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·5 November 2024
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·5 November 2024
El Madrid que fracasó en el Clásico repite desastre ante el Milan. Thiaw abrió el marcador, empató Vinicius y luego el equipo blanco se vino abajo tras un tanto de Morata. Tchouameni, señalado.
Los clásicos cicatrizan mal. Ahí, en la paliza del Barça, se quedó el Madrid, cuyos defectos están pasando a velocidad de vértigo de coyunturales a estructurales. Perdió un organizador, Kroos, y va para caso perdido el recuperador, Tchouameni, señalado con razón por el Bernabéu. Bellingham alarga su fase menguante, los centrales blandean, se está haciendo eterna la baja de Courtois, Mbappé estropea su buen trabajo cuando mira a la portería. El resultado de tan catastróficas desdichas fue una derrota de pronóstico entre reservado y grave ante un Milan que hasta ahora solo había ganado un partido y que tiene poco que ver con las siete Copas de Europa que ha coleccionado a través de su historia. Aún sí, ganó con merecimiento y convocó al gabinete de crisis en el Madrid.
Dos heridas abiertas, la del Balón de Oro que acabó en balón desinflado para Vinicius (al público no se le ocurrió mejor protesta que una pitada al himno de la UEFA, previa al silencio respetuoso cuando sonó el de Valencia) y el bofetón del Clásico, en orden cronológicamente inverso, aunque, en cualquier caso, lluvia sobre mojado. Mal momento para empezar perdiendo, vicio adquirido por un equipo que se ha tomado la remontada como adicción y no como obligación. El buen comienzo, resumido en un remate demasiado cruzado de Mbappé y una aceptable ocupación del terreno, se vio penalizado por un gol de Thiaw, que cabeceó un córner lanzado por Pulisic cerca del primer palo. Uno de esos lances que dejan mal a casi todos. Estuvo desatento Rüdiger, blando Tchouameni y clavado bajo los palos Lunin. La constatación de dos denuncias de Ancelotti: el equipo se despista y defiende mal.
También de ese pie cojea el Milan. Lo sabe Fonseca y por eso retocó su 4-2-3-1 habitual metiendo al exvalencianista Musah como lateral para abrochar una defensa de cinco y doblar la guardia sobre Vinicius. A este Milan le queda poco del gran imperio que fue, aquel equipo que ganó tres Champions con Sacchi y Capello y que reunía a los mejores futbolistas del mundo, porque querían jugar allí y porque nadie pagaba tan bien como Berlusconi. Se sabe por debajo de los mejores de la Premier, de la Bundesliga o de la Liga, pero es un buen equipo, aunque tardase poco en entregar el empate, una invención de Vinicius, que le puso a Emerson la muleta del autopase y este cayó en la trampa. Zancadilla, penalti sin filtro de VAR y gol de Vinicius, que sabe cómo autorrecetarse los antidepresivos.
El gol no fue un hecho aislado. Minutos antes Maignan había salvado otros dos, de Mbappé y Vinicius, faltos de puntería. Ancelotti había insistido en el 4-4-2 del Clásico con una variante sustancial, la presencia de Modric, que además liberaba a Bellingham. Aún está por descubrir si el apagón que sufre es propio o ajeno, si está relacionado con su estado de forma o con su posición. Porque vino para lo hace ahora y, en realidad, donde resultó excelente fue en el papel de nueve y medio que Ancelotti hubo de improvisar para él por la marcha de Benzema. Lo cierto es que hasta ahora el gol le ha hecho la cobra.
Alcanzado el empate, remitió estrepitosamente el Madrid, otro tic molesto del curso. En la banda de Lucas Vázquez se había abierto una vía de agua, porque ahí se concentra la esencia del Milan. Theo más Rafael Leão, una amenaza repetida, a la que había que sumar los lanzamientos de esquina de Pulisic al primer palo para los que el Madrid tardó en encontrar la vacuna. Bajada la guardia por enésima vez, el equipo de Fonseca volvió a tomar ventaja. Fue en un error grave de Tchouameni que acabó de la peor manera posible: remate de Rafael Leão, rechace de Lunin y aparición providencial de Morata. Dolió su gol, pero más la metedura de pata de Tchouameni, silbado permanentemente. Ya no le salva ni Ancelotti, que le aplicó el tratamiento de la insistencia sin resultados. Le quitó en el descanso.
Entraron Camavinga y Brahim, este por un Valverde tocado, dos jugadores a favor de público, al que hay que ganarse en cualquier intento de remontada, un remedio para otro mal, porque era el repliegue lo que tenía al Madrid en cuidados intensivos. Lunin tuvo que doblarse como un junco para sacar un cabezazo de Leão, Theo cruzó en exceso un disparo que apuntaba al gol, a Pulisic se le fueron vivas dos contras estupendas.
Al otro lado había poco que contar: un Bellingham extremadamente impreciso, una falta de ingenio para quebrar la zaga adelantada del Milan, una falta de movilidad general y una alarmante falta de puntería de Mbappé. El jefe del partido era Reijnders. Ese socavón quiso taparlo Ancelotti con Ceballos. Lo siguiente reseñable fue un taconazo de Morata al palo. Fue antes de irse entre abucheos del Bernabéu, que ya presumía que esta vez la remontada se ponía en japonés. Más cuando Reijnders hizo el gol que llevaba mereciendo todo el partido en el enésimo asalto de Rafael Leão, que pidió disculpas sobradamente a su técnico por pecados del pasado. Entró Rodrygo cuando aquello parecía ya irremediable, pero en el arreón final Rüdiger, tras fallido despeje de Maignan, pudo meter al equipo en el choque. Un fuera de juego de VAR invalidó su gol y así acabó otra noche de pesadilla. Si el club mira a la tabla (17º provisional) y el calendario (Anfield) no le quedará otra que mirar también al mercado.
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