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La Galerna

·12 mai 2025

Obituario

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Aquí yace un equipo campeón es el epitafio del Real Madrid en Montjuic, cuyo nombre evoca un cementerio de judíos muy principal que ocupaba en la Edad Media gran parte de la montaña. Es pura casualidad que, allí, en el mismo estadio olímpico de Barcelona, sucumbiera también el Madrid galáctico hace ya veintiún años: el mundo parece estar compuesto de ruinas circulares y ni siquiera el florentinismo parece ajeno a semejante poder cósmico.

El Madrid de Florentino Pérez feneció de la peor de las maneras posibles. Desde la inmejorable posición dominante en que estaba el club el 2 de junio de 2024 ha ido liquidando toda su autoridad moral y deportiva en once meses infaustos. Los antiguos romanos borraban los años así de los anales de la república, pero esta temporada va a ser difícil de olvidar. Se prefirió sacrificar el honor para evitar la guerra, y al final nos hemos comido la guerra y nos hemos quedado sin honor.


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Honor es, la verdad, una palabra obsoleta, pasada de moda. El concepto mismo es una antigualla. Ahora que todo está sujeto a compraventa, apelar a cualquier principio moral resulta, verdaderamente, ridículo.

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En lo puramente futbolístico, los madridistas nos hemos caído del guindo. Nuestro trabajo nos ha costado. El madridista tiene algo de optimista irreductible, antropológico, quizá porque hasta ahora ser del Madrid implicaba una joie de vivre. Pero, por lo menos en mi caso, desde agosto he vivido haciéndome trampas al solitario. El equipo, tal y como estaba concebido, no había por dónde cogerlo. Quise alejar de mí los fantasmas que presagiaban otro galacticidio, pero la administración de las lesiones, el asunto de los laterales y la aberración del medio campo ha superado, desde luego, la queirozada de jugar con Beckham y Guti de doble-pivote.

El madridista tiende a engañarse porque la Historia le invitar a ser feliz y ver las cosas con alegría. Esto, aunque pueda parecer extraño, casa con su agonismo intrínseco: son dos caras de la misma moneda, que es la pasión. Pero tengo la impresión de que en el tardoflorentinismo al madridista se le ha anestesiado. Los grandes ensueños del estadio, la Superliga y Mbappé han ayudado a que se le perdiera el respeto al fútbol en su dimensión más elemental, que es la de la propia competición ordinaria. Esta temporada, con mucho dolor, nos hemos dado cuenta de que no se puede ganar de cualquier manera.

El madridista tiende a engañarse porque la Historia le invitar a ser feliz y ver las cosas con alegría. Esto, aunque pueda parecer extraño, casa con su agonismo intrínseco: son dos caras de la misma moneda, que es la pasión

Y no me refiero al estilo de juego. Esa es una estupidez propia de barcelonistas fanatizados y de los charlatanes de los medios. El Madrid, que se llenó de jerarcas en los años de lucha contra Guardiola y Messi, se ha ido quedando huérfano de ellos a medida que pasaba el tiempo. En el punto siguiente a Kroos, la cadena se ha interrumpido. No hay jugadores con auctoritas en el campo y eso es tan decisivo como jugar con laterales ortopédicos o sin un reemplazo serio de los creadores de juego.

La sensación, también, que deja esta temporada es que el foco no estuvo en el fútbol. El club anda enfangado en peleas políticas que al aficionado no se explican más que de modo ambiguo y opaco. Volando como Ícaro por las alturas olímpicas el Madrid ha sido vapuleado en todas las competiciones de España por el Barcelona, acumulando una media de cuatro goles por partido. El madridista de a pie se encuentra con que tenía un equipo campeón de Europa y entreverado de grandes veteranos y muy prometedores noveles que ahora, de pronto, es un circo. ¿Cómo ha podido ocurrir todo esto? ¿Hay algún plan?

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La promesa latente del florentinismo era una gestión diferente de la planificación deportiva: una manera moderna de hacer las cosas independiente, se supone, del más estricto resultadismo. Esto salta a la vista que dura lo que tardan en llegar los descalabros. Son ya veinticinco años de florentinismo, una generación entera viendo de lejos al artífice de la mejor época de la Historia del Madrid. Pero todo en la vida está sujeto a la decadencia. Quizá la inexistencia de oposición seria provoque anemia en las organizaciones humanas, y eso que el Madrid nunca se gestionó, ni falta que hace, como una democracia asamblearia.

Es triste que Carletto se vaya así. Con él, los madridistas hemos vivido cosas extraordinarias. Quizá el sino de las superestructuras como el Madrid sea el de fagocitar a quienes las engrandecen. Ancelotti, como Zidane, han dado tanta gloria al Madrid contemporáneo, el Madrid de Florentino Pérez, que a lo mejor sólo pueden terminar sus etapas bruscamente, con momentos de dolor y, luego, de olvido. Puede que sea uno más de los procesos humanos. El Madrid afronta un nuevo ciclo con cuestiones pendientes que tienen que ver con su misma viabilidad en el medio y largo plazo y que no parecen bien explicadas: qué ocurrirá con el nuevo estadio, cómo afectará eso a las posibilidades de renovación de la primera plantilla y quién, y de qué manera, sucederá al presidente Pérez al final del nuevo mandato. Y sin embargo todo, aunque hayamos vivido tanto tiempo queriendo negarlo, seguirá dependiendo de si entra el balón cada fin de semana.

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