La Galerna
·19 Desember 2025
Culerismo y sintaxis

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Se me está haciendo intensa la discusión sobre las mentiras del testigo Laporta con mis amigos adictos a «la ilusión del castigo», expresión, acuñada por Rafa @cuatroamiguetes Barney, del escepticismo que provoca la memoria histórica, esa que el Fútbol Club Barcelona es el mejor experto en borrar del imaginario colectivo.
Andaba ocupado en explicar la ausencia de presupuestos del tipo objetivo del delito a quienes me inquirían por la pena de prisión que corresponde al falso testimonio, cuando Pepe Kollins me volcó encima una relación de mentiras contrastadas de Laporta más larga que Lo que el viento se llevó. Como Rhett Butler a Scarlett O´Hara, debí haberle respondido: francamente, querida, eso no me importa. Y cerrar a mis espaldas la puerta del falso debate. Pero estas réplicas fulgurantes se me ocurren siempre luego. Con el contrario en las duchas.

Asfixiado por la sofocante relación de mentiras, cercado por las nuevas pretensiones de los demás yonquis del espejismo punitivo, defendí como pude mi trinchera. ¿Sin necesidad de conocer el contendido de la declaración, no había escrito yo que el testigo Laporta estaba condenado (a mentir)? (https://www.lagalerna.com/el-testigo-condenado-a-mentir/). ¿Acaso alguien podía esperar de Laporta que declarara la verdad?
«Verá, Señoría, sin formalizar por escrito ningún contrato, pagamos durante la tira de temporadas a Negreira unos 8 millones de euros a cambio de nada. Así solemnemente lo reconocimos ante la Agencia Tributaria, porque la contraprestación, que tampoco permitía reducir con los pagos la base imponible, traía cárcel. Pero eso que le contratamos, y no podemos confesar, lo hizo tan rematadamente bien, y a tanta satisfacción de la culerada, que durante mi primera presidencia le subí el sueldo: de los 30.000 que le pagaba el tacaño de Gaspart a los 650.000 que le acabaría pagando yo, por ser retribución más acorde al rendimiento de sus muchachos sobre el terreno de juego»
Dejaré de lado, por un momento, el escepticismo que me provoca la falta de reproche social a la tentativa de influir mediante precio en las pautas de actuación del estamento arbitral, que racionalmente se infiere de los hechos reconocidos por el Fútbol Club Barcelona en documento oficial, para poder mirar las cosas desde la posición de la acusación y explicar, así, la falta de importancia que doy a la mentira tratada como mentira.

Desde esta perspectiva, lo relevante no son las mentiras del testigo —condición inescindible de la de presidente del Fútbol Club Barcelona, entidad investigada en la causa— sino la falta de explicaciones verosímiles a ciertas conductas del Fútbol Club Barcelona que ha resultado de esas mentiras. Conductas bien acreditadas en la causa y de neto contenido incriminatorio.
Un ejemplo es el caso del reconocimiento en acta de conformidad con la Agencia Tributaria de la falta de contraprestación de los pagos a Negreira en servicios reales y efectivos suministrados al Fútbol Club Barcelona. Declaró el testigo que prestó conformidad porque era parte de un acuerdo global para resolver todas la deudas tributarias levantadas por la inspección. Pero el acta demuestra que la conformidad en el asunto de Negreira no fue condición de nada. El club, que de nuevo presidía, no prestó conformidad a ninguna de las restantes deudas liquidadas por la inspección. Y concretamente no la prestó a la regularización de las cuotas de IVA de las comisiones de los agentes, que en su declaración mencionó como la principal razón de admitir la liberalidad de los pagos a Negreira. El efecto de no ser verosímil su argumento exculpatorio es que no hay nada en las actuaciones que neutralice el efecto incriminatorio de la literalidad de ese documento oficial.
Ocupado como estaba en inventar esas y otras, es normal que el testigo padeciera dos veces el mismo lapsus linguae, al referirse al miembro del comité de designación arbitral en los años 90, Negreira, por el apellido del responsable de las designaciones arbitrales en la actualidad, Teixeira. Nos ocurre a todos cuando estamos concentrados en que no se nos escape ni un átomo de la verdad. ¿Qué sentido tendría preguntarle después, maliciosamente, por la causa del repetido lapsus, cuando es obvia? Sólo sabe de ellos que son ex-árbitros de fútbol españoles. Normal que los confunda. ¿O no?
Para terminar, fue muy de agradecer que Laporta eligiera responder en catalán, idioma que domina a la perfección —el castellano lo habla mal, como nos consta—, para ser preciso. Así pudo evitar utilizar la forma pronominal del verbo imaginar (imaginar-se, formar-se un judici a partir de determinades informacions o senyals) cada vez que anunció una respuesta evasiva a preguntas del fiscal o del abogado del Madrid. Fue sincero al usar el transitivo advirtiendo que a continuación venía un invento.
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