-tac del reloj de cocina. El vinagre no celebra Copas de Europa: las contabiliza para usarlas como excusa en su próxima queja. El vinagre no anima: amarga. Un vinagre de módena en Twitter vale por cien. Un vinagre de vino peleón en la barra del bar intoxica a toda la parroquia. Un vinagre de jerez en tertulia de sobremesa amarga la paella entera.

Pero el Madrid siempre ha sobrevivido a sus vinagres, sobrevivió en Chamartín cuando pedían dimisiones en 1948. Sobrevivió al 5-0 del Dream Team. Sobrevivió a Lyon, a Mónaco y a la Séptima que tardó 32 años en llegar. Estoy convencido de que sobrevivirá también ahora. Y va a sobrevivir porque el Real Madrid no es vinagre: es vino gran reserva. El único capaz de madurar con el tiempo y brindar eternamente.

Y mientras tanto, que los vinagres sigan chorreando acidez. El Real Madrid, como siempre, volverá a convertir su amargura en champán.

Me despido como siempre, estos días más que nunca. Ser el Real Madrid es lo mejor que una persona puede ser en esta vida. ¡Hala Madrid!

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