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REVISTA PANENKA
·20 février 2025
El partido más importante de los Jabalíes Salvajes
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·20 février 2025
En la oscuridad húmeda de la cueva de Tham Luang, el aire denso y las paredes angostas se convirtieron en un laberinto como el construido por Dédalo. Sin monstruo al acecho, pero con la amenaza silenciosa del agua y la piedra. Con el oxígeno escaseando, los 12 niños del equipo tailandés de los Jabalíes Salvajes y su entrenador aguardaban atrapados en un desafío como al que se enfrentó Teseo: encontrar el camino que los llevara de vuelta a la luz natural. A diferencia del héroe griego, no estaban solos. Fueron necesarios buzos, ingenieros y voluntarios de todo el mundo para trazar el camino del rescate. Una epopeya contemporánea en la que el fútbol tejió su propio hilo de Ariadna.
El 23 de junio de 2018 fue el día que cambió las vidas de los Jabalíes Salvajes. Los 12 niños -Peerapat Sompiengjai, Phornchid Kamlunag, Pipay Photai, Adul Sam-on, Ekkarat Wongsookchan, Nattawoot Thakamsai, Prajak Sutham, Duangpet Promtep, Somphong Jaiwong, Panumas Sangdee, Mongkol Boonpiem y Chanin Wibrunrungrueang- y su entrenador Ekkapol Janthawong, estaban celebrando el cumpleaños de uno de los chicos en el Parque Nacional de Thamluang Khunnam Nangon, ubicado en la cordillera de Doi Nang Non, en la provincia de Chiang Rai, al norte de Tailandia.
Aparentemente, los chicos entraron a la cueva de Tham Luang para refugiarse de un chaparrón repentino. Dejaron sus bicicletas sujetas con candados en la entrada, y se introdujeron en la oscuridad y en lo que acabaría siendo el reto de supervivencia más grande de sus vidas. Fue ahí, al encontrar sus bicis abandonadas, cuando horas más tarde fueron dados por desaparecidos. Las fuertes lluvias bloquearon la entrada de la gruta como un muro que barra el paso. La búsqueda se volvió un asunto de Estado y la operación se extendió al resto del mundo. Países como Australia, Estados Unidos, Japón o China se involucraron, además de buzos internacionales. Es aquí donde entran en acción tres nombres claves: Richard Stanton, John Volanthen y Robert Harper. Tres buzos británicos expertos en rescate en cuevas.
Tras más de una semana buscando el paradero de los Jabalíes Salvajes, el 2 de julio fueron encontrados por Volanthen. El buzo dio con los chicos mientras colocaba señales para ayudar a otros compañeros durante el rescate. Su línea falló y tuvo que volver a la superficie. Apareció cerca de una cámara llamada Pattaya Beach, y ahí se encontraba el equipo. Un día más tarde, empezó el operativo para sacarlos de la cueva. El primer paso fue hacer llegar siete buzos, un médico y un enfermero para inspeccionar y hacer controles de salud e iniciar tratamientos si era necesario.
Fueron necesarios buzos, ingenieros y voluntarios de todo el mundo para trazar el camino del rescate. Una epopeya contemporánea en la que el fútbol tejió su propio hilo de Ariadna
Durante días, la cueva Tham Luang fue un laberinto de sombras, donde el oxígeno y la esperanza se racionaban con cautela. Las operaciones de rescate se iniciaron rápidamente, sabedores que cada minuto que pasaba corría en su contra. A cada inmersión de los buzos, la historia de aquellos chicos quedaba marcada como una gesta que trascendía los límites del deporte y el desastre natural. En los primeros instantes, se discutió si los chicos tenían que aprender a bucear o era mejor esperar durante meses a que la temporada de lluvias finalizara. Un análisis de los especialistas demostró que el trayecto hasta la superficie estaba lleno de tramos inundados, además de las fuertes corrientes. El camino a la luz exterior pasaba por varias horas buceando, por lo que los equipos de rescate buscaron entradas alternativas. No se logró localizar ningún punto.
Se instalaron sistemas de bombeo para extraer el agua y se logró reducir el nivel más de un centímetro y medio. Para el 8 de julio se esperaban fuertes lluvias que amenazaban con inundar la zona donde se encontraban los desaparecidos, por lo que la opción de que los chicos salieran buceando pasó a considerarse como el plan A. Las autoridades avisaron que la operación de rescate era inminente. 13 buzos fueron enviados al interior de la cueva y se anunció que utilizarían el ‘sistema buddy’, en el cual dos buzos acompañarían a cada niño a salir.
Los niños fueron sedados y atados. Richard Stanton admitió en una entrevista a National Geographic que siempre confío en la decisión: “No veía ninguna razón para que no funcionara. Hubo mucha planificación sobre cómo íbamos a trasladar a los chicos. Y cómo íbamos a manejar sus vías respiratorias y demás”. El bombero británico y rescatista especializado en cuevas, aseguró que la opción de dejar a los chicos en la cueva hasta finalizar el monzón jamás hubiera funcionado: “Nunca se habría podido bucear hasta ellos cuando la cueva estuviera totalmente inundada. Incluso con la cuerda puesta, no habrías podido tirar de ella… el monzón dura tres o cuatro meses, pero cuando se acaba, el agua se queda en la cueva”.
Tras más de una semana buscando el paradero de los Jabalíes Salvajes, el 2 de julio fueron encontrados por Volanthen. El buzo dio con los chicos mientras colocaba señales para ayudar a otros compañeros durante el rescate
El mundo exterior siguió la operación con dramatismo; cada minuto traía su dosis de tensión y esperanza. El rescate se planificó como un partido a tres tiempos: en la primera jornada, cuatro niños salieron de la cueva, en la segunda, otros cuatro. Para el tercer y último tiempo, la presión era máxima. Los rescatistas sabían que cada minuto contaba, que el monzón podría reclamar su derecho sobre la montaña y hacer imposible lo que parecía un milagro en curso. Cuando finalmente, el 10 de julio, el último niño emergió del laberinto en el que habían estado atrapados, el mundo entero estalló en una celebración contenida.
En la operación de rescate participó como voluntario Fernando Raigal, buzo español residente en Tailandia. Raigal recibió las felicitaciones del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la Casa Real. Su trabajo consistía en estar en una segunda estancia a la que llegaban los buzos con los chicos. “Fue un trabajo en equipo grandísimo en unas circunstancias que no se habían presentado antes”, explicó Raigal en una entrevista a El Larguero de la Cadena SER. El rescatista aseguró que “pudieron existir muchas complicaciones” pero que, por suerte, “salió todo muy bien”.
En las estrecheces de la cueva, el grupo se apoyó en su entrenador, quien les guio con ejercicios de meditación aprendidos en sus años como monje budista. Un entrenamiento mental que rivalizaba en importancia con cualquier táctica de juego. La clave no radicaba solo en la salvación, sino en la demostración de que el fútbol, como la vida, es un juego colectivo. Nadie sobrevive solo. Los niños, su entrenador, los buzos, los médicos y los voluntarios habían tejido un hilo conjunto para salir del laberinto en el que se había convertido Tham Luang.
Los ‘Jabalíes Salvajes’ salieron de la cueva como campeones de una batalla más trascendental que cualquier campeonato. Su historia recordó que el fútbol es mucho más que un deporte. Es la eterna búsqueda de la luz, incluso cuando todo parece oscuridad. El fútbol enseña a respirar bajo presión: aguantar cuando el rival aprieta, mantener la calma en la prórroga y seguir adelante cuando todo parece perdido. Ninguna táctica pudo preparar al joven equipo tailandés para el partido más importante de sus vidas. Cuando el aire escaseaba, aguantaron el tipo para que nunca llegara el pitido final.
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Fotografía de Getty Images.
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