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Nacional Es Pasión

·5 septembre 2025

Se viene el Clásico

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Atlético Nacional está en cuartos de final. El marcador global ante el Deportes Quindío lo dice con claridad: 6-2. Una diferencia aplastante en el papel, pero engañosa en sensaciones. Porque lo que debió ser una noche tranquila, de control absoluto y superioridad evidente, terminó siendo un partido incómodo, con lapsos preocupantes y rendimientos que dejan más dudas que certezas.

La clasificación no estuvo en riesgo real. El verde arrancaba el partido con una ventaja de 4-0 en el acumulado. El trámite parecía cantado: manejar el resultado, dominar al rival y reforzar la confianza colectiva de cara al clásico que se avecina. Pero Nacional no dominó. No impuso condiciones. No mostró esa jerarquía que se exige cuando se lleva esa camiseta.


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Por el contrario, fue un equipo plano en el primer tiempo, sin claridad en ataque y con una alarmante desconexión en la generación de juego. Edwin Cardona, llamado a ser cerebro y brújula, nunca logró conectarse. La posesión fue estéril. El rival, un Quindío limitado, encontró dos goles —uno en cada tiempo— que pusieron el marcador 2-0 y el agregado en 4-2. No hubo pánico, pero sí desconcierto.

Y luego, para empeorar el panorama, vino la expulsión infantil de Marlos Moreno. Un cabezazo innecesario, una reacción descontrolada, y un jugador menos en el tramo final. La escena reflejó una fragilidad mental que no se puede permitir un equipo que tiene la obligación de competir por todo.

La reacción llegó tarde, pero llegó. Andrés Sarmiento sacó la cara. Fue el único que entendió que esa camiseta se defiende sin excusas, incluso cuando el rival parece menor. Con un gol de oportunismo y otro de calidad —un zurdazo de media distancia—, selló el empate y maquilló la noche.

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Pero no se trata de maquillar. Se trata de construir. Y lo que vimos en Armenia no construye confianza. Porque no se midió a un rival de peso. No se estaba jugando una final. Se jugaba contra un equipo del Torneo de Ascenso, en un cruce que debía servir para rodar, para brillar, para imponerse.

Y lo que se impone ahora es una pregunta que retumba: ¿este es el Nacional que va a enfrentar al Medellín en el clásico paisa?

Este domingo, el Atanasio será escenario de uno de los clásicos más determinantes de los últimos tiempos. El contexto es claro: Nacional aún no convence, y Medellín llega en ascenso, con funcionamiento, con confianza y con Jarlan Barrera como símbolo de esta narrativa cruzada que tanto le gusta al fútbol.

Jarlan, que defendió la camiseta verde durante cuatro años y celebró títulos, ahora viene vestido de rojo con hambre de revancha. Conoce la casa, conoce a la gente, conoce los ruidos y los silencios. Y su equipo, el DIM, viene con estructura, con cohesión, y con argumentos para plantarse con autoridad.

Hoy, Nacional no es favorito. No por historia ni por plantilla, sino por lo que ha mostrado —o dejado de mostrar— en la cancha. Porque este equipo aún no tiene una idea clara, aún no logra solidez defensiva, aún depende de individualidades. Y los clásicos, los verdaderos, no se ganan con nombres. Se ganan con funcionamiento.

El hincha de Nacional, que ha visto glorias continentales y remontadas memorables, sabe cuándo su equipo está en deuda. No con el resultado. Con el juego. Con la actitud. Con la entrega.

Este clásico es una oportunidad. Pero también una amenaza. Porque no hay nada más doloroso para el verde que perder ante el rojo en casa. Y hoy, el DIM no solo quiere ganar: quiere demostrar que es más equipo. Nacional, si no se despierta, si no encuentra su carácter colectivo, puede sufrirlo.

El domingo no se juega solo un partido. Se juega la credibilidad de un proceso. Se juega el respeto de la hinchada. Se juega la autoridad en una ciudad dividida por colores pero unida por la pasión.

Que no nos confunda el marcador. Que no nos adormezca la clasificación. Lo que viene exige más. Mucho más.

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