El hijo problemático de Dios | OneFootball

Aquel teatro era otra emboscada. La cámara la carga el diablo, ese objetivo es una distorsión, un ojo indiscreto y tosco, una impertinente lente que muestra lo que alguien quiera que el espectador vea, nada más. Y no mostró nuestra ausencia, sillones vacíos, pero sí rostros tensos, angulosos ante un desenlace que ya no nos aprieta las tripas. Como en la barra de un bar, todo es posible en el Balón de Oro, hasta la lógica. Sobre todas las cosas, confirmamos que en París nadie conoce a Negreira y que el chico de moda ya es mayor. Fue un mal aterrizaje, su puesta de largo resultó ser una cucharada de ricino para la propaganda que alimenta al club que le amamanta. Para el enemigo cualquier excusa es buena para asaltar la banca mediática, volverán las rotativas y los tertulianos a intentar hacernos creer que el agua es vino.La verdad, un valioso bote de perfume que conviene abrir en ocasiones señaladas, en su caso es mugre y pelusas, la evidencia dormirá un año más bajo gruesas mantas de “bla,bla,bla”. Pero esta vez la performance salió rana.

Cómo no pensar en el ausente. Imaginarlo a él, observando en silencio.Nacido en una favela, a los 18 años Vinicius se convirtió en la esperanza de su familia cuando llegó a Madrid.Desde entonces, nadie le ha lanzado un beso desde el otro lado de la carretera. Despreciando cualquier SOS Racismo o el mínimo pudor al acoso cuasi infantil, Vinicius (un joven jugador superlativo, conviene en este punto recordar lo obvio) ha sufrido una presión mediática inasumible. Ahora que hay que rezar por decreto-ley al nuevo San Pancracio oficial, todo es comprensión al casi menor racializado. Una pena haber sido negro y joven antes de tiempo. Peor aún, serlo en el Real Madrid.

Messi, Lamine Yamal…El relato es una sucia revista de hojas peguntosas. Pero todo relato de buenos y malos necesita de un villano, y apareció él. El antimadridismo, consciente de su mediocridad, vive una pugna tan eterna como impostada con un gigante, un pulso perdido con la realidad que come titulares. Esa banda verbenera reclama a sus “camellos de popper” su dosis diaria de irrealidad, esa que les haga volar, que le convenza por unos segundos de que un Renault es un Ferrari.

Doble o nada: solo la reacción de parte del madridismo es tan molesta como el antimadridismo. No ayuda la incontinencia verbal de Vinicius, es indudable, pero parte de su afición, como un converso, en un gesto de falsa pureza de sangre ha hecho suya la bandera embarrada de otros,  la “teoría del error inicial” de Julio Ramón Ribeyro, por la que un paso en falso, casi trivial, desencadena de manera acumulativa el gran caos. Esta es la crónica de un despropósito precedido de un mal gesto que ha provocado intencionadamente un Galípoli. Y muchos madridistas se han enrolado en el ejército equivocado. Como entonces, uno de los dos contendientes no sabe hacia dónde apunta. Y a veces dispara al propio madridismo como una lluvia de perseidas de fuego amigo que riega de opciones las trincheras enemigas. Engrosar desde las filas del madridismo cualquier “loop the loop” contra Vinicius, propuesto por el relato a diario, impúdica y mecánicamente, igual remueve a Bernabéu en su tumba. Para hacérselo mirar.

Podemos culpar a Vinicius de haber entreabierto la puerta del granero,esa por la que entraron las ratas. De que tiene más querencia a los duelos que Pushkin. Pero perder el foco en lo que sucede entre acción y reacción es un error no forzado. Y las comparaciones, siempre odiosas, huelen mal. No habrá campañas de escarnio del nuevo “Balón de playa” ni  hostigamiento mediático o social, el que lleva Vinicius a su espalda desde que llegó a España. Ahora es tiempo de sensibilidad en carne viva con el perdedor. Los feriantes recogen sus bártulos.

Como en una cajita de pastas danesas, de esas que acaban sus días como costureros, Vinicius guarda cada agravio para después regurgitarlo en el campo. No es loable, tampoco comprensible pero sí aclaratorio del por qué de las cosas. Asumiendo que su reacción es a ratos gruesa y plomiza, es mejor mirarla desde el gallinero, donde se ve todo el tablero. Sobre ese tablero, un grupo heterogéneo de caciques burocráticos de criterio fijo variable dirige los muñequitos que deciden ligas. A la batería, odiadores del club que han manifestado ese odio con luz y taquígrafos. El Real Madrid tiene que demostrar que no hizo lo que no hizo mientras el Barcelona no tiene que demostrar que hizo lo que hizo. Ese era el cambio prometido. Y la viga madre de todo, sobre la que reposa esa estructura, es la templanza puesta a prueba de un chaval.

No son los Stones vs The Beatles ni el más reciente Blur vs Oasis. Es tan solo otra excusa para malmeter. La presunta rivalidad entre Vinicius y Mbappé es un señuelo envenenado, uno más, el enésimo caballo de Troya de un antimadridismo que suda y flatula dentro de una panza de madera. Esos aspirantes a Erostrato que lamen y ladran a la vez solo toman whisky y malas decisiones, pero saben que contra el Real Madrid se vive mejor. La duda, signo de inteligencia,no les cabe por menor que esta sea porque eso supondría abrir el melón del relato y contradecir a quien les paga la hipoteca.

Golpeemos al lobo hasta que muerda para decir que es malo. Aquel estadio, otro más, era una fiesta cuando el día de partido se diluyó como un azucarillo en la leche agria de la polémica a cuenta de otro roce entre la afición local y Vinícius. Como en España el pensamiento crítico es un limbo, una feliz impunidad que alicata salones inmensos con el hedor de comentarios huecos, Vinicius es el tentetieso, la máquina de puños de la feria que una fila de paletos ebrios pone a prueba cada fín de semana.

De madrugada, un dolor de muelas importa más que la existencia de Dios, y la no renovación de Vinicius es solo un pequeño signo de interrogación en la gran enciclopedia del madridismo. Pero, sea cual sea el final de la historia, es obligado distinguir un doctor Jekyll superlativo y diferencial del Mr. Hyde de mecha corta que apunta el foco. Solo entonces, el dolor futuro por su posible pérdida no sonará tan hueco como un tambor de detergente. Cuando mira al pasto y no a la grada, es un talento diferencial, y entonces nos preguntamos cuándo se rompió todo, como el breve encuentro de una ex.

Pero la rutina es tozuda. Vinicius no simpatiza a quienes amamos a futbolistas de hielo, al esteta discreto que cierra al salir. Vinicius arrasa la cocina entre platos rotos y ollas golpeadas, su música está demasiado alta. Definitivamente, no es mi tipo. Pero opinar sobre él sin leer el informe completo es tendencioso. No, Vinicius no merece dormir en un ergástulo en el  que purgar sus malas acciones, no se ha ganado una cena sin postre más que muchos otros. Pero hace demasiado tiempo que esto no va de fútbol.

El otro día París era una fiesta, una pequeña revancha por lo que no fue pero debió ser el pasado año. En silencio, las calles de madrugada son un precioso mausoleo. Es hermoso contemplar el fuego de la contienda, los restos de la batalla del Balón de Oro, ese que mereció una vez el chico de la favela. Imaginar el día después como un despertar de negocios abriendo disruptivas puertas de chapa, de gente confundida ante la luz, de aduladores resacosos, de “chicas de agencia” y artistas con acondroplasia saliendo de un garito del brazo del nuevo Balón de Playa bajo el cortante frío de la mañana.

Getty Images