
La Galerna
·21 septembre 2025
Mastantuono, qué jugador

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El Real Madrid ganó 2-0 al Espanyol en un partido que, si lo analizamos con calma, tuvo de todo: dos goles de museo desde fuera del área, un árbitro empeñado en hacerse notar, un rival que se pasó la tarde en modo karateka sin ver ni una tarjeta, un Madrid que combina ráfagas de brillantez con momentos de cansancio, y un anexo televisivo que merece capítulo aparte: el antimadridismo de nacimiento, confesado en antena por un comentarista de Eurosport como si fuese un título nobiliario.
El encuentro se abrió con dos golazos desde larga distancia, dos misiles que salieron de las botas blancas a tal velocidad que sólo faltó que el árbitro, Martínez Munuera, los anulase por “exceso de velocidad” del proyectil. Si hubiera existido un VAR de la DGT, no duden que habría pitado: “Señores, eso son 280 km/h, no están permitidos en Madrid”. Pero no: ni el VAR ni el acta arbitral pudieron evitar lo evidente. El balón, cuando quiere, se convierte en ley natural, y ahí no hay Munuera ni comité técnico que valga.
Lo curioso es que los goles del Madrid parecen siempre culpables de algo. Si son de rebote, porque son sucios; si son de estrategia, porque hay falta previa; si son de Mbappé, porque es demasiado bueno; y si son desde fuera del área, porque el portero estaba distraído. El caso es discutirlos. Esta vez, ni eso: eran tan limpios que lo único que pudieron hacer fue mirar hacia otro lado, como quien niega un eclipse.
El Espanyol, por su parte, firmó veinte faltas. Veinte. Una tras otra. Golpes, empujones, zancadillas, collejas y hasta abrazos de lucha grecorromana. Y lo más llamativo no fue el número, sino el color: ni una tarjeta, ni amarilla, ni de advertencia, ni de cortesía. Nada, un manto de impunidad que ya resulta costumbre en la Liga española: contra el Real Madrid se puede repartir leña sin miedo a consecuencias.
El dato es tan sangrante que no necesita adjetivos. Es como si en un partido de baloncesto un equipo hiciera cuarenta faltas personales y el árbitro decidiera no sancionar ninguna. El resultado no sería baloncesto, sino boxeo con aro. Aquí, en el fútbol español, parece haberse asumido que al Real Madrid se le puede golpear, sujetar y pisar sin que el reglamento se entere. La norma es clara: tarjeta. La práctica, aún más clara: silencio administrativo.
los goles del Madrid parecen siempre culpables de algo. Si son de rebote, porque son sucios; si son de estrategia, porque hay falta previa; si son de Mbappé, porque es demasiado bueno; y si son desde fuera del área, porque el portero estaba distraído. El caso es discutirlos
Dicho esto, el Real Madrid no estuvo redondo. Hubo ráfagas de brillantez, como tormentas de verano: repentinas, poderosas, deslumbrantes, pero intermitentes. El equipo está en septiembre, con el físico todavía en fase de construcción, y eso se nota. A ratos le falta continuidad, otras veces precisión, y en ocasiones el fuelle para sostener la presión alta.
Pero cuando encadena tres pases en campo contrario, cuando Mastantuono se descuelga entre líneas, cuando Mbappé acelera y Vinicius encara, el Madrid recuerda por qué es diferente. Falta rodaje, sí; sobra talento, también. Y, como bien sabemos, el rodaje llega solo, pero el talento no se compra en el mercado de invierno.
Mbappé está finísimo. Cada control, cada desmarque y cada definición suenan a la versión más pulida de sí mismo. Es un jugador en estado de gracia, de esos que hacen que el rival sepa que, tarde o temprano, caerá el golpe.
Vinícius, por su parte, está entrando en harina. Aún le falta ese punto de chispa que le convierte en jugador de videojuego, pero se le ve cada vez más asentado, con la confianza recuperada. Y, cuando la sonrisa le vuelve a la cara, sabemos que los defensores rivales vuelven a sudar frío.
Y luego está Mastantuono. Qué jugador, qué descaro, qué manera de entender el juego, como si llevara toda la vida en el Bernabéu. Cada partido suyo es un recordatorio de que la famosa “adaptación” es una excusa inventada para justificar mediocridades. Los buenos no se adaptan a nada: simplemente juegan. Di Stéfano no necesitó adaptación, Rial tampoco, y Maradona incendió la Liga desde el primer toque. La adaptación es para quien no llega, no para quien ya está de sobra.
Y aquí entra la guinda del pastel. Mundial de Atletismo, Eurosport. El narrador, muy cómodo en su micrófono, confiesa: “Soy antimadridista de nacimiento. No sé por qué, pero me alegra que pierda el Madrid. Luego casi siempre me decepciono porque remonta”.
Esto, en cualquier país serio, provocaría sonrojo. Imaginen a un comentarista británico diciendo que es anti-Manchester United de nacimiento, en mitad de una final de Champions. O a un narrador estadounidense proclamando que odia a los Yankees mientras retransmite la Serie Mundial. No duraría ni dos telediarios. Aquí, en cambio, se dice con orgullo, como si fuera un mérito académico.
El madridista, que no es tonto, hace lo que tiene que hacer: cambiar de canal. Yo lo hice. Teledeporte, gracias por emitir el mundial.
Que cada uno piense lo que quiera, faltaría más. Si un comentarista quiere ser antimadridista, lo es. Pero quizá convendría recordarle que su sueldo no se lo paga la barra del bar, sino la antena de una televisión. Y que no es lo mismo ser forofo en la sobremesa que confesor de sus odios en horario de máxima audiencia.
Cada partido de mastantuono es un recordatorio de que la famosa “adaptación” es una excusa inventada para justificar mediocridades. Los buenos no se adaptan a nada: simplemente juegan. Di Stéfano no necesitó adaptación, Rial tampoco, y Maradona incendió la Liga desde el primer toque
La libertad de expresión está garantizada; la libertad de elección del espectador, también. Si alguien utiliza un micrófono para pavonearse de su fobia, el espectador tiene derecho a premiarle con el zapping. Lo que debería preocupar a la dirección de la cadena es que cada vez más madridistas se van, cambian de canal y no vuelven.
En definitiva, El Real Madrid ganó con dos misiles imparables, sobrevivió a veinte faltas sin castigo, dejó chispazos de brillantez y volvió a demostrar que, aun en construcción, tiene jugadores capaces de definir partidos con un gesto. Pero lo que queda, además, es el retrato de un país: árbitros que miran para otro lado, rivales que convierten el reglamento en origami, y un ecosistema mediático donde confesar antimadridismo en antena es motivo de simpatía y no de vergüenza.
Me despido de todos ustedes. A partir de la semana que viene, Javidatos, nuestro amigo, volverá a firmar los artículos en este excelso medio, que es el mejor medio digital madridista que en el mundo existe. Yo estaré en la sombra, dándole mi apoyo y mis consejos, que para eso es mi amigo del alma. Él ha escrito mi triste historia, que pronto saldrá a la luz y yo, siempre estaré a su lado y de su parte, faltaría más. Ha sido un verdadero placer estar con ustedes estos meses y volveré, siempre que la dirección de La Galerna lo permita, cuando mi amigo lo necesite.
Ahora, como siempre, me despido con su frase: Ser del Real Madrid es lo mejor que una persona puede ser en la vida. ¡Hala Madrid!
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