
La Galerna
·23 septembre 2025
El Madrid es un club señor

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·23 septembre 2025
Veo por X, la vieja Twitter, que un puñado de madridistas se han enfadado mucho con una chavala, empleada o subempleada del club como steward en el Bernabéu, que subió una foto a sus redes sociales llamando «lata del atún» al estadio. Estos conmilitones están muy enfadados y la quieren funar, que es un americanismo muy de moda ahora entre los jóvenes y que según la RAE quiere decir «organizar actos públicos de denuncia contra organismos o personas relacionados con actos de represión delante de su sede o domicilio». O sea, liquidarla, quitarla de en medio, que el Madrid la despida o haga que la despidan, en fin. Para más inri, como la han doxeado, se ha descubierto que es barcelonista, lo que ha terminado de condenarla del todo a la pobre.
Este comportamiento, la verdad, es muy poco madridista. Hay que tener sentido del humor y, sobre todo, estilo. El Madrid nunca fue eso. Es verdad que la chica hace un mal uso de Internet y se expone sin necesidad, pero lo madridista, en este caso, es regañarla con señorío, que es un verbo anatematizado últimamente por culpa de la prensa antimadridista y que, sin embargo, sigue significando cosas importantes.
El Madrid es un club señor desde antes de Bernabéu. Y es un club de hidalgos, no de escracheadores de pacotilla. Tal y como está la cosa, buscar que alguien pierda el empleo es una buena bellaquería
En esta vida hay que tratar de ser un señor. El Madrid es un club señor desde antes de Bernabéu, quien lo elevó a la máxima potencia. Y es un club de hidalgos, no de escracheadores de pacotilla. Tal y como está la cosa, buscar que alguien pierda el empleo es una buena bellaquería. Si de algo vale todo el cuento de la experiencia transmitida con nobleza de veteranos a noveles, se debe aleccionar sin ensañarse y reprobar sin crueldad, que no somos ni el Atlético ni el Barcelona.
La expresión de la muchacha es graciosa, hay que confesarlo, aunque esto levante ampollas: el nuevo Bernabéu, ya lo he escrito aquí muchas veces y también en X, es un fenómeno cuya naturaleza neobrutalista nos asombra, nos deja estupefactos y también, es cierto, nos hace reír. Es una nave espacial, cuando lo vemos por televisión mientras anochece parece un platillo volante que hubiera perdido pie y aterrizado forzosamente en medio de La Castellana; nos deja sin palabras cuando lo miramos desde el suelo, nos hace sentir diminutos igual que el Coliseo o el Partenón o como escribe Hughes es un enigma que nos interpela, cuyas formas ofrecen al realizador unas «tomas poéticas y láser del anochecer, del poniente por Tetuán, como si el estadio fuera un futurismo que se resiste a la decadencia que da miedo y fantasía».
Hay que reírse también un poco, que a veces se nos va la mano con la solemnidad
Pero la chavala, al caricaturizarlo, lo devuelve al plano ordinario de nuestras vidas y nos recuerda que el Madrid es todo o nada: grandeza y ridículo, oro y mierda, lo superlativo y lo patético, a veces al mismo tiempo. Porque nunca negocia vencer y como no se puede vencer siempre, la alternativa es la caída estrepitosa. Puerta grande o enfermería, Plácido Domingo o Toñín el Torero. El Madrid es la expresión más fiel de la vida misma.
Hay que reírse también un poco, que a veces se nos va la mano con la solemnidad.
Vivimos en un mundo tan innoble que tomarla con una adolescente por una tontería en redes sociales resulta hasta grotesco. El madridismo de Internet, que empezó siendo underground, se ha hecho mainstream en cuanto una masa crítica ha desnaturalizado aquella renovación espiritual e intelectual que impulsó una vanguardia desorganizada y espontánea hace casi quince años. Aquellos «camisas viejas» eran iconoclastas, revolucionarios, heterogéneos, pero, sobre todo, brillantes. Ahora en redes se quiere funar a una muchacha con la vehemencia con la que se deberían pedir explicaciones del hecho de que el Nuevo Bernabéu, que iba a ser el gran espectaculódromo de España, lleve un año sin dar conciertos mientras en el Metropolitano se anuncien giras infinitas de Bad Bunny, Coldplay u Oasis. Por ejemplo. También está lo que dice el gran Kollins en su canal de YouTube, que el Madrid no parece demasiado por la labor de que el Fútbol Club Barcelona purgue judicial y deportivamente sus innúmeros pecados.
La anécdota, que no es más que eso, revela no obstante cierta postración. La pax florentina integró con acierto muchas de aquellas cosas que vinieron con la bocanada de aire underground. Pero es como si ya no hubiera lugar a la crítica y se quisiera ser más papista que el papa. El tardoflorentinismo tiene como un eco de vulgaridad en X, antaño mascarón de proa de una corriente de renovación extraordinaria que precedió el fulgurante último ciclo ganador del Madrid. Da pena que ahora sean estos los molinos de viento.
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