Finalista VI Certamen de Cuentos Madridistas de Navidad | OneFootball

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·23 Desember 2025

Finalista VI Certamen de Cuentos Madridistas de Navidad

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Las Rocas Blancas de Dover

Era 1954 y el año estaba llegando a su fin. Las Navidades se presentaban felices para Dora. La austeridad obligada con la que se vivía en su pueblo alicantino de La Nucía y, en general, en toda la España de los cincuenta, no le impedía tener aquella sensación de plenitud. Sobre todo, si lo comparaba con lo vivido hacía algo más de 15 años. Ella era una niña cuando estalló la guerra. Recuerda con horror la marcha de su tío y su primo al frente. Siempre pensó que la muerte de su abuelo se debió a la pena que sufrió por verlos partir. Aún le duele que no estuviera para verlos volver al pueblo sanos y salvos.  Tampoco ayudó la situación familiar a la que tuvieron que enfrentarse después de que la autoridad competente les confiscara sus tierras para que fueran gestionadas en comunidad. Aún sentía rabia cuando recordaba a aquel buey que tenían que, viniendo de la huerta y cargado de naranjas, seguía yendo directo a su casa. El mozo encargado de llevarlo le pegaba para tratar de reconducirlo a su nuevo destino. Ella, desde la puerta y pegada a sus faldas, veía como su madre le gritaba para que dejara de hacerlo y les devolviera lo que era suyo. Fue una época muy dura.

Afortunadamente, aquel tiempo pasó. Las posesiones arrebatadas fueron devueltas y muchos de los hombres que partieron a luchar volvieron a casa. Como su tío y su primo. La gente empezó a vivir mejor después de aquellos años aciagos. La mayoría trabajando las tierras en el vecino Benidorm, donde además la construcción empezaba a ser una salida muy habitual y próspera. A otros, en cambio, les bastaba con vender sus terrenos. La situación de bonanza generalizada no era el único motivo de felicidad para Dora. Después de varios meses sin verlo, ese día de Nochebuena volvería Ignacio al pueblo. Él, a pesar de que su familia materna era originaria de allí, residía en Madrid. Lo hacía desde que había obtenido una plaza para trabajar en el Banco de España tras terminar sus estudios de comercio. Solía viajar bastante a La Nucía y eso le permitió conocer a Dora el verano del año anterior.


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En el pueblo no era lo habitual, pero Ignacio dijo que quería hacer las cosas bien desde el principio. Por eso, un mes después de haberse conocido ya estaba a en casa de los padres de Dora para pedirles permiso para salir con su hija y mostrarles sus intenciones de casarse con ella en cuanto fuera posible. Así era Ignacio. Una persona recta que siempre parecía hacer lo que la gente esperaba que hiciera, además de tener una capacidad enorme de querer y cuidar de la gente que le importaba. Por eso, durante los últimos seis meses, había pasado poco por el pueblo. Su hermana había enfermado gravemente y sus viajes a visitarla a Murcia eran constantes. Hasta que llegó el fatal desenlace allá por el mes de noviembre. El destino quiso que falleciera el mismo día que le habían comunicado por telegrama que por fin tenía una plaza de maestra en la vecina Caravaca. Fue una época dura para ambos. Sobre todo, para Ignacio.

Pasado aquel trance, el joven cumplió su palabra de volver a ver a Dora antes de que finalizara el año. Las cartas intercambiadas eran casi diarias, aun así. Dora se moría por volver a verle. La última vez, recordaba que habían podido pasear de la mano por la calle principal del pueblo y en la misa, durante el acto de “la paz”, había sentido un apretón de mano mucho más cariñoso de lo habitual, a pesar de estar en la iglesia. Cosa que en Ignacio era algo a valorar. El día 24 de diciembre por fin llegó y a eso del mediodía Ignacio llamó a la puerta de la casa de Dora. Abrió su madre y al momento Dora hizo aparición después de haber bajado corriendo las escaleras. Sentía que casi volaba. La presencia de la futura suegra de Ignacio hizo que el saludo fuera menos efusivo de lo que Dora tantas veces se había imaginado. A ella le impactó el aspecto de su enamorado. Vestía de luto y se le apreciaba mucho más delgado. Aun así, no pudo esconder una enorme sonrisa, que llamaba especialmente la atención por la presencia de un fino bigote que tan de moda se había puesto entre los jóvenes de la época.

Aquel día lo dedicaron a pasear de nuevo de la mano, tal y como habían hecho la última vez que se vieron en el pasado mes de julio durante las fiestas de San Jaime. Se notaba el ambiente festivo y navideño del pueblo. Los niños corrían de casa en casa y pedían el aguinaldo, que solían ser almendras tostadas, rosegones1, también de almendra, u otros frutos secos cultivados por la zona. Comieron algo en el bar de la plaza junto con muchos primos y amigos que compartían. Quizá animadas por la mistela, Dora y sus amigas, que llevaban tiempo ensayando con el coro de la iglesia, se arrancaron con algunos villancicos tradicionales cantados en valenciano.

La tarde pasó volando. No querían que llegara el momento de la cena de Nochebuena porque la harían por separado, cada uno con sus correspondientes familias. Pero prometieron verse después. Al salir del bar se vieron sorprendidos por una espesa bruma que allí algunos llamaban humo de mar, provocado por el contraste del viento frío y la cálida temperatura con la que el Mediterráneo solía cuidar a quien vivía en sus proximidades durante el invierno. Aquello hacía que la escena de despedida fuera, si cabe, aún más de película. Dora creía que estaba en un sueño. El adiós fue un simple “Feliz Navidad” y un beso en las manos por parte de Ignacio.

Para Dora, la cena de Nochebuena solía ser el mejor momento del año. Su padre acostumbraba asar chuletas y alcachofas en la chimenea y se juntaba toda la familia, incluidas cuatro primas que rondaban su edad. Comían, bebían y cantaban villancicos mientras daban cuenta del turrón casero que hacía la tía Choleta. Pero aquella vez estaba deseando que todo aquello terminara para volver a estar con Ignacio. Quizá algo antes de tiempo se levantó de la mesa y se dirigió a la habitación para terminarse de arreglar y ponerse el vestido azul que hacía unos meses se había encargado en una modista de Alicante. Estaba deseosa de salir al encuentro de Ignacio. Sus padres no pusieron problemas a la celeridad con la que quería abandonar la cena, pues se imaginaban el motivo. Además, iba acompañada de su hermana Vicen, algo mayor que ella y que también quería reunirse con sus amigos.

El plan nocturno era verse en la Misa del Gallo y después acudir a una sesión de cine que el alcalde había organizado para los jóvenes del pueblo en la sala de plenos del ayuntamiento. Dora no se imaginaba mejor opción. Prácticamente corría por la calle que le llevaría de nuevo a la plaza del pueblo, hasta el punto de que su hermana tuvo que frenarla y pedirle por favor que la esperara. La niebla seguía siendo densa. Una vez llegada, vio a Ignacio que, a pesar de estar hablando con otros jóvenes, estaba constantemente pendiente de la bocacalle por la que sabía que tenía que aparecer Dora, aunque la persistente niebla complicaba la visión. Por fin, al verla abandonó su conversación y acudió a su encuentro. Con su típica contención de la efusividad se limitó a poner el brazo izquierdo en jarra para que ella “hilvanara” el suyo y así subir juntos las escaleras de la iglesia.

La misa pasó rápido. A ojos de Dora fue muy bonita. El coro en el que ella participaba cantó algunas piezas de Schubert y otras canciones populares. Por fin, llegó el momento de dirigirse al improvisado cine. La película elegida para aquella noche era “Las Rocas Blancas de Dover”. Dora no sabía de qué trataba el argumento. Tampoco le importaba. Sólo esperaba que fuese “de amor”. Tal vez así Ignacio rompiera por fin su coraza y se decidiera a abrazarla. Eran casi medianoche y entraron a la sala. Se sentaron hacia la mitad del recinto, “ni muy delante, que es molesto ni muy detrás, no vaya a ser que piensen mal”, dijo Ignacio.

La luz se apagó, entonces una sección del noticiario-documental conocido como el NO-DO comenzó con una felicitación institucional y algún reportaje que hablaba sobre cómo algunos españoles estaban viviendo la Navidad en el extranjero. Después apareció una última noticia sobre temática deportiva. En este caso era sobre el fútbol. A Dora ese deporte le resultaba totalmente ajeno. En la pantalla aparecía un grupo de jóvenes haciendo gimnasia y algunos ejercicios con balones. De repente apareció hablando en primer plano un joven con acento argentino, aparentemente rubio pues el blanco y negro de la pantalla no permitía bien distinguir los colores. El tema versaba sobre lo ilusionado que estaba por jugar en su nuevo equipo, un tal Real Madrid al que había llegado hacía poco más de un año y las grandes esperanzas que tenía en conquistar una nueva competición sobre la que se empezaba a hablar. Esta les enfrentaría a los mejores equipos de Europa. En ese momento, súbitamente, todo cambió. De repente Ignacio agarró con fuerza la mano de Dora hasta apretarla contra su pecho. En un principio ella se sobresaltó, pero luego se dio cuenta de que la sensación le gustaba. Ignacio, al oído, empezó a contarle que aquel chico se llamaba Alfredo di Stefano. Que era el mejor jugador del mundo y que había llegado el año pasado al equipo del que él era seguidor. Le contó que solía ir muchas veces a verlos al estadio. Aquel año, precisamente, estaban jugando muy bien. De hecho, pensaba que el barrio de ensanche donde se encontraba el estadio de Chamartín era una buena zona donde merecería la pena invertir en una casa, ya que en un futuro acabaría siendo una zona muy exclusiva de la ciudad. Continuó diciendo que, aunque una vez casados tuvieran que vivir en algo más pequeño y posiblemente en las afueras, él trabajaría duro para poder acabar viviendo cerca del estadio e ir con toda la familia, que estaba por llegar, a ver los partidos todos los domingos. Además, le contó que acaba de ser ascendido dentro de su departamento y que con el dinero extra estaba pensando en montar un negocio junto con un amigo de Madrid para vender gafas de sol.

Aquella aparición del equipo que vestía de blanco pareció obrar una metamorfosis en la forma de ser de Ignacio. Sin saber cuándo había sucedido, el brazo del joven estaba por encima de los hombros de Dora estrechándola con fuerza y ella estaba con su cabeza recostada en el cálido abrigo de pana gris oscura de Ignacio. No podía encontrarse mejor que hablando con él sobre planes de futuro. De hecho, no deseaba que aquel reportaje terminase nunca. Ella no sabía de fútbol, pero en ese momento nada le importaba más que hacer feliz a su prometido. Y si ese equipo llamado Real Madrid era capaz de generar tal entusiasmo en él, ella sería su fan número uno. Además, la forma de hablar de aquel argentino le dio la seguridad de que tenían muchas alegrías por vivir. Y ella se encargaría de que no fueran sólo gracias a ese deporte. En ese momento la pantalla se fundió a negro y él, por fin, aprovechó para darle un beso en la mejilla, no pudo ni quiso evitar que sus labios rozaran los de Dora. La película y una nueva historia, mejor dicho, historias, estaban comenzando en aquellos momentos tan cercanos a 19552.

1 El rosegón s un dulce típico de la Comunidad Valenciana hecho con masa de harina, huevo, azúcar y trozos de almendra.

2 El Real Madrid conquistó su primera Copa de Europa en la temporada 55-56 tras haberse proclamado campeón de liga aquel año de 1955.

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