La Galerna
·2 Desember 2025
El precedente de Antic

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Entre las anécdotas escogidas en la singular Guía poco práctica del fútbol español, destaca una excentricidad de Ramón Mendoza, cuyo acceso a la presidencia cumple este año su cuarenta aniversario, y su salida, el treinta. Nos trasladamos al verano del 93, en plena confirmación de la decadencia de La Quinta, cuando el hábil representante José María Minguella logró convencer a Ramón Martínez para que el Madrid firmara a la estrella del Slovan de Bratislava. Se llamaba Peter Dubovsky.

El acuerdo parecía cerrado y el jugador se trasladó a la capital para firmar su contrato con Mendoza: cinco años a razón de una cifras que se incrementarían desde los 30 hasta los 40 millones de pesetas. Pero entonces sucedió algo que dejó a todos estupefactos y hoy sería impensable. Mendoza, con toda serenidad, se negó a rubricar lo pactado porque “un jugador del Madrid no iba a cobrar tan poco”, así que redondeó hacia arriba antes de dar su consentimiento. Luego, como saben, aquello salió como salió.
El principal argumento quizá les suene: el equipo vence, pero no convence. La primera piedra para que el asiento del banquillo comenzara a tambalearse estaba puesta
Pero no fue la única salida de curva del ex presidente blanco, que aun con el bagaje dorado de haber acunado los éxitos de Butragueño y compañía, también cometió algún exceso, como el que sucedió año y medio antes del comentado fichaje sui generis del eslovaco. Hablamos, por supuesto, de la destitución de Radomir Antic cuando el equipo marchaba líder. Una historia que no por conocida —o no tanto para los hijos de la LOMLOE— todavía deja algunas curiosidades y detalles interesantes cuando rascamos un poco. Pronto lo entenderán.

El entrenador yugoslavo llevaba en el banquillo madridista desde marzo de 1991, cuando llegó para sustituir a Di Stéfano en principio de manera provisional. Pero los resultados hablaron en favor de Antic (se llevó 17 de los último 18 puntos disputados en Liga) y aquello desbarató los planes de traer a Maturana para darle un voto de confianza al técnico que convirtió a Hierro en un goleador desde el centro del campo.
Y así comenzó la campaña 91/92, con un equipo sólido y serio que hasta el 27 de noviembre sólo concedió dos empates en 15 partidos de Liga y Copa de la UEFA. Pero entonces llegó la primera derrota —contra el Neuchatêl, luego solventada en la vuelta— y, sobre todo, el ruido mediático que minó la confianza de Beenhakker, que ejercía de manager, y del propio Mendoza. El principal argumento quizá les suene: el equipo vence, pero no convence. La primera piedra para que el asiento del banquillo comenzara a tambalearse estaba puesta.

La puntilla, curiosamente, acaeció tras una victoria. Fue ante el Tenerife, que protagonizaba así su primer cruce negro en la historia del Madrid, el 26 de enero de 1992. “El Tenerife me ha gustado más que el Madrid”, se despachó Mendoza antes de finiquitar a un Antic que tenía al equipo primero, con tres puntos de ventaja respecto al Barcelona pese a haber dilapidado un margen de ocho (también les resultará familiar).
Pocos dieron crédito a la decisión, comenzando por los jugadores. “No me lo esperaba. Me he quedado frío”, declaró Milla. “Me encontraba muy a gusto con él. Es extraño que esto suceda cuando vamos primeros”, señaló Gica Hagi. “Antic ha estado muy presionado”, explicó Aldana. Y ahí residió una de las claves, según se publicó por entonces. Parte del vestuario no compartía los planteamientos de Antic, les costaba identificarse con su fútbol e incluso se lo hicieron ver en alguna reunión que terminó con el serbio recriminándoles falta de concentración y fe. Qué lejos y qué cerca queda todo aquello.
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